Funeral por los 5 jóvenes fallecidos en accidente

Homilia de Mons. José Manuel Lorca Planes, obispo de Cartagena

Queridas familias, un saludo especial a los padres, hermanos, a los abuelos…
Un sincero agradecimiento a todos los que habéis intervenido desde el primer instante para ayudar a estos jóvenes: Guardia civil, los especialistas, los medios sanitarios y de Cruz Roja, psicólogos…
Queridos vecinos de Torre Pacheco, amigos.
Sr. Presidente de la Comunidad Autónoma, Sra. Presidenta de la Asamblea Regional, Sr. Delegado del Gobierno, Sr. Alcalde y corporación municipal.
Queridos sacerdotes, Don David, vicario episcopal, que me avisaste para rezar.

No es fácil decir una palabra que pretenda dar sentido a lo vivido, cuando estamos sumidos en el dolor por la tragedia, y cuando sabemos que ya no tiene remedio, ni hay fuerza humana que pueda retrocedernos en el tiempo. Es muy difícil poder comprender. Sólo es posible, si a uno le quedan fuerzas, para rezar, para apoyarte en el hombro de quien viene a consolar, y para seguir adelante. Soy consciente, queridas familias, de que a las mismas palabras les cuesta mucho abrirse camino para llegar a lo hondo del corazón, que en estas soledades parecen más eficaces la presencia cercana y el silencio, antes que los discursos. Eso mismo ha hecho toda la gente que se ha acercado a vosotros en estos momentos de duelo, porque nos hemos quedado sin palabras. Ninguno de los que estamos aquí nos hemos podido resistir a no estar con vosotros, a no acompañaros en el dolor, a no estar para que sintáis el calor de todos, no queremos que os sintáis solos. ¿Quién no ha dejado correr una lágrima, quién de nosotros ha impedido que saliera de sus labios una queja ante el mazazo de la muerte de estos jóvenes?

Al mismo tiempo que guardamos silencio, abrimos nuestro corazón de creyentes a una oración y a un porqué, ¿por qué, Señor, pasan estas cosas? Esta es la parte humana ante la tragedia o la desgracia. Por la Sagrada Escritura conocemos cómo muchos le han gritado y le han llorado amargamente al Señor, han salido a su encuentro para pedirle ayuda; y al fin comprendieron que Dios estaba con ellos, gritando también al Padre de toda misericordia, para que los hombres no nos hiciéramos daño unos a otros. Jesús manifestó siempre su cercanía al que sufre y llora, Él mismo lloró con intensidad ante la muerte de su amigo Lázaro.

El evangelista San Lucas narra el instante mismo antes de morir Cristo en la cruz y le vemos cómo prorrumpe en un tremendo grito de dolor: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”, pero poco después nos da ejemplo de confianza: “A tus manos Señor encomiendo mi espíritu”. Y dicho esto -añade San Lucas- expiró”. Todos recordamos la descripción evangélica, el sol se oscureció, las tinieblas cubrieron la tierra y el velo del templo se rasgó de arriba abajo. ¿No nos ha sucedido lo mismo a nosotros? Parece que el velo de la esperanza se rompió de arriba abajo y que han brotado las lágrimas y los sollozos, por la angustia. En este momento, cuando nuestras posibilidades parecen estar agotadas es cuando debemos escuchar lo que dijo e hizo Jesús: A tus manos Señor encomiendo su espíritu.

Queridos padres, hermanos y familiares, de los cinco jóvenes; queridos compañeros, vecinos y amigos que lloráis sus muertes, tened serenidad si podéis para poder escuchar las palabras de consuelo que nos dice San Pablo: nada ni nadie puede apartarnos del amor de Dios: ni la aflicción, ni la angustia, ni la persecución, ni el hambre, ni la desnudez, ni el peligro, ni la espada o la muerte… “En todo esto vencemos fácilmente por aquel que nos ha amado”, por aquel que ha compartido con nosotros la condición humana, por aquel que siendo inocente bebió el cáliz de la muerte ignominiosa y violenta y experimentó el dolor inaudito de la muerte de cruz.

Hermanos, ante este dolor, del que ya nada humanamente podemos hacer, nos consuela la fe, la seguridad que nos da la fe, al pensar que ellos están llamados a la Vida eterna y que no sólo van a pervivir en nuestro recuerdo y en nuestro afecto. Ahora nos viene bien recordar lo que decimos en el Credo, que creemos en la vida eterna, en la resurrección de los muertos; que ellos seguirán viviendo en sus almas inmortales, que al final de los tiempos se unirán a sus cuerpos hoy rotos y que resucitarán.

Encomendemos a nuestros hermanos a la piedad y misericordia infinita de Dios nuestro Padre. Estamos seguros de que este es el mejor homenaje a su memoria. Roguemos a Nuestro Señor Jesús que sea misericordioso con ellos y que puedan gozar por años sin término de la alegría de su casa, en la que ya no habrá dolor, ni llanto, ni luto, sino solamente gozo y paz.

A la vez que os manifiesto la condolencia de la Iglesia de Cartagena, intercedo ante la Madre del cielo, la Santísima Virgen del Rosario, la patrona de este pueblo, especialmente a todas vuestras familias. Ella nos enseñará a esperar en silencio la salvación, nos confortará en el dolor y nos llevará a Cristo.

Madre del Rosario, por tu Hijo Jesucristo, nuestro Buen Pastor, ten misericordia de estos tus hijos. Danos fortaleza para que podamos seguir ayudándonos unos a otros. María, Madre del Crucificado, Madre del Señor Resucitado, Madre nuestra, ruega a tu Hijo por nosotros y abre nuestros corazones a la luz de la esperanza. No te olvides, Madre, de las tres chicas heridas, para que se recuperen y se incorporen a sus quehaceres pronto.

+ José Manuel Lorca Planes
Obispo de Cartagena

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