La Iglesia es de Cristo

Homilía de Mons. Francisco Cases Andreu, Obispo de Canarias, en la Misa de Acción de Gracias por Benedicto XVI.

EUCARISTÍA PARA DAR GRACIAS

POR EL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

LAS PALMAS DE GC, 2 DE MARZO DE 2013

«LA IGLESIA ES DE CRISTO»

Queridos Hermanos:

El 18 de abril de 2005, el entonces Cardenal Ratzinger presidía la Santa Misa pro eligendo pontifice con los señores Cardenales. Terminaba la homilía con una sencilla súplica: Pidamos al Señor nos dé un pastor según su corazón, un pastor que nos guíe al conocimiento de Cristo, a su amor, a la verdadera alegría.

Hoy nos reunimos gozosos, unidos en esa verdadera alegría, para dar gracias al Señor, porque escuchó esa súplica y durante casi ocho años nos regaló un pastor según su corazón, que no ha dejado de guiarnos al conocimiento de Cristo y a su amor. Y lo hacemos, sí, con alegría, porque hasta en el momento de su despedida ha querido dejarnos ese mensaje de gozo: «Gracias por vuestro amor y cercanía. Que experimentéis siempre la alegría de tener a Cristo como el centro de vuestra vida». Este ha sido su último tweet, con palabras que había ya dicho en la Audiencia del miércoles pasado.

Este mensaje de alegría, que se funda en la viva conciencia de no estar solo, de saberse acompañado por la fuerza y la presencia del Señor, y el calor de los hermanos en una Iglesia que está viva, y que él ha vivido y vive como una gran familia, ha estado permanentemente presente en boca del Santo Padre. Él ha encontrado siempre la fuente de la alegría en la certeza de saberse amado incondicionalmente por Dios, como nos ha manifestado en Cristo. Benedicto XVI ha sido el primero en mostrar las deformaciones de la fe cuando se vive como sentimiento y como rutina, una fe que no empapa la vida sino que es superficial, fragmentaria e incoherente, cansada y tediosa, falta en consecuencia de alegría y de entusiasmo. El núcleo de la crisis de la Iglesia en Europa -afirmaba el Santo Padre en diciembre de 2011- es la crisis de fe. Si no encontramos una respuesta para ella, si la fe no adquiere nueva vitalidad, con una convicción profunda y una fuerza real gracias al encuentro con Jesucristo, todas las demás reformas serán ineficaces.

La salida de la crisis pasa necesariamente por el encuentro gozoso con Cristo; la felicidad interior de conocer a Cristo y de pertenecer a su Iglesia; que Él mismo esté presente, nos hable, se nos entregue; la alegría y el entusiasmo renovado del encuentro con Cristo; redescubrir la fe como una amistad personal profunda con la bondad de Jesucristo. «La fe es decidirse a estar con el Señor para vivir con él. Y este «estar con él» nos lleva a comprender las razones por las que se cree» (PF 10). Son todas expresiones sacadas de distintas intervenciones del Santo Padre. Creo que Benedicto XVI queda para todos nosotros particularmente como una referencia para ser creyente en el momento actual. ¿Cómo ser creyente en una Iglesia con una profunda crisis de fe, y en una sociedad, en la que ha crecido el vacío y se ha difundido la ‘desertificación espiritual’? ¿Qué significa ser creyente hoy y qué significa la fe?

