El pasado miércoles el administrador apostólico diocesano, Mons. Ramón Valdivia bendijo, en el Seminario San Bartolomé, un icono inspirado en el Cristo de San Damián, donde se han añadido elementos nuevos, haciendo también una interpretación bizantina, con inscripciones en griego y algunas en latín. Tiene una altura de 140 cm por 102,5 cm de ancho.
El padre Lázaro Álbar, autor de esta obra, hizo su lectura espiritual y simbólica, comenzando con una oración que recogía toda la explicación del icono. Fue un momento entrañable, en la Capilla Menor del Seminario, lleno de sacerdotes y seminaristas.
No es que tú mires al icono sino más bien que te dejes mirar por él, que dejes que te hable al corazón, que despierte tus sentimientos de afectividad hacia Cristo, en su Pasión, Muerte, Resurrección y Ascensión, hasta que tu corazón quede transfigurado, es decir, más allá de ti mismo, tomes la figura de Cristo: «Mi vida es Cristo, y no vivo yo, es Cristo quien vive en mí» (Gál 2,20).
La técnica es bizantina del temple al huevo, realizado sobre madera de tilo estucada (sulfato de cal o yeso). La mano es apoyada sobre una tabla que tiene dos soportes en los extremos para que la mano no toque lo ya realizado ya que podría borrarse. Las tablas son de distintas larguras según lo que se esté tratando.
Lo primero una vez realizado el dibujo sobre el estuco se coloca el pan de oro, resplandor de la divinidad. El procedimiento es ir de los tonos más oscuros hasta los más claros, distinguiendo el tono oscuro que simboliza la tiniebla porque el Hijo de Dios nace en la oscuridad de un pesebre, en la oscuridad de este mundo y así va entrando en nuestro ser. Con el tono medio se va revelando el misterio hasta que llegamos a la luz, lo último los dos brillos blancos de los ojos del Cristo, entonces aparece su presencia viva llena de luz. En el fondo hay una oración: «Muéstrame la belleza de tu rostro glorioso, Cristo, mi Señor».
El icono se hace en oración y ayuno, no se pintan, se escriben, así como el hagiógrafo escribe la Palabra de Dios por inspiración divina, el iconógrafo escribe la imagen por obra del Espíritu Santo, de ahí la importancia de hacerlo siempre en gracia de Dios porque se está tocando el misterio de lo sagrado. Si se escriben, se leen. El icono bizantino se escribe en horizontal, en una mesa con paño blanco a modo de un altar.
Nuevos elementos sobre el original: los rostros son distintos, tienen la belleza de los iconos bizantinos; en la parte superior, los dos santos con palmas martiriales; el Espíritu Santo representado en forma de paloma y llama de fuego, y en la base del cuello del Cristo con forma de paloma; los rayos de Sol que salen de la aureola del nimbo crucífero de Cristo crucificado y también en su Ascensión; el agua que sale del costado de Cristo; las amapolas de la parte superior de las llagas; San José Artesano; el gallo más concreto y apoyado sobre un pedestal, pilastra o columna; San Pedro y San Pablo que no se reconocían y están representados con sus caracteres propios; y San Cosme y San Damián que en el icono original se fueron borrando a lo largo de los siglos; el añadido de las inscripciones griegas, y algunas en latín. Las inscripciones son las que consagran al icono. Así que un icono sin inscripciones no está consagrado.
Este icono encierra todos los misterios de nuestra fe. Es trinitario porque he añadido al Espíritu Santo debajo de Cristo en su Ascensión. Es cristocéntrico, porque el rostro de Cristo es el centro, su mirada atrae, y es el centro de nuestra vida como él nos dice: «Sin mí, nada podéis hacer» (Jn 15,5). Es eclesial, porque del costado de Cristo brota sangre y agua, sacramentos con los que nace la Iglesia y además San José es el patrono de la Iglesia universal. Fue proclamado como tal por el Papa Pío IX el 8 de diciembre de 1870. Es eucarístico, por la sangre que derrama el costado para el perdón de los pecados. Es pascual, porque Cristo nos hace partícipes de su muerte y resurrección, muere para mostrarnos y llevarnos a la gloria de la Resurrección. Es mariano, porque María a los pies de la Cruz se nos da como Madre de la Iglesia, de todos los creyentes discípulos de Jesús. Nos recuerda que a los pies de la cruz de la vida debemos mantenernos de pie como María y no hundirnos y derribarnos. Es misionero y universal, representado por San Pedro y San Pablo, y por las conchas bautismales que bordean todo el icono. Es hay una llamada a la entrega de la vida y si es necesario a vivir el bautismo de sangre como lo vivió Cristo Jesús, que va por delante, San Pedro y San Pablo, Cosme y Damián, así como también está expresado en la parte superior por los dos santos que llevan la palma de martirio.
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