Mensaje en la Jornada Mundial del Migrante y Refugiado

Construir el futuro con los migrantes y los refugiados” es el tema elegido por el Santo Padre para la 108ª Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado que se celebra este domingo día 25 de septiembre. El Papa Francisco destaca el compromiso al que estamos llamados todos para construir un futuro que responda al plan de Dios, sin excluir a nadie. El actual fenómeno migratorio es un «signo de los tiempos» muy importante, un desafío a descubrir y valorizar en la construcción de una humanidad renovada y en el anuncio del Evangelio de la paz. La Iglesia sabe bien que su misión de ofrecer a la humanidad el mensaje y la gracia de Cristo no se separa de la tarea de impregnar con el Evangelio todas las realidades a las que el mundo se enfrenta, ya que todo bien para el desarrollo integral de las personas y las sociedades es de sumo interés para el Reino de Dios (GS, 39). La fe cristiana auténtica no puede ser indiferente ante el excluido o ante el que sufre. No puede ser ajena frente al dolor de los hermanos.

La preocupación de la Iglesia en España por los migrantes es constante y se materializa en un trabajo que se desarrolla principalmente en tres campos: acogida y acompañamientoformación y sensibilización; y orientación y apoyo social. La Iglesia en España cuenta con 120 centros de los que se benefician alrededor 113.140 personas al año, según los datos de la última memoria de actividades de la Iglesia Católica.

Nuestra Diócesis de Cádiz y Ceuta es especialmente activa en la acogida, promoción e integración de tantos migrantes como cruzan el estrecho y de otros muchos que viven entre nosotros. Mi agradecimiento y aliento al Secretariado de Migraciones, que con sus trabajadores y voluntarios hacen realidad esta ayuda tan necesaria como difícil. Que la celebración de esta jornada sea la oportunidad para dar a conocer la pastoral con personas migradas e invitar a formar parte de ella a quien lo desee.

Hemos de reconocer con el papa Francisco la aportación de los migrantes y refugiados al crecimiento social y económico de nuestras sociedades. Su trabajo, su capacidad de sacrificio, su juventud y su entusiasmo enriquecen a las comunidades que los acogen. Están revitalizando muchas comunidades cristianas. Conforman un enorme potencial si, valorando lo que nos aportan, promovemos su inclusión a todos los niveles. La presencia de los migrantes y refugiados es una ocasión de crecimiento cultural y espiritual para todos. “Gracias a ellos –destaca el Santo Padre- tenemos la oportunidad de conocer mejor el mundo y la belleza de su diversidad. Podemos madurar en humanidad y construir juntos un <nosotros> más grande”, si superamos los temores para hacer el mayor bien posible.

Los creyentes tenemos mucho que aportar en este camino esperanzador. Es el momento de sacar lo mejor de nosotros para moldear juntos un proyecto de humanidad abierto y esperanzador. Dios mismo nos envía comunidades y migrantes que posibilitan que ese sueño de Dios se realice y se transforme en anuncio y en movimiento que devuelve dignidades arrebatadas. “Es tiempo de atreverse a mirar el futuro de las migraciones con los ojos de Dios” que “nos hace caer en la cuenta de que hay un lenguaje común con otras maneras de pensar, y es el defender la dignidad humana, reconocerla y comprometernos con vitalizarla allí donde se pone en cuestión” porque “no hay futuro sin defensa de la inquebrantable dignidad de cada persona y de vivir con esa dignidad en nuestro mundo” (cf. Mensaje de los obispos de la CEE 2022).

Jesús nos pide incluir a todos con gestos concretos, pues como cristianos «no tenemos derecho de excluir a los demás, juzgarlos o cerrarles las puertas» (Jornada Mundial de las Personas Migrantes y Refugiadas 2022). Estamos llamados a renovar nuestro compromiso para la construcción de un futuro más acorde con el plan de Dios, un mundo donde todos podamos vivir dignamente en paz. Hace falta disponibilidad para acoger a los que huyen de las guerras y del hambre. Este es el reto. Trabajemos para que nuestras comunidades sean acogedoras, misioneras y hospitalarias. La experiencia nos dice que la fraternidad es posible si generamos comunidades significativas que vivan en su seno la armonía que genera la fe. Miremos a la cara de estos refugiados y a la cara de estos emigrantes. La realidad humanitaria implica resolver inmediatamente cualquier vulnerabilidad que tengamos delante de nuestros ojos.

Como ha dicho el Papa Francisco, “si queremos cooperar con nuestro Padre celestial en la construcción del futuro, hagámoslo junto con nuestros hermanos y hermanas migrantes y refugiados. ¡Construyámoslo hoy! Porque el futuro empieza hoy, y empieza por cada uno de nosotros. para que el proyecto de Dios sobre el mundo pueda realizarse y venga su Reino de justicia, de fraternidad y de paz”.

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