Cuando ya nadie esperaba nada, la chimenea comenzó a echar humo blanco. Tuvimos 24 horas de dimes y diretes y en las tertulias televisivas o radiofónicas todo eran evidencias y certidumbres, al igual que en los periódicos y revistas digitales. Esperaban a Juan XXIV, a Pablo VII, a Juan Pablo III o incluso a Francisco II, pero no acertaron. Pronosticaron un cónclave difícil y largo, con entresijos de consensos y luchas internas, como habían visionado en la película del mismo nombre. Era como el dicho del parto de los montes, pero esta vez sí que no salió un ratón, sino un León, con el ordinal XIV.
Lo vimos acercarse al balcón de la logia vaticana y comenzaron las elucubraciones sobre su pectoral, la muceta roja… y sobre sus precisas primeras palabras. ¡Se ha escrito tanto! Pero el dato curioso es que la gente de la calle te daba el pésame por la muerte del papa Francisco y, ahora, la enhorabuena por la elección del papa León, y es de agradecer.
Francis Robert Prevost, ahora León XIV
Las comparaciones siempre son odiosas. No puede haber ningún papa repetible, porque el país y el tiempo en que nace, la familia que le rodea, los estudios que realiza, la experiencia de fe que le penetra hasta los tuétanos y su recorrido vital hacen a cada persona única e irrepetible. Y, si creemos que los cardenales electores realmente confían en el Espíritu Santo y se ponen bajo su auxilio, saldrá el papa que en ese momento más necesita esta Iglesia que es tan diversa, no lo olvidemos, como somos los 1.400 millones de católicos.
Tiempo de suricatas
Pero estamos muy influidos por el enfrentamiento, y de lo que ahora se trata es de arrimar las ascuas a mi sardina: que si cocina, que si va a caballo, que si la estola bordada, que si las palabras en latín… Un compañero sacerdote dice, con fino humor, que cuando hay un cambio de párroco, de obispo o de papa, es el tiempo en que de debajo de la tierra salen las suricatas, esa especie de pequeño mamífero que vive en las llanuras subdesérticas del sur de África. Su presencia es muy simpática, porque se elevan sobre sus patas traseras para olisquear el horizonte y sacar algo en su provecho. Quizás el más conocido sea Timón, el personaje que en la película acompaña al ‘Rey León’. Ahí lo dejo.
Somos peregrinos de esperanza y seguimos en tiempo de escucha y de conversión, de búsqueda de la paz y de la justicia, de misión y de evangelización, y esto solo es creíble con la unidad. El periodista Antonio Pelayo, uno de estos días, dijo: “Al Papa se le quiere y se le obedece”. ¡Ánimo y adelante!
Publicado por la Revista Vida Nueva el 17/05/2025