Espíritu Santo y Cuaresma 2008

Carta pastoral del Obispo de Cádiz y Ceuta con ocasión del comienzo de la Cuaresma. Mis queridos diocesanos:

Un año más como Pastor de la Iglesia que peregrina hacia el Reino en Cádiz y Ceuta os invito a todos vosotros: presbíteros, religiosos, religiosas, personas consagradas, diáconos permanentes, seminaristas y laicos a que respondamos a la voluntad amorosa del Señor que quiere purificar el rostro de nuestra Iglesia, impulsada por el Espíritu Santo, y convertirla en instrumento más dócil y eficaz para todos los hombres.

1. ¡No tengáis miedo!
La presente cuaresma nos ofrece un tiempo de gracia, una ocasión propicia para abrir nuestros corazones, sin miedo, al Espíritu Santo, a Cristo y a su Evangelio, en medio de la situación actual.

Todos nosotros, en el bautismo, fuimos incorporados al misterio pascual de Cristo, de modo que, al compartir sus sufrimientos, pudiéramos, también participar de su gloria (cf. Rm 8,17). En esta santa cuaresma, es Cristo, mediante el Espíritu Santo, quien reconcilia consigo a su esposa, quien perdona al ladrón arrepentido y quien vuelve a establecer la amistad con el discípulo que le había negado. El mismo Espíritu nos alienta, impulsa y anima a nosotros.

2. Camino hacia la Pascua
Vamos, pues, a emprender de nuevo ese camino cuaresmal que, “mediante la escucha de la Palabra, la celebración de los sacramentos, la oración, la limosna, el ayuno y la práctica de las buenas obras, de forma que se consiga la verdadera penitencia, es decir, el cambio de mentalidad y de comportamientos” (Constituciones Sinodales), nos conduce hasta la Pascua. Es este un camino en el que nos ha precedido Cristo y que la Iglesia tradicionalmente ha concebido como un subir con Cristo a Jerusalén para participar de su misterio pascual.

3. Subida a Jerusalén
El Evangelio nos refiere que “Jesús fue conducido por el Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo” (Mt 4,1) y que más tarde el mismo Jesús tomó aparte a los doce y se puso a decirles lo que le iba a suceder: “Mirad, estamos subiendo a Jerusalén, y el Hijo del hombre va a ser entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas, lo condenarán a muerte y lo entregarán a los gentiles, se burlarán de Él, le escupirán, le azotarán y le matarán; y a los tres días resucitará” (Lc 18,31b-33). Ellos no comprendían el significado de esa subida.

Cada año vivimos la experiencia de este camino cuaresmal hacia la Pascua, como un camino que es peregrinación y exige conversión constante, purificación, iluminación y aliento del Espíritu en nuestros corazones para poder participar más plenamente del misterio de la muerte y resurrección de Cristo, hasta que en cada uno de nosotros tenga cumplimiento la Pascua definitiva.

Hemos vivido ya, tal vez, muchas cuaresmas y no sabemos cuantas nos faltan hasta que participando de la muerte de Cristo pasemos a participar de su resurrección. No debemos echar en saco roto la gracia que supone la nueva cuaresma del 2008 alentada y animada por el Espíritu Santo.

4. Cuaresma del 2008
En esta cuaresma del 2008, nuestra vida cristiana está sometida a duras pruebas en la sociedad actual: fuerte oleada de laicismo, nihilismo y relativismo. El bienestar económico y el consumismo inspiran una existencia vivida de espaldas a Dios, “como si no hubiera Dios”.

La fe se va oscureciendo y no ilumina suficientemente nuestra vida. El indiferentismo religioso nos invade y la fe cristiana tiende a ser arrancada de los momentos más significativos de la existencia humana: el nacer, el sufrir, el morir.

Urge una nueva evangelización, como dice el Papa, a la que todos los bautizados estamos llamados. Urge salir de esta situación de crispación y de violencia y dar un paso firme a la reconciliación y el perdón.

