De nuevo en el Evangelio de este Domingo unos fariseos se acercan a Jesús para ponerlo a prueba. Como en otras ocasiones, la pregunta que le dirigen tiene que ver con el cumplimiento de la Ley. Jesús escucha y responde, aunque sabe bien que se acercan a Él con intención torcida. Los que querían atrapar a Jesús se descubren atrapados por la fuerza de su palabra y por la luz de su enseñanza. El cumplimiento externo de los preceptos, incluso de los que se refieren al Señor, es el escudo que muchas veces utilizan los mediocres para ocultar su hipocresía. Jesucristo recrimina la hipocresía de quienes saben lo que el Señor quiere y exigen a los demás lo que ni siquiera ellos están dispuestos a vivir. En la hipocresía farisaica se manifiesta el drama de la mediocridad: apariencia de justicia por fuera, vacío y ausencia de virtudes por dentro. La enseñanza de Jesús contiene el antídoto contra la hipocresía y la mediocridad.
Cuando llegamos con la Iglesia al trigésimo Domingo del Tiempo Ordinario, la liturgia pone en nuestros labios una petición: a Dios todopoderoso y eterno le pedimos que nos conceda amar sus preceptos. Pero ¿es posible amar los preceptos del Señor? Parece que nada hay más contrario al amor que los preceptos, pues un amor exigido, en cuanto es obligado, deja de ser amor. ¿Qué significa, entonces, amar los preceptos del Señor? Significa, ante todo, descubrir que en los preceptos del Señor está el secreto para aprender verdaderamente a amar. Paradoja sorprendente de la condición humana: para vivir en libertad, el corazón humano necesita conformarse a la voluntad de su Creador. El drama de muchos de nuestros contemporáneos está en considerar a Dios como un competidor o agresor de su propia libertad, y no se dan cuentan de que al separarse de Él o plantear la vida como si Dios no existiera se acaban sometiendo a dioses que no lo son, es decir, a los ídolos de nuestro mundo.
Jesucristo en el Evangelio nos presenta el fundamento de la verdadera libertad al enseñarnos que el amor a Dios y al prójimo es la síntesis de los mandamientos divinos. Demuestra amar a Dios quien se entrega amorosamente al prójimo, y ama de verdad al prójimo quien se deja amar por el Señor y hace de toda su vida una respuesta a su amor. Enseñanza siempre antigua y siempre nueva: para vivir en libertad, el camino es el amor a Dios y al prójimo.
+ José Rico Pavés
Obispo de Asidonia-Jerez