AVANZAR EN LA INTELIGENCIA DEL MISTERIO DE CRISTO Y VIVIRLO EN PLENITUD. PALABRA DE VIDA

La cuaresma es camino de retorno. Si la desobediencia de Adán expulsó al ser humano del Paraíso desterrándolo al desierto, la obediencia de Cristo ha abierto a la humanidad el camino que conduce del desierto al Paraíso. Para volver a Casa es necesario recorrer el camino del Redentor, o mejor, acoger al Redentor como nuestro Camino. Por eso el primer domingo de Cuaresma la Iglesia pide para sus hijos “avanzar en la inteligencia del misterio de Cristo y vivirlo en plenitud”. Conocer más a Jesús para vivir mejor la vida que Él nos comunica.

Tras recordarnos la Iglesia el Miércoles de ceniza que, sin el soplo de vida del Creador, no somos más que polvo, los domingos de Cuaresma nos proponen etapas para crecer en el conocimiento del Salvador. La primera etapa nos lleva, bajo la acción del Espíritu Santo, al desierto; consiste en un combate; y se completa con la imitación.

El Evangelio de este Domingo nos presenta a Jesús en el desierto siendo tentado por Satanás. Cada uno de los elementos del relato evangélico desvela las huellas de Cristo. Para seguirle hay que poner los pies donde Él los puso primero y fijarnos en el lugar (el desierto), en el tiempo (cuarenta días), en el Tentador (Satanás) y en las tentaciones. Para vencer con Cristo es necesario vivir con Él.

Las tentaciones suceden en el desierto: Jesús vence donde otros cayeron. El número cuarenta alude a la historia de la humanidad: en sus tentaciones nos reconocemos todos. Satanás, el diablo, es el Tentador. No es una personificación mítica del mal sino un ser personal que actúa como adversario de Cristo y de sus seguidores. Las tentaciones desvelan lo verdaderamente importante en la vida humana. En toda tentación se repite siempre la misma propuesta perversa: no es necesario contar con Dios para disfrutar de los bienes de este mundo, para tener seguridad o para gozar del reconocimiento de los demás.

Jesús vence al Tentador desde el amor obediente a la voluntad del Padre, indicándonos el camino de la verdadera libertad. Más importante que los bienes de este mundo es la salvación eterna; de nada vale dominar reinos, si se pierde el alma. En la Cuaresma, somos llevados con Cristo al desierto para vencer con Él. En eso consiste la conversión: acoger a Cristo para vencer al Maligno y rechazar el pecado, ordenar la vida y disfrutar la libertad de los hijos de Dios.

+ José Rico Pavés

Obispo de Asidonia-Jerez

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