«He contado tu Fidelidad y tu Salvación, no he negado tu Misericordia y tu Lealtad antes la Gran Asamblea» (Salmo 40, 11)

Mensaje de Cuaresma de Mons. Cases Andreu, Obispo de Canarias.

Nos propusimos en este Curso Pastoral profundizar y vivenciar mejor todo lo que supone la Celebración en la Iglesia. Celebrar es vivir la cercanía y la acción de Dios en nuestras vidas; es alegrarse porque somosliteralmente agraciados por los dones de Dios; celebrar es contar lo queDios ha hecho y hace en nosotros, llenando nuestros días de sentido; celebrar es confiar en esa cercanía de Dios, que nos hace hermanos y nos congrega en una sola familia. En la Eucaristía, Presencia, Sacrificio y Banquete de Cristo, se resume y concentra toda celebración cristiana. Profundizando en la Eucaristía, personal y comunitariamente, y celebrandocomo la Madre Iglesia nos enseña a hacerlo, la Iglesia se renueva constantemente, resurge de su debilidad, su desgana y su confusión.

Aunque todo en la Iglesia surge de la Eucaristía y a ella nos lleva, loscreyentes en Cristo podemos repasar otras muchas ocasiones y motivos inmediatos de celebración. Al iniciar el tiempo de Cuaresma invito a todos, pastores y fieles, a reflexionar y a vivir con actitud renovada la Celebración de la Misericordia de Dios en el Sacramento de la Reconciliación o Penitencia. Me parece que es evidente que se da en la Iglesia un empobrecimiento y, en algunos lugares, hasta una total ausencia de la celebración de la Penitencia Sacramental, o Sacramento de la Reconciliación. La situación nos debe hacer pensar y nos debe hacer reaccionar.

Pienso que el problema es bastante más profundo de lo que parece. No se trata únicamente del descenso o desaparición de la praxis de la Reconciliación sacramental, lo cual ya es suficientemente grave. Junto a este descenso o ausencia se ha producido una débil o nula presencia del discurso público sobre este tema. No se habla del pecado, no se habla de la salvación, no se habla de la sacramentalidad del perdón de Dios en la Iglesia. Es una pérdida para nosotros mismos. Y será un enriquecimientocontar y cantar la fidelidad y la salvación de Dios, gritar su misericordia y sulealtad ante la gran asamblea.

1. Hablar del pecado

Hoy resulta fácil hablar del mal, pero no tanto hablar del pecado. El mal ¡lo tenemos tan cercano, y nos afecta tanto! Las consecuencias de lacrisis económica, la corrupción, el terrorismo, la violencia doméstica, ladroga, la emigración y sus muertes en la noche del océano, el paro, lascrisis familiares… Hoy resulta fácil hablar del mal. Pero no nos gusta hablarni oír hablar del pecado. ¿Dónde está la diferencia? Al hablar del mal pensamos en la fatalidad, o en las consecuencias inevitables del progreso,o en las responsabilidades de terceros, que siempre terminamos encontrando como culpables de que este mundo no funcione. Pero el mal no siempre es una fatalidad. El mal existe porque existe la responsabilidad, la mía y la tuya, y porque existe la desobediencia, la mía y la tuya, la negativa a escuchar la voz de Dios. Nos cuesta asumir que no sólo existe el mal, sino el pecado. Y nos cuesta asumir que no sólo existe el pecado, sino que existe mi pecado. Nos cuesta aceptar que yo soy pecador porque soyresponsable del mal que he hecho surgir o he permitido que surja en esos cuatro metros cuadrados en los que se desenvuelve mi vida. Necesitamos retomar el tema del pecado en la catequesis y en la homilía, en la charla formativa y en la conversación de ayuda pastoral.

Los primeros capítulos del Génesis contienen una profunda catequesis sobre el pecado. Nos muestran al hombre que no ha querido escuchar la voz de Dios, que se esconde de Él, que le huye. Y por ello lo que antes fuepalabra de amigo en el jardín, ahora es sólo ruido que produce miedo. Y la palabra del Padre llama al hombre para situarlo ante su responsabilidad. Dios muestra al hombre el origen de su mal -su negativa a escuchar- y las consecuencias del mal que ha desencadenado. El pecado es no obedecer, noquerer escuchar, es querer montar la vida, el mundo, prescindiendo de loque Dios ha previsto como sentido de cada cosa. El pecado es no amar, es no ver a Dios ni ver que todo nos viene de él, es no ver al hermano, o no ver sus necesidades, o no verlo como hermano, sino como mi adversario o mi servidor. El pecado es prescindir de Dios, olvidar a Dios, eliminar a Diosde la vida. Y el pecado es no confiar, desesperar.

2. Hablar de la Salvación

El discurso sobre el pecado, en creyente, tiene que vincularse en seguida al tema de la salvación. De otra forma, al aceptar nuestra condición pecadora, nos ahogaríamos en la desesperanza o ladesesperación. Hay remedio, hay salida, hay salvación. ‘Donde abundó elpecado, sobreabundó la gracia’(Rom 5, 20). Yo, que soy pecador, necesito salvación y puedo ser salvado. El tema de la salvación es el tema central dela religión y del cristianismo, aunque a veces no sepamos qué hacer con él,reduciéndolo o confundiéndolo. Y lo reducimos y lo confundimos cuando sólo buscamos o esperamos la salvación de los males penúltimos o intermedios:la enfermedad, la limitación económica, la dificultad del momento… El ángeldel Señor explica a José que María, su mujer, dará a luz un hijo, y que él ‘lepondrá por nombre Jesús, porque salvará a su pueblo de sus pecados’ (Mat 1, 21). ‘Hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador’ anuncian los ángeles a los pastores; y Simeón, prevenido por el Espíritu, se llena de paz ‘porque mis ojos han visto a tu Salvador’ (Luc 2, 30). Necesitamos unacatequesis, un mensaje público sobre la salvación. Volviendo a las primeras páginas del Génesis, vemos que Dios enfrenta al hombre con suresponsabilidad, pero también le ofrece su promesa de salvación. Noserviría de nada mostrar de dónde brota el mal y a dónde lleva, si no seanuncia que ese mal del hombre no es la palabra definitiva.