5. Es necesario dejarnos evangelizar de nuevo
Es necesario que nos dejemos evangelizar de nuevo. Como decía el Papa Pablo VI en la Exhortación Apostólica Evangelii Nuntiandi: “Evangelizadora, la Iglesia comienza por evangelizarse a sí misma. Comunidad de creyentes, comunidad de esperanza vivida y comunicada, comunidad de amor fraterno, tiene necesidad de escuchar sin cesar lo que debe creer, las razones para esperar, el mandamiento nuevo del amor. Pueblo de Dios inmerso en el mundo y, con frecuencia, tentado por los ídolos, necesita saber proclamar las grandezas de Dios, que la han convertido al Señor, y ser nuevamente convocada y reunida por Él. En una palabra, esto quiere decir que la Iglesia siempre tiene necesidad de ser evangelizada, si quiere conservar su frescor, su impulso y su fuerza para anunciar el Evangelio" (EN 15).

6. Subir a Jerusalén
La expresión “subir a Jesusalén” era una expresión usada para indicar la peregrinación a la citada ciudad Santa, situada en la altura. Pero, aquí adquiere una nueva significación como meta del Éxodo de Jesucristo, lugar de su muerte, pasión y resurrección.

    Dice el Evangelio que “Jesús caminaba delante de ellos y ellos se asustaron” (Mc 10,32). Los apóstoles no comprendían la decisión con que el Señor se encaminaba a cumplir la voluntad de su Padre. Nosotros debemos pedir luz al Espíritu Santo para que nos haga comprender mejor el sentido de nuestro camino cuaresmal, para que nos haga ver que la cuaresma debe constituir para nosotros un “subir a Jerusalén”, siguiendo a Jesús, para celebrar en Pascua el misterio de su muerte y resurrección.

7. Espíritu Santo, gran desconocido
Ya, desde la primera hora de la Iglesia, en el libro de los Hechos de los Apóstoles se nos habla del Espíritu Santo como del gran desconocido (Hch 19,2). Posiblemente hemos tenido una formación insuficiente y hemos vivido una referencia pobre a la presencia del Espíritu en la Iglesia y en la acción evangelizadora. Sin embargo las fuentes de la revelación aluden constantemente a la presencia y la acción del Espíritu Santo, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento.

8. Espíritu Santo y acción santificadora de Dios
En la Sagrada Escritura todas las grandes intervenciones de Dios están hechas en el Espíritu Santo, que es tanto como decir, en la fuerza y con la fuerza de su amor, de su generosidad, de la complacencia en la plenitud de su propio ser, con el afán de difundir y compartir el tesoro y la plenitud de su vida.

El Espíritu Santo lleva la donación de Dios hasta el seno de María en la Encarnación del Hijo (cf. Lc 1,35).

Jesús comienza solemnemente su predicación proclamando la presencia del Espíritu Santo sobre Él (cf. Lc 4,18). Y el mismo Espíritu conduce a Jesús al desierto en donde fue tentado (cf. Mt 4,1).

El Espíritu de Dios santifica y dirige la vida de Jesús, le asiste con su fuerza en su lucha contra el poder del demonio, en el anuncio y realización del Reino de Dios. Jesús expulsa los demonios con el dedo de Dios, que es el Espíritu Santo (cf. Lc 11,20; Mt 12,28).

El Bautismo de Jesús es el gran momento de la manifestación del Espíritu en su vida, como el Pentecostés personal de Je
sucristo. Desde ese momento su conciencia de estar dirigido por el Espíritu de Dios tiene que ser total y extraordinaria (cf. Lc 3,21-22). Antes lo había sometido a la prueba de las tentaciones. El gozo y la oración de Jesús están unidas por el Espíritu Santo (cf. Lc 10,21).

El Espíritu sostiene a Jesús en su muerte y glorifica su carne en la resurrección de los muertos. Dios resucitó a Jesús con el poder del Espíritu Santo. Por el poder del Espíritu Santo es constituido causa universal de salvación y fuente de santificación para los que viven en Él por la fe y los sacramentos.

