Homilía de Mons. Lorca Planes en la celebración de apertura del Año de la Fe
APERTURA DEL AÑO DE LA FE
Santa María de Gracia de Cartagena. 2012
Queridos sacerdotes,
Ilmos. Sres. Vicarios General y Episcopales
Miembros del Consejo Presbiteral,
Colegio de Arciprestes,
Rectores de los Seminarios,
Delegados Episcopales,
Religiosos y Religiosas,
Seminaristas,
Miembros de los Consejos de Pastoral Parroquiales,
Queridos hermanos,
Hemos venido de todos los rincones de la Iglesia de Cartagena para un acontecimiento muy especial, invitados por el Papa Benedicto XVI, porque ha partido de él esta iniciativa del Año de la fe. Habéis venido a mi llamada con la intención de celebrar juntos esta fiesta de Comunión y fraternidad, habéis venido a recibir de mis manos el deposito de la fe, el Credo. En los primeros siglos de la vida de la Iglesia, los cristianos estaban obligados a aprenderlo de memoria. Esto les servía como oración cotidiana para no olvidar el compromiso asumido con el bautismo.
Nos hemos reunido para este acontecimiento en Cartagena, conmemorando al apóstol Santiago, que obediente al mandato del Señor, llegó a esta tierra anunciando el Reino que viene por la Pascua de Jesucristo: «Ex hoc loco orta fuit Hispaniae lux evangelica» (Desde este lugar nació para España la luz del Evangelio), como se lee en la placa del puerto de santa Lucía, conmemorativa de la llegada del Apóstol.
Benedicto XVI nos recuerda en su Carta Porta Fidei toda esa experiencia que se vivía en la Iglesia con las palabras de San Agustín en la entrega del Credo, dice: «El símbolo del sacrosanto misterio que recibisteis todos a la vez y que hoy habéis recitado uno a uno, no es otra cosa que las palabras en las que se apoya sólidamente la fe de la Iglesia, nuestra madre, sobre la base inconmovible que es Cristo el Señor. […] Recibisteis y recitasteis algo que debéis retener siempre en vuestra mente y corazón y repetir en vuestro lecho; algo sobre lo que tenéis que pensar cuando estáis en la calle y que no debéis olvidar ni cuando coméis, de forma que, incluso cuando dormís corporalmente, vigiléis con el corazón».16
El credo es la fe que hemos recibido en el Bautismo, la fe a la que hemos sido invitados a interiorizar; se trata de la fe que hemos de hacer viva todos los días, una fe que nos implica el estilo de vida. También somos conscientes de que son muchas las dificultades que nos rodean. En nuestro mundo hay fuertes fermentos de ateísmo y de indiferencia religiosa, demasiados prejuicios y etiquetas, los intereses personales y deseos de sobresalir por encima de los demás, en definitiva, y sobre todo, lo que más nos pesa son nuestros propios pecados. ¿Será posible vencerlos?, ¿podremos salir adelante?, más cuando sabemos que una gran parte de culpa está en que el hombre moderno se siente tentado por la excesiva admiración de sí mismo y por el sentimiento de frustración que le produce la experiencia de sus propios fracasos… Las tensiones internas que le producen esta situación le lleva a ir olvidando a Dios, dejándolo en un horizonte muy lejano, sin posibilidad de que pueda entrar en su vida, porque le ha cerrado la puerta. Pero para Dios nada hay imposible y abre muchos caminos a la esperanza.
Precisamente la Iglesia, consciente de la tarea que ha recibido, como continuadora de la misión de Jesús, no puede dejar de llamar a las puertas cerradas, con la gracia y la fuerza del Espíritu, por esta razón predica, insiste, anuncia. La verdad es que Dios se vale de mil formas para llegar a lo más hondo de una criatura. Hoy, el Señor ha salido a llamarnos a nosotros y muchos para que rompamos el hielo de nuestra lejanía y le abramos, «abrirse al amor de Dios es la verdadera liberación. En él, sólo en él, somos liberados de toda forma de alienación y extravío, de la esclavitud del poder del pecado y de la muerte. Cristo es verdaderamente nuestra paz (Ef 2, 14), y el amor de Cristo nos apremia (2 Cor 5, 14), dando sentido y alegría a nuestra vida. La misión es un problema de fe, es el índice exacto de nuestra fe en Cristo y en su amor por nosotros» (Juan Pablo II, Redemptoris Missio, 21).
