Jornada de la Paz

Homilía de la Solemnidad de Santa María Madre de Dios
Lecturas bíblicas. Núm 6,22-27. Sal 66,2-3.5-6.8 (R/. «El Señor tenga piedad y nos bendiga»). Gál 4,4-7. Aleluya: Hb 1,1-2 («En distintas ocasiones habló Dios antiguamente a nuestros padres…»). Lc 2,16-21.

Queridos hermanos y hermanas:

La solemnidad de Santa María Madre de Dios centra la festividad, ya que probablemente es la más antigua fiesta en honor de la Virgen María, que es preciso remontar al siglo VI. Los ojos y el corazón de la cristiandad se fijan en la Madre del Salvador de una manera especial después del concilio de Éfeso celebrado el año 431, en el que los padres conciliares declararon como verdaderamente ortodoxa la fe que la Iglesia profesaba en la maternidad divina de la Virgen María, venerada como verdadera Madre Dios (Theotókos). Al hacerse hombre por la encarnación en María, el Hijo de Dios asumió nuestra humanidad íntegramente y ha hizo suya para siempre, de forma que, aunque no se mezcla ni se confunde son su divinidad, es asimismo inseparable de ella. Confesamos que el Verbo de Dios se hizo hombre verdadero, por nosotros y por nuestra salvación, sin dejar de ser Dios Unigénito. Así lo declaró en el año 451 el Concilio de Calcedonia.
Si toda nuestra atención ha puesto los ojos en estos días de Navidad en el Niño que María recostó en el pesebre con el auxilio y la custodia de san José, era lógico que la liturgia de la Iglesia se centrara hoy en la madre que dio a luz al Salvador del mundo. Tal como hemos escuchado en el evangelio de san Lucas, cuando alertados por el ángel del Señor, los pastores acudieron presurosos a ver aquello que ángel les decía, «encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre, y al verlo les contaron todo lo que les habían dicho del niño» (Lc 2,16-17). Añade el evangelista que todos los que oyeron a los pastores se maravillan de las cosas que se decían del niño, y añade con relación a su madre: «Y María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón» (Lc 2,19; cf. 2,51). María y José contemplaban con admiración lo que ocurría en torno al niño y «estaban admirados de lo que se decía de él» (Lc 2,33) y meditaban en su destino.
San Pablo en la carta los Gálatas afirma que Jesús nació de una mujer bajo la ley, para liberarnos de la ley, poniendo de relieve que la salvación no la produce la observancia de la ley, sino la gracia de Dios, porque como pecadores no podemos cumplir los mandamientos. Por eso, el evangelista no sólo da cuenta de la purificación de María y presentación de Jesús en el templo para ser rescatado de la prescripción de la ley, que establecía la ofrenda de un animal para el sacrificio del templo o, para las familias modestas o pobres, un par de tórtolas o dos pichones, como veíamos en la fiesta de la Sagrada Familia. Hoy en el fragmento de la carta a los Gálatas nos refiere el Apóstol que el nacimiento de Jesús bajo la ley fue para cumplirla en sí mismo en perfección, de forma que por su cumplimiento nosotros fuéramos agraciados. La ley de Moisés imponía la circuncisión del niño, que era la señal del pueblo elegido como pertenencia a Dios marcada en la carne de los varones. Siguiendo el precepto de la ley, Jesús fue circuncidado a los ocho días de su nacimiento, momento en que se le impone el nombre de Jesús, como lo había llamado el ángel en la anunciación a María (cf. Lc 1,31); y como se le había dicho a José en la visión en sueños, dándole la razón del nombre: «porque él salvará a su pueblo de sus pecados» (Mt 1,21. 25), pues este es el significado del nombre de Jesús.
