El reino de Dios está cerca

Las lecturas de esta semana nos han hecho escuchar un anuncio gozoso, que el Adviento es tiempo de conversión, tiempo de preparar los caminos y enderezar las sendas para acercarnos a Cristo. El salmo nos marca el tono de nuestro estado de ánimo: «Estamos alegres: el Señor ha estado grande con nosotros». Esta es la mejor manera de comenzar este tiempo de esperanza, de preparación a la venida de Jesús.

Existe una respuesta importante en el Evangelio, se trata de algo muy antiguo, estaba preanunciado desde el Antiguo Testamento, sí, esa respuesta es la que ofrece el mensaje de Juan Bautista: «¡Convertíos!». Esta es la mejor actitud, y no hay acceso a Jesús sin dar respuesta a esta llamada del precursor, ¡conviértete! Es tan esencial, que el mismo Jesús la ha asumido, como podemos ver en sus palabras: «Convertíos porque está cerca el reino de los cielos» (Mc 1, 15). La palabra griega usada con el significado de «convertirse», se traduciría como «volver a pensar» -poner en discusión el propio y el común modo de vivir-, dejar entrar a Dios en los criterios de la propia vida; que no juzguemos según el estilo de este mundo.

Convertirse significa, por lo tanto, no vivir como viven todos, no hacer las cosas como las hacen todos; sino comenzar a ver la propia vida con los ojos de Dios; buscar, por lo tanto, el bien, aun cuando sabes que es incómodo; no hacerlo pensando en el juicio de la mayoría de los hombres, sino en el juicio de Dios; con otras palabras: buscar un nuevo estilo de vida, una vida nueva. El juicio de Dios, que nos lleva a la conversión, es el inicio de nuestra justificación. Ahora bien, Dios no nos justifica cuando vivimos de apariencias, dando imágenes falsas con actos meramente externos, rituales, sino cuando damos buenos frutos; es decir, el Señor nos impulsa a la multiplicación de nuestros talentos, a las acciones fecundas de donación y de entrega, de comunión y misión, cuando vivimos en la justicia. Somos justificados si aceptamos el impulso de Dios a vivir en la justicia. La conversión es un cambio radical de mentalidad y de actitudes profundas, que luego se va manifestando en acciones nuevas, en una vida nueva.

La salvación de Dios, la gracia que nos quiere comunicar en esta Navidad próxima, nos alcanza exactamente en medio de la historia que estemos viviendo, buena o mala, triste o gloriosa. La salvación es don de Dios, no conquista nuestra, es un don gratuito, que exige una respuesta activa. Es posible que a alguno le llegue el Adviento en una crisis de cansancio o desilusión. A otro, en momentos de euforia y serenidad. Prestad atención a la segunda lectura y ved cómo Pablo nos ha presentado un programa exigente: llevar adelante la obra iniciada, seguir creciendo más y más en sensibilidad cristiana, apreciando los valores verdaderos, para que el día del Señor nos encuentre limpios, irreprochables, cargados de frutos de justicia. Por eso conviene tomar precauciones y vigilar, para no caer en la tentación.

Algo tiene que cambiar en este Adviento en nuestra esfera personal y en la comunitaria. En algo se tiene que notar que estamos madurando y creciendo en esos valores cristianos. En la Eucaristía de este domingo se nos regala la Palabra y el Cuerpo y la Sangre de Cristo.

+ José Manuel Lorca Planes
Obispo de Cartagena

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