Artículo semanal de D. Juan del Río Martín, Obispo de Asidonia – Jerez. Frente a la ley judaica del talión y la justa venganza que predican otros credos, el cristianismo se alza como la religión del perdón: “habéis oído que se dijo: ojo por ojo y diente por diente. Pero yo os digo no hagáis frente al que os hace mal…Habéis oído que se dijo: Ama a tu prójimo y odia a tu enemigo. Pero yo os digo: amad a vuestros enemigos” (Mt 5, 38. 43-44). Pero ¿Qué es el perdón? ¿Cuáles son las actitudes que nos disponen a perdonar? Ciertamente que no se trata del perdón como mera disculpa protocolaria ante cualquier molestia involuntaria del otro. Tampoco nos referimos a los llamados “perdones históricos”, tan de moda en la actualidad, que tienen mucha carga ideológica, poco rigor histórico y bastante de autosuficiencia. Se trata de perdonar de corazón al hermano por las heridas causada por la libre actuación del otro. Frente a ello se reacciona mediante la venganza, el rencor, el recelo, la desesperación o el endurecimiento del espíritu. Ninguna de estas rebeldías trae la paz al sujeto ofendido ni a su entorno familiar y social. En cambio, el perdón salva, libera y es sanador.
Para ello, lo primero que debemos hacer es no identificar al agresor con su obra. Todo ser humano es más grande que su culpa. Realizar este distanciamiento ayuda a vivir en paz con los recuerdos de la ofensa y el apaciguamiento con el otro. Es ir más allá de la justicia, es amar en la dimensión de lo infinito, ya que el amor se prueba en la fidelidad y tiene culminación en el perdón.
Todo eso es verdad, pero se hace “cuesta arriba” para las victimas inocentes de tantos atropellos e injusticias que se dan en nuestra sociedad. Se comprende que las primeras reacciones estén cargadas de pasión….Pero sabemos por experiencia personal e histórica que la venganza crea un mundo inhumano. Sin embargo, el perdón trae la cordura, la sensatez, la búsqueda del bien de todos. Hay que ser muy valiente de ánimo para no devolver “mal por mal” y no situarse en el continuo desquite. Estamos convencidos de que el odio y la venganza: envenenan la vida, reducen el ejercicio de nuestra libertad, nos anclan en el daño sufrido y son el origen de reacciones desproporcionadas y violentas.
Así pues, si se quiere salir de la venganza lo primero a considerar es la posibilidad de cambio que puede darse en cualquier persona, por mucho que se haya equivocado, y a pesar que en ocasiones no reconozca sus errores. Pero el amor es la fuerza misteriosa que puede hacer de lo “imposible lo posible”. La generosidad trata de vencer el mal con la abundancia del bien. La comprensión nos conduce a no llevar la lista de los múltiples fallos del otro, porque eso produciría monstruos imaginarios. La paciencia, es magnifica virtud para alcanzar la sanación del ofensor y del ofendido. En definitiva, el perdón existe cuando hay humildad para ofertarlo y para recibirlo. Son los humildes los que saben encontrar el camino del diálogo y de la conversación para percibir con claridad el mundo del otro y los condicionantes que le impulsaron a tales acciones.
Los cristianos no estamos solos a la hora de perdonar de corazón, contamos con el ejemplo a imitar de aquel que dio su vida por sus adversarios: Jesús de Nazaret, su fuerza y su luz se manifiestan en la oración por los enemigos: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc 23,34). La plegaria ablanda el alma de la dureza producida por las injurias y potencia nuestra voluntad para superar las ofensas, aunque en ocasiones, sea en un estado psíquico no exento de lágrimas. La fe en Dios es clave para perdonar a “fondo perdido”. Contamos con la gracia del Señor que nos precede, pero también nosotros debemos colaborar poniendo lo mejor de sí al servicio de la reconciliación.
+D. Juan del Río Martín
Obispo de Asidonia-Jerez