¡Menudo encuentro: dos madres se felicitan mientras sus hijos, en las entrañas, saltan de alegría! Admirable lección la del cuarto domingo de Adviento: en la maternidad virginal de María se encierra el secreto de la acogida del Salvador. Bien lo saben los santos, como Santa Maravillas de Jesús, que con palabras certezas enseña cómo deber ser acogido Jesucristo en nuestras propias vidas: “Aprenda en el corazón de su Madre cómo se ama a Jesús”. Cercana ya la Navidad, la Liturgia nos invita a descansar la mirada de fe en la Virgen Madre que lleva en su seno al Autor de la vida. En el pasaje evangélico del último domingo de Adviento, el evangelista refiere de María sus acciones y las palabras que recibe.
Cuatro son las acciones que tienen como protagonista a la Madre de Jesús: ponerse en camino, acudir aprisa a la montaña, entrar en casa de Zacarías y saludar a Isabel. En cada una de ellas se nos desvela la solicitud amorosa de la Madre que nos enseña a amar al Hijo. La que ha sido fecundada por el Espíritu Santo se pone en camino: las palabras del ángel en la anunciación orientan sus pasos; auxiliar a su anciana prima es la meta. Amar a Jesús significa dejarse mover por su amor (Él nos amó primero) para servirle en quien lo necesita (conmigo lo hicisteis). María acude aprisa porque la prontitud en el servicio distingue a quien está llena de Dios. En casa del sumo sacerdote entra la Virgen María, portadora del Sacerdote Eterno, anunciándonos que en la ofrenda redentora del Hijo estará cerca la Madre. En el plan de Dios está que acudamos a la Madre para aprender a unirnos a Jesucristo en la entrega amorosa de la propia vida. María saluda a Isabel y su voz llega al oído del Precursor, que salta de gozo en el vientre materno. Primera misión del Bautista: anunciar con su alegría la llegada del Mesías, antes incluso de poder pronunciar palabra. Cuando las palabras no llegan, la alegría declara a quien ama el corazón.
Isabel responde a María “a voz en grito”. A Zacarías, su esposo, le dejó mudo la incredulidad. A Isabel, constituida en servidora de María, Nuevo Templo del Sacerdote Eterno, el Espíritu Santo la colma con palabras de fe. Su servicio consiste en bendecir a la Madre y al Hijo, en postrarse con humildad ante la Madre del Señor, en proclamar la alegría del Precursor y en declarar a María dichosa por su fe. Bendición, humildad, alegría y fe: he aquí lo que Isabel nos dice a gritos. Para acoger al Salvador es necesario recibir en la propia casa a la Madre que nos lo entrega, alabando a Dios por su inmensa bondad (bendición), reconociéndonos indignos de su venida (humildad), saltando de gozo por su amor (alegría), fiándonos sin reservas de la Palabra del Señor (fe).
Cuando la Iglesia nos llama a descubrir de nuevo la alegría de creer y el entusiasmo de comunicar la fe, el relato de la visitación de María a su prima Isabel aparece como antesala de la Navidad, recordándonos que para recibir al Hijo es necesario aprender siempre en el corazón de la Madre, es decir, hay que ponerse en camino –como María- para experimentar la alegría de creer.
+ José Rico Pavés
Obispo de Asidonia-Jerez