Mi carta al comienzo del curso pastoral

Con el mes de septiembre hemos comenzado a caminar el nuevo curso y se ponen en marcha nuestras actividades pastorales. Los niños y jóvenes comenzarán el nuevo curso escolar y en las parroquias se organizará la catequesis y se programarán las distintas actividades pastorales. Os invito a quienes estáis implicados en alguna actividad en vuestras parroquias (catequesis, caritas, grupos de formación, pastoral familiar, grupos juveniles…) a participar en ellas con renovada ilusión.

Gracias, en primer lugar, por vuestra colaboración, por vuestra participación fiel en la vida de la Iglesia, por tantos trabajos asumidos con generosidad ejemplar al servicio de los demás en cada parroquia o comunidad; gracias por vuestra caridad compartiendo los bienes y sirviendo a los pobres y necesitados. Gracias, sobre todo, por vuestra fidelidad y creatividad en los momentos difíciles pasados últimamente.

Este curso 2022 – 2023 nos permitirá recoger el impulso de nuestro trabajo en la fase diocesana del próximo Sínodo de los obispos sobre la Sinodalidad. Demos gracias a Dios también por ello, pues nos ayudó a compartir con sinceridad y profundidad entre nosotros y con las demás diócesis nuestras inquietudes, y los deseos de evangelización y de renovación pastoral. El proceso sinodal no es para que hagamos nuestros proyectos nosotros solos, sino para que nos pongamos a la escucha del Espíritu y nos dejemos guiar por Él. El Espíritu Santo es quien guía a la Iglesia. Seguimos invocándole en atenta escucha.

Ante todo se ha de retomar ahora el PLAN DIOCESANO DE PASTORAL que fue presentado el año pasado, pero que apenas pudo ser implantado. Quiere ser un proyecto para caminar juntos y trabajar, una hoja de ruta. Os invito a acogerlo como una nueva gracia del Señor. En primer lugar hemos de leerlo y comentarlo en comunidad, poniendo con esto a punto los Consejos Pastorales de las parroquias, que encontrarán en ello un cometido para avanzar impulsando la misión parroquial con una responsabilidad compartida según su vocación laical. Posteriormente iniciaremos una reflexión sobre la vida y misión de las comunidades parroquiales, revisando su talante y actividades para ser más eficaces fortaleciendo la alabanza, la fraternidad, el consuelo a los necesitados, la transmisión de la fe en una puesta a punto misionera, como nos pide el Papa Francisco.

Hemos de afrontar, además, el reto de volver a esa “normalidad” tan citada por todos, al final de la triste pandemia que hemos padecido, cuyas consecuencias percibimos con claridad. Necesitamos restaurar la vida de comunidad que permita la cercanía, haga viable la caridad más generosa, nos consolide y fortalezca la fe. Con la ayuda de Dios trabajaremos para ser más acogedores y recuperar con confianza y creatividad el ardor de la evangelización y la preocupación por los demás, especialmente los más necesitados.

Todo esto supone ser discípulos y apóstoles de Jesús. Sabemos que el Señor está a nuestro lado y nunca nos abandona si le buscamos con fidelidad. La mies es mucha y la tarea de evangelizar no puede prescindir de nadie. Seguir a Cristo implica saberse sostenido por una mano más fuerte para asumir los retos –a veces difíciles y aparentemente insuperables— con entera confianza en Él. El Señor nos da siempre la valentía y prudencia necesaria para afrontar, con su ayuda, empresas que sabemos de antemano que son superiores a nuestras fuerzas. Las adversidades, además, no pueden impedirnos ver las muchas realidades de auténtica vida cristiana que hay entre nosotros. Él nos capacita para amar cada día más y mejor, y nos da la alegría de gastarnos y salir al encuentro de Cristo en nuestros semejantes.

Os invito a pedir el Espíritu que haga de nosotros una iglesia esperanzada. El signo de una Iglesia conducida por el Espíritu es la santidad, que ha de ser nuestro primer anhelo y compromiso. El Espíritu Santo, el motor de la evangelización, es el creador de la comunión en la Iglesia y el fundamento de su unidad, por eso le confiamos nuestra fraternidad eclesial afectiva y efectiva. La Virgen María, a quien siempre invocamos con devoción filial, nos acompaña e intercede por nosotros con ternura maternal.

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