Ha sido ésta una de las grandes cuestiones permanentemente tratadas, pensadas y rezadas por el teólogo Ratzinger y por el Santo Padre Benedicto XVI. Ya en 1968 publicó Introducción al Cristianismo, una obra emblemática en su enseñanza teológica, que no ha perdido actualidad. Desde ella es posible seguir un hilo siempre presente, que pasa por su libro entrevista Informe sobre la Fe (1985), y llega a las últimas iniciativas del Pontificado, todas girando en torno al mismo tema: la preocupación por el alejamiento de la fe, la pérdida del sentido de lo sagrado, la renovación de la fe como prioridad en el compromiso de toda la Iglesia en nuestros días, para hacer que Dios esté nuevamente presente en este mundo y se abra a los hombres el acceso a la fe. Recordamos como muestra: Motu Proprio por el que creó el Pontificio Consejo para la Nueva Evangelización (Septiembre 2010), la celebración del Sínodo de los Obispos sobre La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana (7 – 28 Octubre 2012), la Convocatoria del Año de la Fe con la Carta Apostólica Porta Fidei (11 de Octubre de 2011) y la Apertura (11 de Octubre de 2012) e implicación personal en el mismo con las sucesivas Catequesis impartidas en las últimas semanas sobre la Fe y sobre el Credo, interrumpidas por la Renuncia al ministerio petrino.

Confirmar en la fe a los hermanos, como sucesor del Apóstol Pedro, el pescador, el primero en confesar a Jesús como Cristo, Hijo de Dios; avivar esa fe, formar esa fe, ha sido su prioridad absoluta.

Una fe formada es una fe recia, no sentimental ni rutinaria, sino madura y adulta. «No es «adulta» -decía el cardenal Ratzinger en la Homilía de la Misa pro eligendo pontifice el 18 de abril de 2005- una fe que sigue las olas de la moda y la última novedad; adulta y madura es una fe profundamente arraigada en la amistad con Cristo. Esta amistad nos abre a todo lo que es bueno y nos da el criterio para discernir entre lo verdadero y lo falso, entre el engaño y la verdad. Debemos madurar esta fe adulta; debemos guiar la grey de Cristo a esta fe. Esta fe —sólo la fe— crea unidad y se realiza en la caridad». «Gracias a la fe, esta vida nueva (recibida en el bautismo) plasma toda la existencia humana en la novedad radical de la resurrección. En la medida de su disponibilidad libre, los pensamientos y los afectos, la mentalidad y el comportamiento del hombre se purifican y transforman lentamente, en un proceso que no termina de cumplirse totalmente en esta vida. La «fe que actúa por el amor» (Ga 5, 6) se convierte en un nuevo criterio de pensamiento y de acción que cambia toda la vida del hombre (Porta Fidei 6)

Una fe formada es una fe que se vive con los demás en la Iglesia, una Iglesia que no es nuestra, ni obra de nuestras manos, sino que ‘es del Señor’ y obra continua de su Espíritu. Dos días después de anunciar su renuncia, antes de entrar en el texto preparado de la Audiencia de los miércoles, afirmó: «Me sostiene y me ilumina la certeza de que la Iglesia es de Cristo, que no dejará de guiarla y cuidarla» (13 febrero 2013). Me parece una afirmación que manifiesta una profunda fe en el Señor de la Iglesia. En la Audiencia del último miércoles volvía a repetir la idea, ahora en alusión a las dificultades vividas en algunos momentos a lo largo de estos ocho años: «Me he sentido como San Pedro con los Apóstoles en la barca en el lago de Galilea: el Señor nos ha dado muchos días de sol y de brisa ligera, días en los que la pesca ha sido abundante; pero también ha habido momentos en los que las aguas estaban agitadas, el viento era contrario -como a lo largo de toda la historia de la Iglesia- y el Señor parecía dormir. Pero siempre he sabido que en esa barca está el Señor, y siempre he sabido que la barca de la Iglesia no es mía, no es nuestra, sino suya. Y el Señor no deja que se hunda: es él quien la conduce».