La voz del Padre es anuncio de gracia, de victoria sobre ese mal. Si elpecado del mundo no ha sido una fatalidad del progreso, sino que ha nacidodel corazón de Adán, confundido y ambicioso, la vida del mundo nacerátambién de un corazón humano. La descendencia de la nueva Eva, Cristo, derrotará al linaje de la serpiente primordial. Una desobediencia, unanegativa a escuchar, trajo y trae el mal al mundo, el único verdadero mal que es el pecado. Una obediencia, una disponibilidad total a escuchar y ahacer la voluntad de Dios, trae la gracia y la salvación al mundo y lo llena de alegría y de paz.

Y esa obediencia, esa disponibilidad total a escuchar, la obediencia de Cristo, Hijo del Padre, nos salva, nos redime. Nos salva del único verdaderomal que hay en el mundo que es el pecado. No salva la ciencia, no salvanlas estructuras de progreso, no salvan las leyes,
no salva la razón herida.En esta enorme máquina del mundo, que funciona y chirría, que avanza yaplasta, la pieza que necesita el verdadero y definitivo ajuste es el corazón humano. La obediencia de Cristo nos salva y nos redime. Y nos salvaporque transforma nuestro corazón rebelde en corazón dócil, un corazón que sabe escuchar y que dice: aquí estoy para hacer tu voluntad.

3. Hablar de la reconciliación sacramental y celebrar el Sacramento de la Misericordia

La salvación, que es don de Dios ganado por Cristo, llega a nosotros por los Sacramentos de Cristo, en su Iglesia. También aquí necesitamosrecuperar el discurso sobre los Sacramentos de la Iglesia. Y recuperar eldiscurso sobre la salvación del pecado -el único y verdadero malfundamental del ser humano-, en la misericordia de Dios que nos alcanza enel perdón ofrecido por la Iglesia en el Sacramento. “Se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador y su amor al hombre” (Tito 3, 4). Y siguemanifestándose y sigue alcanzando hoy al hombre pecador.

La ley de la Encarnación sigue presente en la Iglesia. Esta larga pero hermosa cita del abad del monasterio de Stella, el Beato Isaac (s. XII), quenos habla de cómo encontramos el perdón de Dios por medio de la Iglesia,merece ser meditada sosegadamente: Hay dos cosas que son de laexclusiva de Dios: la honra de la confesión y el poder de perdonar. Hemosde confesarnos a él. Hemos de esperar de él el perdón. ¿Quién puedeperdonar pecados, fuera de Dios? Por eso, hemos de confesar ante él. Pero,al desposarse el Omnipotente con la débil, el Altísimo con la humilde, haciendo reina a la esclava, puso en su costado a la que estaba a sus pies.Porque brotó de su costado. En él le otorgó las arras de su matrimonio. Y,del mismo modo que todo lo del Padre es del Hijo, y todo lo del Hijo es delPadre, porque por naturaleza son uno, igualmente el Esposo dio todo lo suyo a la esposa, y la esposa dio todo lo suyo al Esposo, y así la  hizo unoconsigo mismo y con el Padre: Este es mi deseo, dice Cristo, dirigiéndose alPadre en favor de su esposa, que ellos también sean uno en nosotros, como tú en mí y yo en ti.

Por eso, el Esposo, que es uno con el Padre y uno con la esposa, hizo desaparecer de su esposa todo lo que halló en ella de impropio, lo clavó en la cruz y en ella expió todos los pecados de la esposa. Todo lo borró por elmadero. Tomó sobre sí lo que era propio de la naturaleza de la esposa y serevistió de ello; a su vez, le otorgó lo que era propio de la naturaleza divina.

En efecto, hizo desaparecer lo que era diabólico, tomó sobre sí lo que erahumano y comunicó lo divino. Y así es del Esposo todo lo de la esposa. Poreso, el que no cometió pecado y en cuya boca no se halló engaño pudo muy bien decir: Misericordia, Señor, que desfallezco. De esta manera, participaél en la debilidad y en el llanto de su esposa, y todo resulta común entre elesposo y la esposa, incluso el honor de recibir la confesión y el poder de perdonar los pecados; por ello dice: Ve a presentarte al sacerdote.

Nada podría perdonar la Iglesia sin Cristo: nada quiere perdonar Cristo sin la Iglesia. Nada puede perdonar la Iglesia, sinoal que se arrepiente, o sea, al que ha sido tocado por Cristo. Nada quiere mantener perdonado Cristo al que desprecia a la Iglesia.Pues lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre. (Sermón 11:PL 194, 1728-1729)

Necesitamos traducir en iniciativas concretas en este tiempo deCuaresma esta recuperación de la praxis y del discurso público sobre el pecado, sobre la salvación y sobre la Penitencia sacramental. Seguro que el Espíritu del Señor tocará nuestros corazones y nos hará encontrar las fórmulas concretas para realizar esta tarea. Así haremos realidad las palabras del salmo: “He contado tu fidelidad y tu salvación, no he negado tu misericordia y tu lealtad ante la gran asamblea” (Salmo 40, 11).Que elSeñor nos bendiga con su amor y nos llene de amor mutuo.

Francisco, Obispo  

Contenido relacionado

Enlaces de interés