Carta a los consagrados por la Jornada Mundial de la Vida Consagrada

Queridos consagrados y consagradas, religiosos todos:

Me dirijo a vosotros con motivo de la fiesta de la Presentación del Señor en el Templo, que celebramos cada 2 de febrero, cuarenta días después del nacimiento de Jesús. La Santa Iglesia celebra a Cristo, el Consagrado del Padre, primogénito de la nueva humanidad, recordando a la Sagrada Familia, que cumplía lo que prescribía la Ley: la purificación de la madre, la ofrenda del primogénito a Dios y su rescate mediante un sacrificio.

Es un día señalado en que la Iglesia celebra la Jornada Mundial de la Vida Consagrada. Damos gracias a Dios por el don inestimable de la vida consagrada en sus diferentes formas, que enriquece a la Iglesia con sus virtudes y carismas y le muestra al mundo el testimonio alegre de la entrega radical al Señor. Esta fiesta supone un estímulo para que todo el pueblo de Dios conozca mejor y estime la vida y misión de quienes estáis totalmente consagrados a Dios.

Por medio del bautismo, todos estamos llamados al seguimiento de Jesús, somos hijos de Dios llamados a identificarnos con Él en toda nuestra vida. Sin embargo, algunos gozan de una «llamada» especial por Dios, siendo invitados a un seguimiento más cercano, cuya vida es una entrega total, deseada por Dios y aceptada libremente por amor, puesta al servicio del Reino bajo la acción del Espíritu Santo. Este estado de vida es lo que conocemos como Vida Consagrada.

«La vida consagrada, enraizada profundamente en los ejemplos y enseñanzas de Cristo el Señor, es un don de Dios Padre a su Iglesia por medio del Espíritu» (San Juan Pablo II, Vita Consecrata 1). Las personas consagradas edifican el Cuerpo de Cristo y son testigos del Reino en medio del mundo. Cada uno, con sus dones y carismas, «contribuyen a enriquecer la misión de la Iglesia e incluso a posibilitar que la semilla del Evangelio pueda llegar capilarmente a ámbitos mucho más profundos».

Con motivo de esta jornada también vosotros debéis renovar el compromiso de seguir a Jesucristo asumiendo la práctica de los consejos evangélicos, y reavivar aquellos sentimientos por los que entregasteis un día vuestra vida al Señor. Así, habéis de mantener viva vuestra misión profética y su fascinación, para seguir siendo escuela de fidelidad y comunión para los cercanos y para los alejados (cf. Ef 2, 17), procurando siempre el bien, entregados en la búsqueda de la justicia y la paz. Vuestra entrega concreta a Dios y a los hermanos se convertirá en signo elocuente de la presencia del reino de Dios para el mundo de hoy, pues los consagrados sois “buscadores y testigos apasionados de Dios en el camino de la historia y en la entraña de la humanidad” (Cf. Benedicto XVI).

En esta jornada valoramos especialmente la misión de ser testigos de esperanza para todos, mirando más allá de la comodidad personal, de las pequeñas seguridades y compensaciones que estrechan el horizonte, para abrirse a grandes ideales que hacen la vida más bella y digna. (cf. Fratelli tutti, n. 55).

Estáis participando también en la preparación del próximo Sínodo de los obispos. Por eso habéis de seguir «caminando juntos» a la escucha del Espíritu Santo.  «La invitación a caminar juntos supone hacerlo en cada una de las dimensiones fundamentales de la consagración, la escucha, la comunión y la misión». Podéis estar convencidos de que este tiempo sinodal es tiempo de gracia y tiempo del Espíritu, y fortalecerá vuestra consagración a Dios si vivís este momento como una oportunidad de encuentro y cercanía con Dios y con los hermanos. La llamada recibida, la vocación compartida y la vida entregada suponen, en el fondo, reconocer que a Dios se le encuentra caminando en la entrega y consagración en la vida de cada día.

Las personas consagradas a Dios viven permanentemente en diálogo con el Señor. El Esposo os llamó a una especial intimidad, pues habéis hecho de Cristo el centro de la vida. La plena pertenencia al único Señor, el abandono total en las manos de Cristo y de la Iglesia son un anuncio fuerte y claro de la presencia de Dios de un modo que el mundo puede comprender. Éste es el primer servicio que la vida consagrada presta a la Iglesia y al mundo. Esto exige agudizar el oído cada día para escuchar al Espíritu, y a los hermanos con los que se comparte la vida, pero también a la humanidad herida, con sus gozos y tristezas, para caminar juntos por las sendas de la fidelidad a la propia vocación.

Los consagrados pueden encontrar caminos de un auténtico crecimiento, y convertirse en testimonio visible en medio de la sociedad, cuando escuchan con reciprocidad, respeto y compasión. En una sociedad que en ocasiones cierra sus oídos a la voz de Dios y al grito de los más débiles, se hace necesario siempre vuestro testimonio orante, vuestra búsqueda de la santidad, una comunicación sincera, la empatía hacia el otro y la apertura de corazón para recibir la verdad que nos puedan comunicar.

Los consagrados, además, estáis llamados a ser en la Iglesia y en el mundo “expertos en comunión”, siempre interesados en llevarnos a una mayor unión con Dios y entre nosotros, a crear lazos de afecto y caminos de entrega buscando el bien, participando en el amor generoso de Dios. En la Iglesia local tenéis una importante misión en todas vuestras obras, que tanto valoramos, pero también en la implicación y participación en la vida diocesana, reforzando la corresponsabilidad y el compromiso en la misión, aportando vuestros dones carismáticos sin perder nunca de vista la disponibilidad a la Iglesia universal.

Damos gracias a Dios por todos vosotros –los religiosos y religiosas, todos los consagrados y consagradas, los eremitas, las vírgenes consagradas, los institutos seculares, las sociedades de vida apostólica— con el deseo de que este testimonio, lleno de un apasionado amor a Jesucristo, arrastre a muchos a caminar juntos en la misión, descubriendo «la dulce y confortadora alegría de evangelizar» (EN, n. 80), y de experimentar simultáneamente la alegría de creer y el gozo de comunicar el Evangelio.

Pido al Señor que irradiéis siempre el amor de Cristo, luz del mundo; y a María, la Mujer consagrada, que os acompañe y asista para vivir vuestra vocación y misión al servicio de la Iglesia y del mundo.

Os bendigo de corazón.

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