Querida comunidad diocesana: laicado, vida consagrada, diáconos permanentes y sacerdotes. ¡Gracia y Paz!
Este último domingo, anterior al Miércoles de Ceniza, así cantaba el salmo 103, “El Señor es compasivo y misericordioso. Como un padre siente ternura por sus hijos, siente el Señor ternura por los que lo temen.” Este texto puede ser un magnífico pórtico que nos de paso al tiempo de cuaresma.
Un joven me preguntó, ¿cómo podemos temer, sentir miedo, ante Dios, que es misericordioso, compasivo y lleno de ternura? ¿No es contradictorio? A este muchacho, con una buena lógica, no le encajaba el razonamiento final de la frase: “Por los que lo temen”. Y sin saberlo pensaba lo mismo que la consideración de San Juan en su primera carta: “No hay temor en el amor, pues el amor perfecto expulsa el temor, porque el temor tiene que ver con el castigo; y quien teme no ha llegado a la plenitud en el amor.” (Jn 4,18) Bueno, también podemos entender que al Señor le producen ternura las personas que tienen miedo de él.
No es fácil en las traducciones trasladar todo el sentido de una lengua a otra, pues se pierden muchos matices. La palabra hebrea que frecuentemente traducen por “temor”, en muchos casos, se puede referir a sentir asombro, respeto, reverencia e incluso admiración. Es decir, lo que siente una persona enamorada por la otra. Y es que, como digo siempre, la fe o es una historia de amor o es una idolatría.
¿Y si comprendiésemos estos cuarenta días para admirarnos de lo bueno que es Dios? “Pues Dios no nos ha dado un espíritu de temor, sino de fortaleza, de amor y de templanza”, así se lo dice Pablo a Timoteo (2Tim 1,7). Sabemos por Jesús que Dios, como un Padre bueno (abbá), nos ama primero, y nos acoge para que no sintamos miedo ni ante él ni ante nadie, y nos ruega que nos relacionemos con él y con todos los demás con un amor cargado de ternura. Este es el verdadero sentido de la parábola del Padre bueno (el verdadero protagonista) y los dos hijos, el pequeño que se marchó y el mayor que se quedó en casa. (Lc 15,11-32)
¿Y por qué no planteamos esta cuaresma basada en el amor? Este amor que nos hace salir de nosotros mismos, que como el fuego se expande por las rendijas y abrasa. ¿Por qué no buscamos hacer comunidad en nuestras parroquias, asociaciones, hermandades y cofradías, movimientos, grupos de jóvenes, comunidades…? ¿Por qué no intentamos crear lazos de ternura entre todos nosotros los que formamos la Iglesia?
Sin un verdadero testimonio de fraternidad, en este mundo atomizado, todos los gestos y palabras que hagamos, solo de cara a “nuestro” grupo, se las lleva el viento. En esta cuaresma la fuerza de nuestra oración tiene que ser la misma que la de nuestra misión, pues la comunión en el amor es la única raíz que sustenta a las dos. Si contemplando nuestra vida vemos que hay otras motivaciones en nuestra oración o en nuestro apostolado, ni es oración ni es apostolado.
Finalmente, hay un texto de una teóloga laica, Georgette Blanquière, que hace 33 años escribía hablando de la envidia del hijo mayor de la parábola: “La envidia espiritual produce seguramente la autodestrucción de nuestras comunidades cristianas: celos entre laicos y sacerdotes, entre parroquias y movimientos, entre religiosos de vida activa y contemplativa, entre los mismos sacerdotes, entre los movimientos y asociaciones de distinto signo… Cada uno buscamos defender nuestro territorio y no soportamos las diferencias con el otro. En realidad, cada uno busca ser el único consecuente, el único responsable, el único acertado en la tarea, el que desea la herencia (la casa y la autoridad) para sí mismo… el único amado. Y, aun así, aunque fuéramos el único amado no seríamos felices, porque viviríamos con la ansiedad de la comparación y la insistente referencia a los otros. Estamos demasiado acostumbrados a relacionarnos desde la oposición y la diferencia.”
Nos toca a todos revisarnos y pensar mucho en el amor. Si seguimos el camino individualista nuestra iglesia pronto será un enjambre de sectas. Tenemos 40 días excepcionales para reactivarnos: “La Iglesia se iba construyendo y progresaba en el temor del Señor y se multiplicaba con el consuelo del Espíritu Santo” (Hch 9,31).
¡Ánimo y Adelante!
+ Antonio, vuestro obispo
[embedded content]