La Solemnidad de Pentecostés nos habla de las maravillas divinas que el Señor realiza en el corazón humano

El Señor realiza en el corazón de sus fieles las mismas maravillas que obró en los comienzos de la predicación evangélica. La liturgia de la Solemnidad de Pentecostés nos habla de las maravillas divinas que el Señor realiza en el corazón humano. Jesús resucitado cumple la promesa hecha a los discípulos antes de su muerte: pide al Padre que envíe otro Defensor, el Espíritu Santo. En la tarde del día de la resurrección, Jesucristo derrama el don del Espíritu sobre los apóstoles, anticipando la efusión del día de Pentecostés. La efusión espiritual e invisible se realiza con un gesto material y sensible: Jesús sopla sobre los discípulos. Si con un soplo el hombre moldeado del barro recibió la vida de Dios, con un nuevo soplo el hombre recibe ahora al Señor y Dador de vida. El evangelio del domingo de Pentecostés nos permite reconocer algunas de las maravillas que el Espíritu Santo obra en el corazón de los fieles.

Maravilla es el encuentro renovado con Jesucristo. La promesa de no dejarnos solos, Jesús la cumple primeramente con el don del Espíritu Santo. Maravilla es el don de la paz. El Espíritu pone paz en el corazón y convierte en constructor de paz a quien le es dócil. La paz del Espíritu es tranquilidad del orden, sosiego en el progreso, concordia en las relaciones, serenidad en el ánimo. Quien protege la paz, camina en el Espíritu. Maravilla es la alegría colmada. El don del Espíritu Santo nos trae la alegría plena, esa que se alcanza como regalo del Señor, quien derrama su gozo en nosotros para que el nuestro llegue a plenitud. Maravilla es la pertenencia a la misión salvadora del Redentor. El Espíritu Santo convierte al discípulo en apóstol, haciendo de él un testigo del Señor. Maravilla es el perdón de los pecados. El amor de Dios derramado con el Espíritu Santo es mayor que los errores y pecados del ser humano. El corazón perdonado atestigua las maravillas que el Espíritu Santo obra en él.

En la solemnidad de Pentecostés todos nos hacemos rocieros para honrar a la Blanca Paloma, imitar su docilidad al Espíritu Santo, recibir de Ella al Salvador del mundo, sabernos peregrinos en el camino de la vida, experimentar el consuelo del perdón de Dios, renovar nuestro compromiso misionero y mantener vivo el abrazo maternal de la Virgen María. Para vivir Pentecostés hay que hacerse rociero, es decir, hay que ser del todo y siempre de María Santísima.

+ José Rico Pavés

Obispo de Asidonia-Jerez

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