Homilía del Obispo de Cartagena en la ordenación de dos presbíteros el 5 de julio de 2014, en La Unión.
Ilmos. Vicario General y Episcopales
Rectores del Seminario Redemptoris Mater y San Fulgencio. Queridos formadores
Queridos sacerdotes, párrocos de Ntra. Sra. del Rosario de la Unión y de Los Dolores
Queridos religiosos y religiosas,
Queridos Galo y Pedro
Padres y familiares de los ordenandos
Hermanos de las Comunidades de Galo y Pedro
Feligreses de La Unión
Queridos hermanos y amigos,
El amor, la única certeza, decía François Xavier Nguyên Van Thuân, apoyándose en la sabiduría de la Palabra, como una primera lección que aprendemos del corazón de Dios: «su misericordia es eterna». «Levanta del polvo al indigente y de la inmundicia al pobre para que se siente entre los príncipes de su pueblo». Nosotros no hemos sido escogidos a causa de nuestros méritos, sino sólo por su misericordia. «Te he amado con un amor eterno, dice el Señor». Esta es nuestra seguridad. Este es nuestro orgullo: la conciencia de ser llamados y escogidos por amor.
Piensa en lo más hondo de tu corazón la grandeza de Dios para contigo. Cada uno de vosotros tenéis una historia original, personal, tanto que en las circunstancias no coincidís, pero sí que podemos decir que ha habido un tema donde habéis estado muy cerca, en la misericordia de Dios. El Señor os ha rescatado, hasta de vuestra propia historia, volcando sobre vosotros un río de gracia, para que os acerquéis al corazón del Señor y participéis de sus mismos sentimientos y de su misión evangelizadora. Para Dios no hay casos difíciles, pensad cómo Jesús se fio y escogió a Pedro, que lo negó, y a Pablo, que lo persiguió. Por esta razón puedo deciros, sin temor a equivocarme, que ¡adelante!, que no tengáis miedo, porque tenéis una garantía: vuestra conciencia de la fragilidad y, sobre todo, el amor de Dios garantiza nuestra esperanza.
Toda la obra de Dios contada en la Sagrada Escritura garantiza nuestra esperanza y podemos verla con los ojos de la fe. Comencemos a repasar las páginas de la Palabra y veremos a Dios que se hace presente en nuestra historia, que nos lo da todo, hasta el gobierno de todo lo creado; que después del pecado no nos abandona, sino que se acerca más, quiere restablecer su Alianza, construir un nuevo pueblo, una nueva Jerusalén, edificar un nuevo templo, recrear el mundo. Y en el centro del tiempo viene a nosotros y se hace Hombre, Enmanuel. Su nombre es Jesús, Dios Salva, y nos predica el Reino, su Reino que crece lentamente, a escondidas, como el grano de mostaza… Vosotros os incorporáis, llamados por el Señor personalmente, para una misión, la tarea de la Palabra y los Sacramentos, el anuncio de la Esperanza, como el desafío más grande. Esto mismo señalaba el cardenal vietnamita cuando predicaba que: «en la esperanza, la fe que obra a través de la caridad abre caminos nuevos en el corazón de los hombres, tiende a la realización del nuevo mundo, de la civilización del amor, que no es otra cosa que llevar al mundo la vida divina de la Trinidad, en su manera de ser y obrar, tal y como se ha manifestado en Cristo y transmitido en el Evangelio. Esta es nuestra vocación».
¡Cuánto habéis recibido de Dios! El don de la vida y el de la fe, Vida con mayúscula. Si bien es verdad que desde el Bautismo debemos responder a este regalo, con el don del sacerdocio la respuesta debe ser aún más exigente. Fijaos lo que nos decía el santo Papa Juan Pablo II, que «la vocación al servicio exclusivo de Cristo en su Iglesia es don inestimable de la bondad divina, don que es preciso implorar con insistencia, confianza y humildad». Nuestro amor de respuesta a Cristo es indiviso, esa es la esencia de un consagrado, por eso debemos vigilar para no desaprovechar «el tiempo de la gracia» y el «tiempo de la visita» (cf. Lc 19, 44). Es un regalo de Dios, de nadie más, sólo hay que abrir puertas, facilitar la escucha, crear ámbitos de oración.
