Palabra de Vida de 4º semana de enero de 2024

Llegamos al cuarto Domingo del Tiempo Ordinario y la Liturgia pone en nuestros labios una petición sencilla, pero de enorme importancia: “concédenos adorarte con toda el alma y amar a todos los hombres con afecto espiritual”. Amor a Dios y al prójimo es el resumen de todos los mandamientos, el principio y la fuente de donde brotan todos los demás. La adoración es debida solo a Dios; es amor de gratitud y reconocimiento por los bienes fundantes de la vida, es decir, por haber sido creados, redimidos y santificados. La adoración nos hace humildes, nos permite vivir en la verdad, estar orientados al bien y colmar de belleza los afectos. El amor al prójimo es debido a nuestros semejantes. Para reconocer al prójimo es necesario reconocernos primero hijos del mismo Padre y no pretender ponernos en el lugar que corresponde solo a Dios.

Si “en amar está nuestro oficio”, como gustaba decir a Santa Teresa, nada hay más importante en esta vida que aprender a amar. La misma santa, contemplando el misterio admirable de la Eucaristía, se preguntaba por qué el Padre permite al Hijo que se quede con nosotros en este sacramento y respondía con la sabiduría de los santos: el Padre permite que el Hijo se quede en la Eucaristía para que nosotros aprendamos a amar. Cuánto cambiaría nuestra vida y la de tantos fieles que consideran que la Misa es una carga para sus vidas si comprendiéramos el alcance de lo que afirma santa Teresa. Participar en la Santa Misa es participar en la escuela del amor más grande, donde el Divino Maestro nos instruye con palabras y gestos a amar con todo el corazón. Pero, como en toda escuela, también en ésta es necesario que el discípulo-alumno ponga atención, sea dócil y se deje conducir por quien sabe más que él.

El evangelio del Domingo IV del Tiempo Ordinario nos presenta a Jesús enseñando en la sinagoga: las palabras van acompañadas de los hechos. La enseñanza que suscita admiración y asombro, queda corroborada por su actuación. Un hombre atormentado por un demonio queda liberado por la palabra de Cristo y la gente, al ver lo sucedido, exclama: “este enseñar con autoridad es nuevo”. Para adorar a Dios con toda el alma, de modo que el amor se extienda a todos los hombres, hay que dejarse curar por Jesús, confesar su autoridad, acoger su enseñanza y proclamar sus obras. O lo que es lo mismo, para amar con el amor de Cristo hay que dejarse amar por Él.

+ José Rico Pavés

Obispo de Asidonia-Jerez

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