En la Liturgia de la Solemnidad del Corpus Christi, la Iglesia nos invita este año a través del evangelio de san Lucas a pasar del signo a la realidad, es decir, de la multiplicación de los panes y los peces a la institución de la eucaristía. Los elementos que hacen el signo, referidos por el evangelista, permiten entrar en la hondura de la realidad.
Al caer la tarde, tras predicar el Reino y curar a los enfermos, Jesús alimenta a la multitud multiplicando cinco panes y dos peces; al caer la tarde, la víspera de su pasión, Jesús se entrega por todos instaurando el alimento de vida eterna. En la pobreza de un escaso alimento está el principio de la comida que sacia a todos; en la pequeñez del pan y del vino comienza la entrega total del Hijo que redime ofreciendo su Cuerpo y su Sangre en sacrificio. Para multiplicar el alimento, Jesús cuenta con los apóstoles; para perpetuar su entrega, Jesús confía el memorial de su pasión a los mismos apóstoles. Jesús manda a la multitud que se recuesten formando pequeños grupos; el mandato dado en la última cena (“haced esto en conmemoración mía”) hace la Iglesia, llamada a congregar a toda la humanidad en el nuevo Pueblo de Dios. Los gestos de Jesús obran el milagro: toma el pan, eleva la mirada, pronuncia la bendición, parte el pan y lo distribuye; los mismos gestos se repiten en la última Cena y realizan con las palabras de Jesús el don de la Eucaristía: Sacrificio unido al de la Cruz, Presencia en los signos del pan y del vino, Comunión en Él y desde Él por el alimento.
Resulta superfluo afirmar que en la multiplicación de los panes el milagro consistió en la solidaridad de quienes a partir de poco consiguieron llegar a muchos. Jesús anuncia con sus gestos y palabras la entrega de un don superior. Buscar a Jesús por el alimento que perece o cerrar su enseñanza en la sola solidaridad humana, es quedarse en el signo y renunciar a la realidad.
Si en la Solemnidad del Corpus Christi se celebra también el día de la Caridad (caritas) es porque la realidad del amor infinito del Señor contenida en la Eucaristía exige por su propia grandeza el signo inequívoco del amor fraterno; sin éste no se abraza la realidad.
+ José Rico Pavés
Obispo de Asidonia-Jerez