Una fe formada es una fe vinculada a una esperanza firme. Al tema ha dedicado una Encíclica, SPE SALVI, pero prefiero recoger en esta ocasión su testimonio más espontáneo, el que expresa en una entrevista realizada hace pocos meses. Preguntado el Santo Padre por las razones de su esperanza, respondía: «La primera razón de mi esperanza consiste en que el deseo de Dios, la búsqueda de Dios está profundamente grabada en cada alma humana y no puede desaparecer… La segunda razón de mi esperanza consiste en el hecho de que el Evangelio de Jesucristo, la fe en Cristo, es simplemente verdad. Y la verdad no envejece… Las ideologías tienen un tiempo determinado, son partículas de verdad, pero al final se consumen. Un tercer motivo empírico lo vemos en que los jóvenes han visto muchas cosas -las ofertas de
las ideologías y del consumismo-, pero perciben el vacío de todo esto, su insuficiencia, porque el hombre ha sido creado para el infinito (cf. Entrevista 15 Oct. 2012).

Una fe formada es una fe que actúa por la caridad. El teólogo de la denuncia del relativismo de las ideas y las éticas, el lúcido y agustiniano buscador de la Verdad, que abraza confiada y fuertemente la razón y la fe, sabiendo que se necesitan mutuamente, es quien nos ha invitado una y otra vez a pensar y a vivir la caridad. Su primera Encíclica -DEUS CARITAS EST- nos explicó la verdad del Amor, que es Dios, nace de Dios y nos hace como Iglesia manifestarlo en el mundo, como servicio para atender constantemente los sufrimientos y las necesidades, incluso materiales, de los hombres. Y dedicó su tercera y última Encíclica de nuevo a la Caridad, para mostrar que «LA CARIDAD EN LA VERDAD, de la que Jesucristo se ha hecho testigo con su vida terrenal y, sobre todo, con su muerte y resurrección, es la principal fuerza impulsora del auténtico desarrollo de cada persona y de toda la humanidad».

Una fe formada es una fe que se hace presente en la sociedad: con un pensamiento vigoroso, un discurso bien fundado, lúcido, que habla con claridad de las cosas esenciales, a veces preteridas, y acepta ser signo de contradicción en muchas cuestiones que pueden denominarse innegociables. Las intervenciones del Santo Padre en la Asamblea General de las Naciones Unidas de Nueva York, en las Universidades de Ratisbona, Praga, Lisboa, etc., en el Parlamento alemán, en el Westminster Hall de Londres, en el Colegio de los Bernardinos de París, en el Escorial de Madrid, en la Basílica de la Salud de Venecia, y en tantos encuentros con los hombres y mujeres del campo de la política, la cultura y la acción educativa y social, quedan como hitos de luz en campos hoy cada día más difíciles de alcanzar desde el Evangelio. Y todo ello con una humildad serena y firme: la humildad que hace destacar que uno tiene confianza, no en el propio poder o saber, sino en la fuerza y el poder de la misma verdad, que no puede imponerse, sino proponerse con claridad y convicción razonada.

Un 19 de abril de 2005 los señores Cardenales eligieron a un sencillo y humilde trabajador en la viña del Señor. Casi ocho años más tarde ese humilde trabajador ha visto acercarse y llegar el límite de sus fuerzas y nos ha dicho: «en el mundo de hoy, sujeto a rápidas transformaciones y sacudido por cuestiones de gran relieve para la vida de la fe, para gobernar la barca de san Pedro y anunciar el Evangelio, es necesario también el vigor tanto del cuerpo como del espíritu, vigor que, en los últimos meses, ha disminuido en mí de tal forma que he de reconocer mi incapacidad para ejercer bien el ministerio que me fue encomendado.» Ha sido la última lección de su fe, su confianza en el Señor, su amor a la Iglesia. Gracias, Santo Padre. Gracias, Señor, Pastor de tu Iglesia, por el Hermano y Pastor que nos regalaste, Benedicto XVI. Él nos deja en el corazón la confianza de que Tú no abandonas nunca a tu Iglesia, y seguirás cuidándola y guiándola con un nuevo Sucesor de Pedro, un Pastor según tu corazón.

Que el Señor nos bendiga con su amor y nos llene de amor mutuo

+ Francisco, Obispo

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