La comunicación del Espíritu es la gran promesa de Jesús. Por el don del Espíritu quedamos incorporados como Él a la órbita de Dios, al mundo de la filiación y del amor, al mundo de la comunión y de la santificación. Así queda manifestado en el conjunto del discurso de despedida que aparece en el evangelio de san Juan (cf. Jn 15-17).

Pentecostés no es un acontecimiento, sino el estado permanente de la Iglesia. La Iglesia vive siempre bajo la lluvia de Pentecostés. El Espíritu convoca, ilumina, confirma, envía y sostiene.

El Espíritu y la Palabra son las dos manos de Dios (San Ireneo). Nunca pueden ir separadas: el Espíritu hace a la Palabra verdadera y eficaz, y la Palabra anuncia y manifiesta la presencia y la acción del Espíritu. Veamos en detalle cual puede ser hoy, y en esta cuaresma, la obra del Espíritu.

El mismo Espíritu Santo es el que a lo largo de esta Cuaresma nos sostiene, ilustra y alienta en el conocimiento de Jesucristo en su misterio pascual.

9. Nuevo frescor de la acción del Espíritu Santo
9.1. Avivar la fe
La primera actividad del Espíritu en el corazón de los discípulos es ayudar a comprender y descubrir con fuerza la verdad de Dios, de Jesucristo, del mundo, de la gracia y de la comunión. El Espíritu, en la Iglesia y en nosotros, es como la “memoria fiel y viviente”. Él os recordará… Él os hará entrar en la verdad…

La obra del Espíritu es mantener la actualidad permanente y universal de los hechos históricos de Jesús, y situarnos a nosotros ante la realidad actual y la potencia salvífica de los hechos.

Este tiene que ser, también, el primer ejercicio de nuestra cuaresma: avivar en nosotros el encuentro con Dios, recibir esa iluminación interior que nos haga vivir en su presencia. Lograr que Dios y su obra sean de verdad algo real y verdadero en nosotros. Dios es misterio, pero no tiene que ser irreal. Son dos cosas distintas. A veces Dios está ante nosotros como algo fantasmal más que real.

En la vida actual vivimos demasiado dispersos, demasiado acaparados por las cosas externas. Nos cuesta el silencio, el recogimiento, el asomarnos a la profundidad de la vida, del ser, de la historia y de la esperanza. Con frecuencia la imagen de Dios se nos queda excesivamente lejana, difusa, pálida, casi perdida.

La falta del ejercicio teologal de la fe nos hace inseguros en nuestras relaciones personales con Dios, desconfiados, recelosos e huidizos. En nuestro interior hay una especie de eclipse de Dios, como un poniente que nos lo oculta y con la ocultación de Dios se oscurecen todas las demás cosas del mundo del espíritu.

Si pretendemos vivir la cuaresma como un tiempo de renovación hay que comenzar por pedir al Espíritu Santo que restaure en nosotros la seguridad de la presencia de Dios, el gusto de la comunicación con Él, el gozo de su verdad, de su cercanía y de la gloria de su gracia.

9.2. Amor de Dios y de las cosas divinas
La segunda actividad del Espíritu Santo en nosotros, en este tiempo de cuaresma, tiene que ser el amor de Dios y de las cosas divinas.

En nuestro mundo religioso hablamos poco del amor de Dios. Tenemos mucha preocupación por inculcar a la gente el amor al prójimo, el servicio a los demás. Pero hablamos demasiado poco de Dios y casi nada del amor de Dios, del derecho que Dios tiene a ser amado por nosotros, de nuestra necesidad de amar a Dios, de fijar nuestro corazón en Él para vivir en la verdad, y situar nuestra voluntad, desde el principio, en las raíces del bien y de la felicidad.

