La Diócesis ora por los consagrados fallecidos por Covid-19

Diócesis de Cartagena
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La diócesis de Cartagena es una sede episcopal dependiente de la archidiócesis de Granada, en España. Su sede es la catedral de Santa María, situada en la ciudad de Murcia.

«Damos gracias por las personas que, con paso firme y decidido, se entregaron al Señor y por la estela de gracia que han dejado viviendo las virtudes teologales, ascendiendo por la escalinata de sus vidas hasta alcanzar ya la casa de Dios; vidas que, unidas a la Virgen María, han sido y son fuentes de esperanza». Con palabras emocionadas recordaba el obispo auxiliar y delegado para la Vida Consagrada, Mons. Sebastián Chico, a los consagrados que han muerto durante los últimos meses por coronavirus.

La Iglesia española se unía en oración el pasado sábado, en la fiesta de la Presentación de la Santísima Virgen María, para orar por los consagrados fallecidos durante la pandemia. Una celebración, presidida por Mons. Chico, que en la Diócesis de Cartagena congregó en la catedral a sacerdotes, religiosos, religiosas y seminaristas.

En la Diócesis de Cartagena han fallecido por Covid-19 cuatro religiosas de diferentes congregaciones, el obispo auxiliar agradeció sus vidas entregadas, al igual que las de todos los consagrados fallecidos en España y en el mundo: «Hombres y mujeres apasionados por Dios y por la humanidad, que con sus vidas han sido signo del amor de Dios, luz de esperanza en la resurrección y presencia gozosa del reino de Dios».

Mons. Chico relacionó el momento actual y la respuesta de la Iglesia con las tres virtudes teologales: fe, esperanza y caridad. Destacó que orar por los consagrados difuntos «es antes que nada un momento particular e intenso de fe»; que la esperanza anima a los cristianos «a pensar que ninguna muerte es inútil, pues el Evangelio, siempre y en todas partes es buena noticia»; y que «una de las obras de misericordia es orar por los difuntos».

A pesar de la situación de dolor e incertidumbre provocada por la pandemia, Mons. Chico hizo una llamada a la esperanza: «Que cada uno de nosotros, los consagrados a Dios, en nuestra pequeñez, pero con el deseo de estar bien enraizados en Cristo, fuertes en la fe, seamos aliento de esperanza y de alegría, para este mundo que está sufriendo, que está viviendo en tristeza, ensombrecido por el miedo, pero deseoso de sentido, de verdad y de paz».

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