En el desarrollo del Plan de Pastoral del curso pasado invitaba a esta esperanza a todos los cristianos de esta querida Iglesia de Cartagena y os decía que «La larga experiencia cristiana de esta Iglesia y el testimonio que nos han dejado nuestros santos y mártires nos ha hecho reconocer que «lo decisivo es favorecer el encuentro con Dios, esos momentos de sinceridad ante él, que pueden cambiar nuestra vida más que todos los argumentos. La escucha de su invitación es el camino más corto para despertar y reavivar nuestra fe. El esfuerzo de la persona que quiere creer no se dirige a ‘conseguir’ algo, a ‘poseer’ a Dios, a ‘entender’ por fin el misterio de la vida, se orienta, más bien, a hacerse disponible, a acoger, a sintonizar con la llamada que se le hace, a dejarse buscar por Dios. No se trata de conocer a Dios, sino más bien, de reconocerlo: ‘Dios estaba ahí, y yo no lo sabía'» .
Porque tenemos la seguridad de la fuerza del Espíritu, porque conocemos el rostro bello de Dios, porque tenemos seguridades, los cristianos debemos ser voz y luz, aunque nos reconozcamos débiles y limitados, pero con la seguridad de la sabiduría de la que somos portadores, la gran fuerza que viene de Dios, como dice el Papa: «la Iglesia continúa su peregrinación ‘en medio de las persecuciones del mundo y de los consuelos de Dios’, anunciando la cruz y la muerte del Señor hasta que vuelva (cf. 1 Co 11, 26).
El grito que nos lanza el Señor a todos, para aumentar nuestra esperanza, dentro de un mundo que le ha dado la espalda a Dios, sigue vivo, resuena esta tarde en este templo y se extiende por toda la Diócesis milenaria de Cartagena: «Si tenéis fe como un grano de mostaza, diréis a ese monte: ‘desplázate de aquí allá’, y se desplazará, y nada os será imposible» (Mt 17, 20).
Si, estamos de acuerdo en que lo primero que tenemos que hacer es algo sencillo, llegar a una sincera conversión, para que nuestras palabras vayan acompañadas del testimonio, de la experiencia de ser de Cristo, pero con «un testimonio valiente y lleno de amor al hombre hermano, decidido y prudente a la vez, sin ocultar su propia identidad cristiana». Pero no tengáis miedo, lanzaos, poneos en camino, entregaos al Señor en la vida ordinaria y tened la seguridad de que la fuerza del Espíritu Santo os capacitará para la misión y fortalecerá vuestro testimonio, haciéndolo franco y valeroso.
Hoy os voy a entregar el Credo y os pido que sea vuestra oración de cabecera, porque se trata de la profesión de fe, la actualización de la gracia del Bautismo, el sacramento de la entrada en el pueblo de los creyentes para alcanzar la salvación. El conocimiento de la fe introduce en la totalidad del misterio salvífico revelado por Dios. El asentimiento que se presta implica por tanto que, cuando se cree, se acepta libremente todo el misterio de la fe, ya que quien garantiza su verdad es Dios mismo que se revela y da a conocer su misterio de amor.
Queridos hermanos, os recuerdo lo que os pedía en mi Carta Pastoral, que renovéis el ánimo, que no os dejéis seducir por el cansancio o la dulce rutina, que tengáis el coraje de poneros en pie y que abracéis la Cruz de Cristo, no la de nuestros intereses, la que nos hemos planteado cada uno a nuestra medida, sino la real que llevamos encima, para cumplir así, «en mi carne, lo que falta a los padecimientos de Cristo, en favor de su cuerpo, que es la Iglesia» (Col 1, 24). Cuidad la fe que os ha regalado el Señor, haced que madure, con la escucha de la Palabra de Dios; la participación en los sacramentos, especialmente en la Eucaristía y en el de la Penitencia; con los cursos de formación o de catecumenado de adultos; apoyando y sirviendo en las act
ividades evangelizadoras de la parroquia, estando disponibles siempre para ayudar a los hermanos; como voluntarios de la caridad…
Que Dios os bendiga. Orad al Señor por todos los sacerdotes, especialmente por los que la próxima semana comenzaran los Ejercicios Espirituales, y por los seminaristas, llamados a ser vuestros servidores en la caridad.