Gema Rosemary profesó el domingo sus votos solemnes en la Orden de Santa Clara, en el monasterio de Caravaca de la Cruz.
El pasado domingo, sor Gema Rosemary del Corazón de María Sepet Chalí profesó los votos solemnes en el monasterio de Santa Clara de Caravaca de la Cruz. El obispo de Cartagena presidió la Eucaristía en la solemnidad de la Santísima Trinidad. En su homilía se dirigió a la novicia para hacerle un recordatorio: «Nunca estarás sola, el Señor está contigo». A continuación, sor Gema se postró en el suelo mientras sus padrinos echaron sobre ella pétalos de flor. «En ese momento solo pensaba en mi deseo de entrega total al Señor con un especial recuerdo a los enfermos de cáncer», recuerda sor Gema. Tras la lectura y firma de la fórmula de la Orden de Santa Clara, la abadesa le impuso la corona de espinas, «como símbolo de que hay que vivir el sufrimiento de la gente y del mundo», y le hizo entrega del anillo, «con el que desposarse con el Señor de manera definitiva».
En este día tan importante para ella, quiso agradecer a los presentes su compañía, especialmente a las hermanas por haberla aceptado y ayudado a crecer en su vocación y discernimiento. A pesar de la distancia, su familia pudo seguir la celebración a través de internet.
Sor Gema recordó cómo surgió su vocación:
Nací hace treinta años en Guatemala y soy la mayor de nueve hermanos educados en la fe. Mis padres están muy contentos porque siempre han querido tener una hija religiosa. Mi vocación surgió cuando era pequeña, al conocer que una familiar iba a ingresar en el convento de las hermanas clarisas en Caravaca de la Cruz. Con nueve años, su marcha me dejó pensativa. Un tiempo después, cuando yo había cumplido catorce, regresó de visita. Volverla a ver me impresionó y decidí que cuando fuese mayor sería como ella. Aunque en ese momento ya estaba dispuesta a marcharme con esta religiosa, me dijo que por la edad aún no podía, pero que tendría la oportunidad cuando tuviera los años suficientes. Pasado un año, dejé de tener contacto con las hermanas, me surgieron dificultades que hicieron que me replanteara si en verdad esto era para mí. Le di la espalda a mi vocación.
Llegó el día en el que me atreví a volver a llamar a las clarisas. Yo pensaba que ya había perdido mi oportunidad, pero me contestaron que aquí siempre tendría las puertas abiertas. Así revivió mi vocación. Yo tenía el sueño de consagrarme al Señor, de servir a las hermanas, tenía la ilusión de estar ya en Caravaca.
Al cumplir los veinte, ingresé en el convento y descubrí que la vida aquí no era como yo la había imaginado pues, nada más llegar, me hicieron un control médico y me diagnosticaron una enfermedad contra la que batallar. Mi expectativa de servir a las hermanas se dio la vuelta, para tener que ser yo a la que ellas cuidaran. Cuando me dijeron que me tenían que operar pasé mucho miedo, porque en mi tierra, si te hacen una intervención de este tipo, estás entre la vida y la muerte. Las hermanas fueron un apoyo imprescindible para poder salir adelante, dándome ánimo y las fuerzas necesarias.
Cuando terminé la etapa del postulantado pedí el noviciado. Las hermanas me aceptaron en la comunidad y tomé el hábito en 2014. Estaba muy contenta, con ganas de vivir, de seguir adelante a pesar de lo que estaba pasando. En 2016, cuando ya estaba para profesar los votos simples, me tuvieron que volver a intervenir. Pero llegó el día y yo estaba muy contenta, al igual que mis padres.
Cuando se pasa por momentos de dificultad no queda más remedio que ser fuerte, ver las cosas de otra manera y darse cuenta de que el Señor está siempre al lado. La debilidad humana hace que a veces no sintamos su compañía, pero sí está. Durante este tiempo he descubierto la importancia de la confianza en el Señor y de la oración de las hermanas, también de otros conventos.
Hace un año le conté a la superiora que ya había tomado la decisión de dar mi vida definitiva al Señor y le pedí que tuvieran en cuenta en el capítulo conventual si podía admitirme la comunidad. No esperaba que la resolución llegara tan rápida y, cuando me comunicaron la noticia de mi admisión, empecé a llorar de emoción. En las últimas revisiones me han comunicado que tengo otra enfermedad. He vuelto a sentir el miedo, a pasar por los tratamientos… ¡Pero llegó el día de la profesión solemne! El Señor me ha designado esto, mi cruz es la enfermedad. Cada uno lleva la suya y esta es mi vida, que comienza nueva para mí, en la que seguir luchando con ilusión. Confío en Dios, Él me ha dado las fuerzas para continuar.
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