El Espíritu Santo infunde en nuestros corazones el amor verdadero de Dios, ese amor que nos acerca, que nos hace complacernos en su presencia, descansar en su providencia. “El amor de Dios se ha derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado” (Rm 5,5).Nosotros solos nunca podríamos alcanzar un amor verdadero de Dios como bien, como fuente de vida amable y  deseable.

El Espíritu Santo nos hace vivir ante Dios como verdaderos hijos. San Pablo nos lo explica en su carta a los Romanos (cf. 8,15-16). Siempre nos resulta dificultoso vivir de verdad esta filiación. Ser hijos requiere vivir con comunicación real, cercana, confiada, amorosa, constante y obediente.

Los cristianos no tenemos la sensación de vivir habitualmente en la casa del Padre llenos de felicidad. Vivimos más que como hijos, como siervos, a la fuerza, malhumorados, midiendo y regateando lo que damos, comparándonos con los demás. Nos parecemos demasiado al hijo mayor de la parábola del hijo pródigo (cf. Lc 15, 11-32). Vosotros sois hijos, no siervos, dice san Pablo (cf. Gál 4, 6-7). La filiación no es la actitud habitual de los cristianos. Antes, por excesivo temor, y ahora, por excesiva indiferencia.

Aquí podríamos recordar la oración filial de Ch. de Foucauld: "Padre mío, haz de mí lo que quieras…", aunque tendría que ser suficiente con la oración que Jesús mismo nos enseñó, la oración del Padrenuestro, una oración rezada de verdad con espíritu filial. Verdaderamente no se puede rezar bien el Padrenuestro sin el acento filial de Jesús, obra del Espíritu Santo.

9.3. Preparación para la celebración de la Pascua del Señor
La celebración de esta cuaresma supone certeza, seguridad, complacencia, amor y esperanza de la resurrección. ¿Cómo podríamos celebrar lo que no creemos firmemente, lo que no deseamos con verdad y claridad?

No nos dejemos acaparar en esta cuaresma  por la atención o el afecto de las cosas visibles, a las prioridades, a las preferencias, a los éxitos. Orientemos de verdad nuestro corazón a la alegría y el gozo de la vida con Dios en el mundo de la Resurrección.

El amor de las cosas invisibles y futuras hará que surja en nosotros el verdadero arrepentimiento de nuestros pecados, de nuestra dispersión, de nuestra tibieza, de nuestra frialdad y nuestras rutinas.

9.4. Gusto de la oración
Durante esta cuaresma es el Espíritu Santo, con su iluminación y con la fuerza de su amor, quien nos tiene que ayudar a conseguir el gusto por la oración, la contemplación, la capacidad de quedarnos quietos en las cercanías de Dios, el realismo y la verdad de nuestra convivencia con el Señor.

Es el Espíritu Santo el que nos hace entrar en la intimidad de Dios, llamarle Padre, gemir en su presencia. Él viene constantemente en ayuda de nuestra oración (cf. Rm 8,15-16). Oración de alabanza, de cercanía, de gozo en la comunión y en
la esperanza de encontrarnos con Él en la gloria del cielo.Oración eclesial, comunitaria, litúrgica. Así le suplicamos: “Señor, Padre de misericordia, derrama sobre nosotros el Espíritu del amor, el Espíritu de tu Hijo” (Plegaria Eucarística V b).

El cuidado de nuestras eucaristías para que sean verdaderamente rezadas, celebradas y vividas en su presencia, junto al Cristo del calvario y de la gloria, con la Iglesia entera a cuestas.

Hagamos el esfuerzo para que nuestras misas sean un estar entre los apóstoles, junto a Jesús, en el cenáculo, con Juan y María junto a la primera misa de la Cruz.

9.5. Penitencia y conversión
En esta cuaresma el Espíritu nos hará acercarnos al confesor como a Jesucristo mismo, con fe, humildad y sinceridad, con verdaderos deseos de ser mejores y de una conversión sincera.