R. Tagore tiene entre sus bellos escritos un aforismo que me ha gustado siempre: «la vida se nos da y la merecemos dándola». Nada tiene de extraño que el Señor nos llame a dar la vida, eso es una bendición para toda persona que quiere ser coherente con su vida. Dar la vida es sencillo y necesario, el que ama de verdad está dando la vida; a vosotros se os pide entregar la vida. Esta es la llamada que se nos hace, la entrega que se nos exige, la misión que se nos encomienda para ser eficaces en la Nueva Evangelización. Dar la propia vida por los hermanos, y darles el sentido de la vida, la vocación. El modelo a imitar es el de Jesucristo, que todos los días nos lo recuerda en la Eucaristía, centro de nuestra vida.
Pedro y Galo, a partir de esta celebración vais a presentaros en la Iglesia y en el mundo como heraldos de Buenas Nuevas, sacerdotes y profetas. Se os envía a una sociedad en crisis que está sufriendo un proceso de descristianización y deterioro moral1, donde crece el individualismo, la competitividad, el consumismo, el hedonismo… que nos conducen al mal radical2 de creernos autosuficientes, dueños absolutos de nuestra vida y únicos constructores del mundo, una sociedad que quiere ocultar la presencia de Dios, como si fuéramos los verdaderos creadores del mundo y de nosotros mismos. De ahí, la exaltación de la propia libertad como norma suprema del bien y del mal, y olvidando a Dios, viene el consiguiente menosprecio de la religión y la consideración idolátrica de los bienes del mundo y de la vida terrena como si fueran el bien supremo. Este mal tan radical encierra en una profunda soledad y perjudica a la sociedad.
Como Pablo, en el areópago, vosotros llevaréis un mensaje distinto, sorprendente, inmenso: que Dios existe y que vosotros lo habéis experimentado, sois testigos de Él; que nos quiere, que es misericordioso y nos salva. A un mundo cerrado le llevaréis el testimonio del amor, que es luz y tiene las puertas abiertas para el perdón, un amor hospitalario, de puertas abiertas. Vosotros llevaréis el mensaje de que el amor es posible, y nosotros podemos ponerlo en práctica porque hemos sido creados a imagen de Dios. Vivir el amor y, así, llevar la luz de Dios al mundo3.
Ahora se entiende que el Señor ha pensado para la Iglesia en la imagen de la familia, por eso nos habla de comunión… porque el amor nos lleva al compromiso, a la caridad. Como obispo tengo el deber de deciros que la familia del presbiterio diocesano os acoge como hermanos, sois miembros de pleno derecho del presbiterio de la Diócesis de Cartagena y nunca habrá ninguna excusa para vivir de espaldas a él. El que se aísla tiene un problema y por eso tendrá al obispo cercano para ayudarle a curarse.
Con los brazos abiertos, con sincera alegría seréis ordenados sacerdotes y pasaréis a formar parte del presbiterio de la Iglesia de Cartagena, como hermanos. Que la Santísima Virgen María, de la que tenemos que aprender todos los días cómo ser fieles a Dios, sea vuestra estrella y guía. Bajo su protección siempre experimentaréis el amor de una Madre y la seguridad de su intercesión ante Dios.
+ José Manuel Lorca Planes
Obispo de Cartagena
[1] Cf. Conferencia Episcopal Española, Orientaciones morales ante la situación actual de España. Instrucción pastoral del 23 de noviembre de 2006, 8-21.
[2] Cf. CEE, Orientaciones morales… 10.
[3] Cf. Benedicto XVI, Deus Cáritas est, 39