Escrito del Obispo de Cartagena en el Domingo XV del Tiempo Ordinario.
La liturgia de esta semana merece que nos detengamos para poder leer los textos de la Palabra y releerlos despacio, porque encierran una sabiduría profunda, necesaria para la vida creyente. Para hablarnos Jesús de cosas importantes utiliza imágenes sencillas: sembrador, semilla y tierra. Podemos comprobar que nada tienen de extraordinario, están extraídas de la vida real de su tiempo y del nuestro. Todo sencillo, pequeño, diminuto. El Señor habla del sembrador que siembra en el campo del mundo y la semilla, al igual que su Palabra, es algo realmente pequeño si la comparamos con las complicadas realidades históricas, culturales, económicas o políticas del mundo complicado en el que nos desenvolvemos nosotros. El contraste es evidente, pero debemos aprender nosotros, «los importantes», que a Dios no le importa partir de una realidad pequeña e irrelevante.
Pero sigamos el desarrollo de la Palabra y veremos lo que nos dice, que en esa semilla tan pequeña está presente el futuro, porque la semilla lleva en sí el pan de mañana, la vida de mañana. La semilla aparece como casi nada, sin embargo es la presencia del futuro y es ya promesa presente hoy. Así son las cosas de Dios, que aleja a los poderosos y exalta a los sencillos. Dios habla y lo entienden antes los sencillos que los complicados de mente.
La parábola advierte de los peligros que tienen para crecer y creer los que tienen un corazón lleno de zarzas o pedregoso, metido en sombras de muerte, por esta razón nos advierte sobre la necesidad de favorecer un ambiente propicio. Esto ya depende de nosotros, de nuestra libertad para escuchar la Palabra, de nuestra voluntad para decirle a Dios que sí. San Pablo nos hizo ver la importancia que tiene el hecho de aferrarnos a cosas seguras, para salvar nuestra fe y para madurar en ella y nos propone la Palabra como el camino. A ti te corresponde fiarte, estar en «onda» con Dios. No conviene olvidar la advertencia evangélica, esa que dice que quien escucha la Palabra y no la pone en práctica se parece a un hombre necio… así que, «dichosos los que escuchan la Palabra y la ponen en práctica» (Lc 11,28).
La Palabra no es letra muerta, sino que juzga los deseos e intenciones del corazón y no vuelve a Dios vacía, sin haber cumplido su fin . La actitud nuestra es de respuesta a Dios, de dejar que la Palabra empape todo nuestro ser, dejándola fructificar con frutos de fe, esperanza, caridad y perseverancia.
+ José Manuel Lorca Planes
Obispo de Cartagena