La penitencia más necesaria para nosotros, seguramente, es la necesidad de rellenar vacíos, de dedicarnos con más ilusión, con más generosidad a lo que ya estamos haciendo. Así pedimos al Señor: “Danos, Señor, entrañas de misericordia ante toda miseria humana, inspíranos el gesto y la Palabra oportuna frente al hermano solo y desamparado, ayúdanos a mostrarnos disponibles ante quien se siente explotado y deprimido. Que tu Iglesia, Señor, sea un recinto de verdad y de amor, de libertad, de justicia y de paz, para que todos encuentren en ella, un motivo para seguir esperando” (Plegaria Eucarística V b).

9.6. Comunión y fraternidad
Durante esta Cuaresma vivamos en profundidad el Espíritu de comunión y fraternidad. El Espíritu Santo es la fuente profunda de la comunión. Comunión de Cristo con el Padre, de los discípulos con Cristo y de los discípulos entre sí.

Trabajar por la Iglesia y por el Reino es trabajar en favor de la comunión integral, de la comunión interior y exterior, mística y sociológica, básica y jerárquica. Es el fruto de la penitencia, de la conversión, de la comunión espiritual con el Señor y con el Dios vivo.

La comunión espiritual y mística que crea el Espíritu tiene que hacerse visible y efectiva, tanto con los hermanos como con el conjunto de la  Iglesia y de la humanidad (cf. 1Cor 12,13).

La comunión con los hermanos tiene que ser consecuencia, signo, ejercicio de nuestra comunión espiritual con Dios y con Cristo. Si estoy con Dios tengo que estar con estos hermanos en los que Dios está también, a los que Dios ama, a los que ha elegido para la misma misión que nosotros hemos recibido.

Si estamos en comunión con Cristo, ¿cómo no estar en comunión con el Obispo, con la tradición apostólica, con la Iglesia entera, nacida de Cristo, por la que me llega su conocimiento y los dones de su Espíritu?

Vivir claramente la unidad de las cosas. Vivir espiritualmente con Cristo implica vivir, también, históricamente con Él, visiblemente con Él, mediante la comunión visible con quienes son la continuidad y la extensión visible de su propia humanidad.

9.7. Servicio a los pobres
La vuelta a Dios, el acercamiento a la esperanza de la resurrección y de la vida eterna, la comunión eclesial y fraterna, tiene que vivirse en el ejercicio de la caridad, en una solícita atención y en un servicio efectivo a las necesidades de los pobres, de quienes viven en dificultad por la enfermedad, por la edad, por las carencias, las deficiencias o limitaciones de cualquier género.

Los pobres menos capacitados, los menos queridos, los menos tenidos en cuenta, los menos capaces, llevan el sello del Hijo del Hombre, son por eso mismo preferidos de Dios y ocasión para manifestar con ellos la verdad del amor gratuito que habita en la Iglesia por el Espíritu Santo.

En este tiempo de cuaresma tenemos que dedicar tiempo a estar con ellos, a entenderlos,a aliviar sus necesidades, a hacerles sentir el amor gratuito de Dios,  a hacer verdad con ellos la realidad de la vida eterna que queremos acercar y adelantar por los ejercicios de la cuaresma. Esto entra, también, en las realidades  de las celebraciones pascuales.

Si vivimos bien la cuaresma, el mundo tendrá que ser más “celestial”, a partir de una celebraciones pascuales sinceras y eficaces. Más Iglesia, más Reino de Dios, más eclesialidad, menos fronteras entre este mundo y el otro, menos silencio y oscurecimiento de Dios, de su gloria, de su gracia, menos distancias para el triunfo del Cordero.

9.8. Espíritu consolador
El Espíritu de Jesús es consolador. Y tiene que serlo especialmente en tiempos de dureza y de sequedad. Tenemos que ser capaces de vivir en nuestro tiempo con el “gozo de la esperanza”.

