Ser Sacerdote

El 19 de marzo la Iglesia nos convoca a celebrar el Día del Seminario coincidiendo la Fiesta de San José. Esta celebración ha de reavivar la conciencia del pueblo cristiano sobre la necesidad de las vocaciones al sacerdocio y de la corresponsabilidad de todos en la formación de los futuros sacerdotes. Demos gracias a Dios, en primer lugar, por nuestros seminarios –el Seminario Conciliar y el Seminario Misionero Redemptoris Mater— donde se preparan actualmente veintiún seminaristas para servir a nuestra Iglesia y para la evangelización del mundo. El Seminario es muy importante para el presente y futuro de la Iglesia. Oremos mucho por ellos, por su perseverancia, su preparación y su deseo de entrega asociados siempre al ministerio de Cristo Sacerdote a quien representarán. No cabe duda de que ser sacerdote es algo extraordinario: una llamada de Dios que el hombre acoge con alegría y plena disposición.

El sacerdote es siempre un don de Dios, que es quien elige y llama a los que quiere para ponerlos al servicio de su pueblo. Es Él quien los consagra «para el anuncio del Evangelio al mundo y para la edificación de la Iglesia, personificando a Cristo, Cabeza y Pastor»(PDV 15). Somos conscientes de la necesidad apremiante de sacerdotes que tiene la Iglesia. Recordemos, además, que sin el ministerio ordenado no es posible la Iglesia, pues «el sacerdocio, junto con la Palabra de Dios y los signos sacramentales, a cuyo servicio está, pertenece a los elementos constitutivos de la Iglesia» (PDV 16).

A nosotros nos corresponde colaborar con Dios, en primer lugar, orando –“orad al Señor de la mies que envíe obreros a su mies” (Mt 9,38)— pero también poniendo los medios para que la llamada de Dios germine y podamos así contar con muchos, buenos y santos sacerdotes. Pero, además de los medios económicos, debemos ante todo colaborar animando a la generosidad y la entrega para escuchar la llamada del Señor y seguirla con prontitud.

Toda la comunidad cristiana debe escuchar el lema de este año: «Levántate y ponte en camino», palabras que Jesús dirigió al paralítico. Es urgente levantarse y caminar para superar la tentación de la pasividad, el individualismo y el desánimo, para no quedarnos parados esperando que las cosas se arreglen solas. La familia y la parroquia han de ser el lugar para aprender que son “dichosos los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen” (Lc. 11, 28), que “hay más felicidad en dar que en recibir” (Hch 20,35), que Jesús llena de gozo el corazón de cuantos se entregan a Él. Demos, pues, testimonio a las generaciones más jóvenes de lo que es una vida auténticamente cristiana.

Cuando el Señor nos dice “Levántate y ponte en camino” nos llama para que trabajemos en promover, llamar, cuidar y apoyar las vocaciones. Los padres, sacerdotes, personas consagradas, catequistas y profesores, jugamos un papel decisivo en esta tarea. Hemos de preguntarnos ¿Son nuestras familias espacios de vida cristiana donde la vocación al sacerdocio pueda ser acogida como un don de Dios y no como una triste opción incomprensible? ¿Es nuestra parroquia una comunidad viva que siente el ministerio sacerdotal como una necesidad de la Iglesia? Como dice el Papa Francisco: “La vida fraterna y fervorosa de la comunidad despierta el deseo de consagrarse enteramente a Dios y a la evangelización, sobre todo si esa comunidad ora insistentemente por las vocaciones y se atreve a proponer a sus jóvenes un camino de especial consagración» (EG 107).

Jóvenes: preguntadle a Dios: «Señor, ¿qué quieres que haga? ¿Qué quieres que yo sea?». El sacerdote es una persona con los pies en la tierra y con el alma en el cielo, un cristiano que tiene el corazón enamorado del Señor y entrega su vida por entero a Dios. El Señor sigue llamando y solo necesita de nuestra parte unos oídos atentos para escucharlo. Ante esta llamada podemos decir «sí, cuenta conmigo», como hizo la Virgen María o marcharnos por otro camino, como hizo el Joven rico del Evangelio y tantos otros que escucharon la voz del Señor y endurecieron el corazón. De nuestra respuesta dependen muchas vidas, la abundancia de la gracia de Dios y del perdón, el consuelo de la esperanza, la presencia viva de Cristo en la sociedad. ¡Sí! Merece la pena ser Sacerdote pero ¿estamos dispuestos a darle una respuesta generosa, comprometida y fiel al Señor?

 

+ Rafael, Obispo de Cádiz y Ceuta

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