Homilía en la Solemnidad de la Inmaculada Virgen María Niña, patrona del Ejido

Mons. Adolfo González Montes en el día de la concesión a su Patrona del Bastón de Mando del Ayuntamiento del Municipio de El Ejido.

Lecturas bíblicas. 2 Sam 7,1-5.8b-11.16

Sal 112,1-8

Gál 4,4-7

Mt 1,1-17

Queridos hermanos sacerdotes;

Excelentísimo Sr. Alcalde y Miembros de la Corporación;

Autoridades civiles y militares;

Religiosas Esclavas de la Inmaculada Niña;

Queridos cofrades de la Virgen;

Queridos hermanos y hermanas en el Señor:

Este es un día grande en la Iglesia local de este próspero municipio de El Ejido, porque celebráis las fiestas patronales de la Virgen Inmaculada Niña, expresión de la fe que nutre el tejido social de las poblaciones que se agrupan en el municipio y hunden sus raíces culturales en una misma concepción de la vida iluminada por el Evangelio de Cristo. Es cierto que hay segmentos de la población que no participan de la fe católica, pero la mayoría de la población se halla vinculada a sus raíces cristianas, que siguen inspirando la vida y dando sentido a su desarrollo en estas tierras. Conscientes de ello, habéis querido revalidar el patronazgo de la Virgen sobre vosotros y la Corporación del municipio ha querido entregar en este día, en un acto simbólico de indudable trascendencia, el «Bastón de Mando» del Ayuntamiento a vuestra excelsa Patrona.

Al hacerlo así, manifestáis vuestro compromiso social con la fe cristiana, porque así lo sentís, aun cuando sois conscientes de la pluralidad que nutre hoy el marco de convivencia en el que caben en igualdad de condiciones unos y otros ciudadanos, sin que el respeto a las minorías sociales lleve consigo el ahogamiento y represión de los sentimientos e identidad de la mayoría de la sociedad ejidense. En saber respetar esta realidad plural y al mismo tiempo no reprimir los legítimos derechos de la mayoría social reside el equilibrio social que ampara la democracia. Nada más contrario a ésta que la pretensión de algunos de silenciar las creencias y la fe religiosa de los creyentes, que son al mismo tiempo ciudadanos.

Los cristianos no imponemos a nadie la fe, pero a todos la proponemos sin complejos, porque estamos convencidos de que la fe cristiana es portadora de la revelación divina y en ella Dios ha salido al encuentro de los hombres, para elevarlos a la vida divina venciendo el pecado y la muerte eterna, que han sido definitivamente derrotados en la resurrección de Cristo. La fe ilumina y penetra el conjunto de la vida y es imposible sustraer a nuestro modo de estar en el mundo y en la sociedad, porque como cristianos nos proponemos vivir en la presencia de Dios y hacer de su Palabra gobierno de nuestras vidas.

María vivió bajo la luz de la Palabra de Dios, que se hizo carne en su vientre, para que hecho hombre el Hijo de Dios nos revelara el misterio de la vida humana, que se ilumina a la luz del Verbo hecho carne y en él se abre al misterio del amor infinito del Padre y Creador de todos los hombres. Veneráis con gran amor la advocación de la Infancia de la Inmaculada Virgen María, a la que so dirigís otorgándole tiernamente el título de «Divina Infantita». El instinto de fe del pueblo de Dios de consuno con sus pastores participa de la infalibilidad de la Iglesia, por eso sé que sois bien conscientes de que la infancia de la Virgen es contemplada en la tradición de la Iglesia a la luz de su de su Concepción Inmaculada y de su nacimiento libre de toda mancha de pecado original. El designio de Dios sobre María, elegida para ser madre del Hijo de Dios, fundamenta la consagración a Dios por entero de la Virgen desde su tierna infancia, que la Iglesia celebra en la fiesta de su Presentación en el templo.

La infancia de la Virgen es, pues, el resultado de su nacimiento como Inmaculada Niña, destinada a ser la hija de Sión, estirpe escogida de Israel, porque que en María se da la recapitulación de la estirpe de Abrahán, padre del pueblo elegido, del pueblo de las promesas que Israel recibió para toda la humanidad. En Abrahán María es bendecida como estirpe de Israel y por María son bendecidos todos los pueblos de la tierra que vienen a integrarse en el nuevo «Israel de Dios» (Gál 6,16), que se prolonga en la Iglesia. Por María, Cristo es el verdadero depositario de las promesas a quien Dios ha entregado el reino de David su padre según la carne, trascendiendo las fronteras del Israel de la antigua Alianza.

La genealogía de Jesús, con la que comienza el evangelio de san Mateo que hemos proclamado hoy, describe las generaciones que van de Abrahán a David, de éste hasta deportación a Babilonia y desde la deportación al nacimiento de Cristo. Tres series de catorce generaciones cuya sucesión en la historia de la salvación tiene la finalidad de afirmar la humanidad de Jesucristo, nacido de la Virgen María, desposada con José, de quien Jesús recibirá el nombre.

