Hasta el mar y el viento le obedecen

Las tormentas en las que nos encontramos cada día no cesan, unas veces son más suaves que otras, pero, en definitiva, siguen los sufrimientos, dolores, miedos y dificultades… La Palabra de Dios nos dice este domingo que acudamos siempre a Dios con confianza, porque Él siempre responde, está cercano y tiene las soluciones. Leamos ahora el texto del Evangelio y veamos cuál es el estado de los discípulos en la barca: tienen miedo, parece que el mar les hunde, se ha embravecido de tal forma que les ha quitado la seguridad que tenían, ¡y eso que ellos son los expertos en el mar! Naturalmente, que el miedo les inquieta y, aunque Jesús estaba dormido, acuden a Él, le despiertan y casi a gritos le piden: «¡Ayúdanos, que perecemos!». Conviene detenerse un instante para darse cuenta cómo reacciona el Señor: no pierde la calma, se dirige a ellos con serenidad tratando de solucionar el verdadero problema, la falta de fe de sus discípulos, detener la tormenta puede esperar… ¿Qué hubieras hecho tú en su lugar? Ya ves, Él, no. La tormenta para Jesús era que estos hombres, que le conocían y sabían de su poder, estaban asustados, habían perdido la confianza, se desorientaron aterrorizados, por eso, Jesús les recrimina la falta de fe y, luego, detiene la tormenta.

Dios puede exigirle confianza y seguridad a su pueblo, porque le ha dado muchas pruebas de su poder a lo largo de toda la historia de la salvación. La primera lectura del libro de Job nos presenta cómo el Señor aparece grande, se revela como el Señor del mar, esto es importante tenerlo en cuenta, porque en la Biblia, el mar es considerado muy potente por su fuerza destructora, es imprevisible e imposible de controlar. Esto está en la mente de los israelitas, por eso asombra tanto la acción de Jesús, que calme el mar y el viento, porque ha hecho algo que solo Dios puede controlar y dominar, lo propio de Dios. Prestemos atención a este hecho, ya que en este momento nos está dando el Señor otra señal para conocerle mejor, para saber quién es. Aquí vemos con este signo el señorío de Jesucristo sobre las potencias del mal. Por esta razón, los discípulos, admirados y temerosos, se preguntan: «¿Quién es este que hasta el viento y las aguas le obedecen?». Claro, que sus dudas son aún explicables, porque todavía están en los primeros pasos para una fe fuerte, aunque los signos que ven les están confirmando quién es Jesús.

En resumen, el Señor les da una lección ante lo que se presenta como un mar revuelto, que no hay que perder la calma. La fe es la seguridad de que el Señor está en la misma barca y puede detener la tormenta. Nuestro comportamiento debe ser el trabajo, achicar agua, orientar la vela, favorecer las cosas para que no se caiga nadie del bote, mantenerse unidos… y no tener miedo, que le tenemos a Él… La fe es la causa más grande para la alegría y la calma, porque Dios abre para ti un horizonte inmenso de posibilidades. ¿Le extraña al mundo que los cristianos estemos felices?, pero si Jesucristo ha vencido al pecado y a la muerte; Él ha ganado la batalla y nos regala la vida, el perdón; lo antiguo ha pasado, lo nuevo ha comenzado… ¡Dios me ama! ¡Es mi Padre, Dios! Mucho ánimo a todos, que todavía hay tiempo para una sincera conversión. Jesús te espera en el altar.

+ José Manuel Lorca Planes

Obispo de Cartagena

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