¡He decidido declararme contracultural! No resulta difícil serlo cuando deseamos ser cristianos cabales. Basta dar una hojeada al evangelio para darnos cuenta de que sus enseñanzas son contrarias a muchos de los postulados de la cultura dominante. Pero, en este caso no es mi fe cristiana la que me mueve a ello. Hace ya tiempo decidí declararme contracultural. Mi tirria a la cultura dominante viene más bien de una experiencia. Cada vez es más difícil encontrar un restaurante en el que se usen manteles y servilletas de tela. Al parecer la moda, lo fashion o aesthetic, me da igual la forma en que se nos presente, está destinado a lo efímero, al postureo. Pudiera parecer clasista, está claro que quien me conoce sabe que me da igual comer con servilletas de tela o de papel, con mantel o sin mantel; sin embargo, creo que este hecho manifiesta algo más profundo.
Nos encontramos en la hegemonía de lo práctico donde domina la cultura del usar y tirar. Ver en ello solo un enemigo del medio ambiente sería quedarnos de nuevo en la superficie del problema. El asunto es que este modelo cultural ha desplazado a la cultura del cuidado. Tener cuidado con las cosas materiales es también una escuela de austeridad y pobreza, si la entendemos como virtud, que nos ayuda a dominar el afán consumista. Este afán abarca las cosas, las experiencias y las personas transformadas en objeto de nuestro deseo, productos de mercado. Se trata de pasar de la presteza de los estímulos y la satisfacción inmediata, libertad se atreven a llamarla algunos, a la vida en la que existe la responsabilidad y el compromiso.
Me atrevo a ir más allá y afirmar que si falta esto es porque no existe humanidad. Hay individuos de la especie, sí, pero no hay humanos porque han olvidado que sobreponerse a la inmediatez es lo que nos constituye como tales. Estoy firmemente convencido de que este es uno de los principales problemas a los que se enfrenta la transmisión de la fe. Lo propiamente humano que es la capacidad para la reflexión y la contemplación, el deleite de lo inútil, la abstracción, ha sido descuidado. Todo ello requiere sacrificar la inmediatez, el usar y tirar, pero nos asegura la recuperación de lo que nos humaniza. Necesitamos obrar conscientemente dando valor a aquello que hacemos y a aquellos con los que estamos. Solo así podemos escapar de la banalidad que llena de insatisfacción nuestra vida.
Jesús Martín Gómez
Párroco de Vera