Mensaje de Navidad

Mensaje de Navidad de obispo de Asidonia-Jerez, D. José Mazuelos

“Hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor” (Lc 2, 11). Con estas Palabras invita el ángel a los pastores y a cada uno de nosotros a contemplar el misterio de la Encarnación de nuestro Dios. El misterio de ese niño pequeño en brazos de su Madre y que tenía por nombre Jesús.

Jesús vino a nosotros para mostrarnos el camino de la divinidad tan ansiado desde los tiempos de Adán y tantas veces frustrado a lo largo de la historia desde la torre de Babel. Y ese camino como brilla en el portal junto a María y José, no es el poder y el tener, sino un niño envuelto en pañales.
Nada prodigioso, nada extraordinario, nada espectacular se les da como señal a los pastores. Verán solamente un niño envuelto en pañales que, como todos los niños, necesita los cuidados maternos; un niño que ha nacido en un establo y que está acostado en un pesebre. La señal de Dios es el niño, su necesidad de ayuda y su pobreza. Sólo con el corazón los pastores podrán ver que en este niño se ha realizado la promesa del profeta Isaías: “un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado. Lleva al hombro el principado” (Is 9,5).
La señal de Dios es la sencillez. La señal de Dios es que Él se hace pequeño por nosotros. Éste es su modo de reinar. Él no viene con poderío y grandiosidad externa, sino como un niño necesitado de nuestra ayuda. No quiere abrumarnos con la fuerza, ni suscitar en nosotros el temor ante su grandeza. Pide nuestro amor: por eso se hace pequeño para que nosotros pudiéramos comprenderlo, acogerlo, amarlo.
Jesús nos muestra la Salvación de Dios. En el Niño divino recién nacido, acostado en el pesebre, se manifiesta nuestra salvación. Viniendo de lo alto, ilumina el horizonte y nos presenta a un Dios cuyo amor es más fuerte que las tinieblas y nos mira con ojos llenos de afecto, enamorado de nuestra pequeñez. Para expresar esa salvación que brota en Belén nada mejor que las palabras del Papa León Magno (430-461): “que nadie se considere excluido de esta alegría, pues el motivo de este gozo es común para todos; nuestro Señor, en efecto, vencedor del pecado y de la muerte, así como no encontró a nadie libre de culpa, así ha venido a salvarnos a todos. Alégrese pues, el justo, porque se acerca la recompensa; regocíjese el pecador porque se le brinda el perdón; anímese el pagano, porque es llamado a la vida…No puede haber lugar para la tristeza, cuando nace aquella vida que viene a destruir el temor a la muerte y a darnos la esperanza de una eternidad dichosa.”
Jesús como nos muestran los pastores, nos habla de encuentro y nos invita a caminar para encontrarlo con el corazón, con la vida, encontrarlo con la fe. Es por ello que en la liturgia de la santa Nochebuena nos presenta la Encarnación como una luz que irrumpe y disipa la densa oscuridad. “El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaban tierras de sombras y una luz les brilló”. Esa luz nació en Belén y fue recibida por las manos tiernas de María, por el cariño de José, por el asombro de los pastores. La encontró la gente sencilla, dispuesta a acoger el don de Dios. En cambio, no la vieron los arrogantes, los soberbios, los que establecen las leyes según sus propios criterios personales, los que adoptan actitudes de cerrazón. Pidamos a San José que nos ayude a encontrar a nuestro Dios y dirijámonos a la Virgen Madre, diciendo: “María, muéstranos a Jesús”.
Jesús nos habla de la cercanía de Dios. Él ya no está lejos. No es desconocido. Se ha hecho niño por nosotros y así ha disipado toda ambigüedad. Se ha hecho nuestro prójimo. Al nacer en la pobreza de Belén, quiere hacerse compañero de viaje de cada uno. En el establo de Belén el cielo y la tierra se tocan. El cielo ha venido a la tierra y hace saltar de gozo a los ángeles que cantan de alegría porque lo alto y lo bajo, cielo y tierra, se encuentran nuevamente unidos; porque el hombre se ha unido nuevamente a Dios. La tierra ha quedado restablecida y es posible ahora, como recogen los Padres de la Iglesia, que los hombres y los ángeles canten juntos el canto de alabanza al Señor de toda la creación. Ahora es posible unirnos en esta liturgia con los coros celestiales y cantar la alabanza a nuestro Dios.
Jesús ha establecido la casa común y nos pide que la convirtamos en una casa acogedora para todos. De ahí deriva el compromiso del cuidado y respeto de la creación y la necesidad de superar los prejuicios, derribar las barreras y eliminar las divisiones que enfrentan a las personas y a los pueblos, para construir juntos un mundo de justicia y de paz.
Por último, pidamos al Señor que su nacimiento no nos encuentre ocupados en festejar la Navidad, olvidando que el protagonista de la fiesta es precisamente Él. Roguémosle que nos dé la humildad y la fe con la que san José lo miró y con el amor con el cual María lo contempló.
A todos os deseo una Feliz Navidad
+ José Mazuelos Pérez Obispo Asidonia-Jerez
26 diciembre, 2019

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