    San Pablo sitúa la alegría inmediatamente después del amor (cf. Gál 5,22). Los tesalonicenses recibían la Palabra de Dios con gozo (cf. 1 Tes 1, 6). ¿Es que se puede recibir de otra manera?

9.9. La limosna
El Papa Benedicto XVI en su ya contemplado mensaje cuaresmal nos ha propuesto como ejercicio práctico de renovación interior para esta Cuaresma del 2008: la limosna. Él indica que este ejercicio ascético nos libera del apego de los bienes terrenales, ayuda a vencer la constante tentación a las riquezas y nos educa a socorrer al prójimo en sus necesidades y a compartir con los demás lo que poseemos por bondad divina.

El Papa también nos recuerda que es mejor dar que recibir (cf. Hch 20,35), que hay que hacerla en secreto (cf. Mt 6,3-4); educa en la generosidad del amor. Jesús “se hizo pobre a fin de enriquecernos con su pobreza” (2 Cor 8,9). Hagamos el ejercicio práctico de la renovación interior por la limosna.

10. La vivencia Cuaresmal
Si vivimos de verdad la cuaresma fácilmente sabremos transmitir a los demás el mensaje de este tiempo de gracia y de renovación. Si no la vivimos personalmente no podremos fingirlo por mucho tiempo.

No se trata de hacer más cosas, sino de hacerlas mejor. Intentemos hacerlo todo con más verdad, con más inspiración, en una palabra, con más Espíritu y más sintonía con Jesús.

El Espíritu Santo es siempre el motor de la misión de la Iglesia. En el libro de los Hechos vemos la presencia y la actuación del Espíritu en el origen de cada una de las empresas misioneras de los discípulos, de Pedro, de Andrés, de Esteban, de Pablo (cf. Hch 8,14; 11, 19.30).

Esta cuaresma que queremos que sea del Espíritu Santo, tiene que ser también la cuaresma que nosotros ofrezcamos y proclamemos en la Iglesia. Pensemos ante todo que el Espíritu Santo está presente y actuante en nuestro mundo, suscitando la memoria de Jesús y preparando los corazones para que entiendan y acepten su palabra. Él mundo gime esperando la revelación de los hijos de Dios (cf. Rm 8,22-23).

Durante esta cuaresma tiene que haber unas celebraciones sacramentales de la Penitencia que desarrollen el espíritu de perdón, arrepentimiento y conversión personal, y unos espacios de vivencia de la comunión y de las obras de misericordia.

El resultado de nuestra cuaresma tiene que ser la manifestación
del hombre espiritual. Podemos descubrirlo siguiendo las sugerencias de Pablo en la Carta a los Romanos (cf. Rom 12-13):

    – Hombre libre de las esclavitudes interiores y exteriores.
    – Libre para amar, para creer, para servir, para esperar.
    – Con sencillez y humildad.
    – Con intimidad e intensidad.
    – Con gozo y alegría en la esperanza.
    – Con paciencia frente a las tribulaciones.
    – Con perseverancia en la oración, en la fe y en el amor.
    – Cogidos y colgados de la mano del Señor para poder llegar a ser         testigos permanentes.
    – Con la Palabra, con el consejo y buenas obras.
– Verdaderos signos vivientes de la presencia del Señor en medio de su pueblo.

Los hombres de Espíritu son los que perpetúan en el mundo la vida de Jesús, su experiencia filial, su lucha por la justicia, su aprecio y realización del Reino, en continuidad con la verdad de la Resurrección de Jesucristo.

Que en nuestra subida a Jerusalén en la cuaresma del presente año el Espíritu Santo y María, Madre del Redentor, estén con nosotros, e intercedan a fin de que en nuestras comunidades eclesiales, parroquiales y diocesanas, y en las Hermandades y Cofradías se realice una profunda conversión, una auténtica renovación espiritual.

Reza por vosotros, os quiere y bendice,

+ Antonio Ceballos Atienza
  Obispo de Cádiz Ceuta

Cádiz, 5 de febrero de 2008

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