Escrito del Obispo de Cartagena, Mons. José Manuel Lorca Planes, en el II Domingo de Cuaresma.
El salmo que leemos en este segundo domingo de Cuaresma nos ayuda a ir a lo esencial, porque nos anima a ponernos delante de Dios con confianza, ya que a Dios le duelen nuestros dolores y sufrimientos y no goza con la muerte de nadie; oír esto en estos tiempos es recibir un mensaje de buena noticia. Con este mensaje comenzamos este tiempo de Cuaresma, sabiendo que le importamos a Dios y que su amor y misericordia llegan hasta lo inimaginable. Caminar en la presencia del Señor nos está diciendo mucho; el salmista nos anima desde su propia experiencia a colocarnos en la esfera de Dios con un amor agradecido y ejemplar, porque de Él sacamos la fuerza para seguir adelante; Dios es nuestro defensor inagotable, al que no le gusta vernos sufrir; ya que Él no inventó la muerte ni se complace en ella (cf. Sab 1,13-14). Para que a nadie le queden dudas y pueda decidirse por el Señor, en el salmo lo define así: «El Señor es benigno y justo, nuestro Dios es todo ternura». Si con un corazón sencillo hemos actualizado la fe, vayamos tras de Él, porque será el único que no nos defraudará, la gente te puede hasta engañar, pero Dios siempre permanece fiel. En Dios están todas las razones de nuestra acción de gracias, es de verdad nuestro salvador.
San Pablo nos ofrece también los motivos para seguir confiando en el Padre Dios. Primero, porque Él en persona está a favor del redimido; pero, más aún, se ha comprometido tanto con nosotros que no ha tenido reparos en dar la cara por la humanidad caída y ha enviado a su propio Hijo para nuestra salvación, para liberarnos de la condena y de la muerte. Es bellísima esta segunda lectura de San Pablo, cuando en pocas líneas nos sitúa en el centro de la Historia de la Salvación y nos abre a la esperanza diciendo que si Dios es el que justifica, el que nos defiende, ¿quién nos acusará en el juicio? ¿Hay esperanza más grande?
En este tiempo de Cuaresma, entregados a las penitencias cuaresmales por nuestras propias culpas y pecados, no tenemos razones para temer, no debemos caer en las tristezas ni angustias, dado que quien nos juzgará es bueno, misericordioso y nos anima para cargarnos de optimismo y confianza.
La escena de la Transfiguración, llena de luz y de gloria, es la prueba que nos da el Padre para que ganemos en la confianza. El Padre lo presenta como Hijo y como Maestro, al que hay que escuchar, porque tiene palabras de vida eterna, el único que puede dar soluciones a todas las dificultades de la humanidad, el único que no pasa. Lo cierto es que la escena de la Transfiguración del Señor es una lección que nos da el Maestro, precisamente en este tiempo de Cuaresma, para que aprendamos con Jesús a no escandalizarnos de la cruz, que la redención y la glorificación, pasan por la ignominia del calvario y de la cruz. Pasemos, como Jesús, dándole la cara a nuestras cruces, si queremos participar de la gloria de la Resurrección. La cruz es la puerta de la gloria.
+ José Manuel Lorca Planes
Obispo de Cartagena