La participación de las naciones en las bendiciones del pueblo elegido ha encontrado en su cumplimiento en Cristo, hijo de Adán, hijo de Abrahán e hijo de David, por quien son bendecidos todos los linajes de la tierra, como Dios prometió a Abrahán, «padre de los creyentes». Haciendo suya nuestra carne, el Hijo en de Dios, nacido de la Virgen María del linaje de David, Jesús ha traído la bendición a todas las naciones. Es lo que afirma el apóstol san Pablo, al referirse al hecho de la encarnación del Verbo: «Pero, al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos lo condición de hijos» (Gál 4,4-5).

Comprendemos por la fe en la encarnación del Hijo de Dios el motivo por el cual la maternidad divina de María es la clave de su singular dignidad: María es la madre de Cristo Jesús, el Hijo de Dios encarnado. Todo en ella tiene a Cristo Jesús por razón, motivo y clave de su lugar en la historia de nuestra salvación. Por eso, con toda razón, san Andrés de Creta dice del nacimiento de la Virgen que es el exordio, el preludio de todo el cúmulo de bienes que nos vinieron por Cristo (SAN ANDRÉS DE CRETA, Sermón 1: PG 97, 806-810).

La tradición piadosa surgida en torno al nacimiento e infancia de la Virgen María dio lugar al desarrollo de algunos pasajes de los evangelios apócrifos que ilustran, sin embargo, una verdad de fe: que María siempre se entregó al designio de Dios sobre ella. Por eso, la fiesta de la Presentación de la Santísima Virgen que se celebra el 21 de noviembre, día en que fue dedicada la iglesia de Santa María la Nueva próxima al templo de Jerusalén, recuerda a los cristianos y les invita a celebrar esta consagración de María a Dios, movida por el Espíritu Santo desde su tierna infancia; cuando María fue llevada por sus padres al templo como la predestinada por su inmaculada concepción a ser la Madre del Redentor.

Creemos que la colocación de la fiesta de la Inmaculada Niña entre las dos fiestas marianas de la Natividad y la Presentación de la Virgen, nos llevan a contemplar la infancia de María como preparación para su alto destino en la historia de la salvación: ser la madre de su Hijo, a fin de que nacido de mujer, hombre entre los hombres, nos redimiera del pecado y de la muerte eterna por el misterio pascual de su muerte y resurrección.

Por eso, nosotros, cada uno, a quien nadie puede sustituir en el acto de la fe, nos configuramos con Cristo, con su muerte y resurrección, por el bautismo, que hemos de vivir consecuentemente como discípulos del Señor. El homenaje, queridos diocesanos, que hoy tributáis a María tiene que encontrar confirmación en vuestra vida. En la existencia del cristiano no es posible separar la vida pública de la privada, porque el Evangelio es el criterio de ambas. Los cristianos que os hacéis presentes en las instituciones públicas no podéis abdicar del
compromiso, siempre respetuoso con la ley y el ordenamiento jurídico de la sociedad, de impregnar de caridad social y política vuestra manera de conduciros.

Los católicos que administráis la vida pública tenéis la grave obligación de hacer que las leyes injustas sean cada vez menos injustas, y que el ordenamiento legal de la sociedad no sirva como parapeto o excusa contra el que tropiece la defensa de la vida y la protección de los necesitados. Tenéis la siempre difícil tarea de lograr un orden social justo, de suerte que nadie sucumba a la exclusión social y la marginación, para que vuestro servicio a la sociedad sea verdadera expresión de vuestra fe cristiana. Hay que dar al César lo que es del César, sin olvidar que la autoridad del César viene de Dios y a Dios hay que darle lo que es suyo.

Pidamos a la Inmaculada Niña que vele por las familias tan amenazadas por la inestabilidad de los matrimonios y el abandono de la iniciación cristiana de los niños, en una situación social que requiere mayor protección y amparo de la maternidad, con leyes justas para protección de la natalidad y de la vida familiar, pieza fundamental de la sociedad. El Segundo Concilio del Vaticano II habló de la familia como verdadera «iglesia doméstica», cuando la fe cristiana ilumina el amor conyugal y procreación y educación de los hijos. La asamblea general extraordinaria del Sínodo de los Obispos, que el papa Francisco ha convocado y que comienza mañana tiene ante sí el cometido de reflexionar y debatir sobre la identidad de la familia según el designio de Dios y tomar en cuenta sus dificultades en la sociedad actual. Pidamos que el Espíritu Santo ilumine a los Padres sinodales y que guíe a las familias hacia una vida acorde con la Palabra de Dios.

María vivió el designio divino sobre ella a la escucha de la Palabra de Dios, y sierva obediente de Dios, concibió por gracia divina en su seno y la que fue Inmaculada Niña vino a ser Madre del Hijo de Dios para salvación de todo el género humano. Que ella proteja las comunidades cristianas de este Municipio que hoy gozoso la honra como Patrona confiándose a su maternal intercesión.

Iglesia parroquial de San Isidro Labrador

El Ejido, 4 de octubre de 2014

+ Adolfo González Montes

Obispo de Almería

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