Volviendo sobre cómo María todo lo que sucedía en su corazón, hemos de añadir que la carne en la que Jesús sufre la circuncisión es la carne de María, pues Jesús recibió de ella el cuerpo, su humanidad fue gestada en su vientre y nació de ella, como san Atanasio pone de relieve, recordando las palabras del ángel . Ella se la ha dado a Jesús, sin intervención alguna de varón, «porque lo engendrado en ella viene del Espíritu Santo» (Mt1,20). El sufrimiento que el niño padece en la circuncisión es dolor de María, que acompañará el camino de Jesús, que desde el pesebre conduce al Calvario, asociada a los dolores y sufrimientos del Hijo de Dios, que es asimismo hijo suyo. Por eso, en su misión en la historia de la salvación María necesitaba la bendición divina, su predestinación anterior al tiempo es en ella plenitud de bendición, anticipada en la bendición que Aarón debe pronunciar sobre los hijos e Israel, que hemos escuchado en la lectura del libro de los Números. María es contemplada en la interpretación cristiana de su misión en la historia de la salvación, en razón de la bendición divina que cubre toda su existencia desde su concepción inmaculada, como llena de gracia (Lc 1,28) y bendita entre las mujeres (v. 1,42). En María se recapitula la bendición plena de Dios sobre su pueblo, convertida en verdadera figura de la Iglesia; y si Eva fue la madre de los vivientes, María es la madre de los creyentes, que nacen del seno bautismal convertidos en hijos de Dios.
En este día marcado por el signo de la Virgen María, comenzamos un año nuevo y desde san Pablo VI en este día se celebra la Jornada de la paz que el mismo papa instituyo. En este día pedimos al Señor que extienda su bendición divina sobre todos los pueblos de la tierra y sobre la entera creación, ámbito y escenario de la casa común, como reitera en su enseñanza el Papa Francisco. En su mensaje para esta jornada, evaluando la situación de nuestro mundo y después de referirse al duro año que ha terminado, en la esperanza de un año mejor dice el papa: «Es doloroso constatar que, lamentablemente, junto a numerosos testimonios de caridad y solidaridad, están cobrando un nuevo impulso diversas formas de nacionalismo, racismo, xenofobia e incluso guerras y conflictos que siembran muerte y destrucción» . Lo dice invitando a todos a poner la contribución de cada uno al servicio de la paz y actuando con responsabilidad a la hora de cuidar la creación, abandonando su explotación desconsiderada y movida por el lucro y el afán de dominio. El cuidado de la creación pasa por poner en práctica el mandato del Señor al entregar al hombre el jardín del Edén, que ha de “cultivar” y “cuidar” (cf. Gn 2,15), haciendo de este cultivo y cuidado un camino de paz y de concordia, compartiendo el bien común que nos sustenta y ampara nuestra vida en la tierra.
Pidamos hoy a Santa María de la Encarnación, titular de nuestra Catedral, que interceda por nosotros y nos acompañe a lo largo del nuevo año, para que llevemos al mundo la luz de Cristo con nuestro testimonio de palabra y obra. Que María nos ayude a llevar el mensaje de paz de Belén a todos cuantos entren en contacto con nosotros a lo largo de este año. Que perciban que esta paz que transmitimos viene de Dios y no de los hombres. Pidamos a nuestra Señora de la Encarnación, titular de nuestra Catedral que suplique del Señor vernos libres de este azote de la pandemia y que con salud podamos vivir en la presencia de Dios y guardar sus mandamientos.

Virgen de la Encarnación,
Madre de Dios y madre nuestra:
venimos a tu presencia
para bendecir tu nombre,
Virgen sagrada María.
Damos gracias al Dios Creador
Por tu divina maternidad,
Que te hizo hija predilecta suya;
al Hijo Redentor,
Que quiso ser hijo tuyo,
para que tú fueras madre nuestra;
al Espíritu Santificador,
que en tu vientre
creó la humanidad del Hijo de Dios,
para que fuera hijo tuyo
y hermano nuestro.
Virgen de la Encarnación,
venimos ante ti,
para suplicar tu protección y amparo
en nuestras necesidades.
No desoigas nuestras súplicas,
Madre de misericordia,
Virgen sagrada María.
Amén.

S.A.I. Catedral de la Encarnación
1 de enero de 2021

+ Adolfo González Montes
Obispo de Almería

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