Homilía en la Misa Crismal

Queridos hermanos del presbiterio, diácono, diáconos permanentes, queridos seminaristas, hermanas y hermanos de la vida consagrada, querida comunidad de esta Iglesia del Señor que camina en Almería. Querido Cyprian, hermano en el episcopado.

 

La misericordia de Dios nos concede un año más la oportunidad de sentir y celebrar los vínculos que nos unen a esta nuestra diócesis. Como siempre que celebramos la Eucaristía, Dios establece con cada uno de nosotros un diálogo personal. Dios entra en comunión con cada uno de nosotros, nos habla “al corazón” y renueva [y nosotros renovamos] su Alianza.

 

Todos nosotros que, algunas veces, vivimos cómodamente nuestra fe y los sacerdotes, que podemos hacer de nuestro ministerio un “modus vivendi”, sin riesgos notables, como los que tienen muchos bautizados… tendremos que preguntarnos esta tarde, ¿que entraña haber sido redimidos por la sangre de Cristo? como hemos escuchado en el Apocalipsis. La sangre, la vida entregada, se irá repitiendo día a día durante toda esta Semana Santa.

 

Todos, queridos sacerdotes, hemos nacido de la sangre derramada del costado de Cristo. Por eso concibo nuestro sacerdocio como una vida sacrificada, entregada, dada en alimento, para que todos tengan vida y la tengan en abundancia. ¡Qué gran verdad!

 

Podemos apoyarnos no sólo en la gracia, sino en el ejemplo de entrega y dedicación, sin límites, de muchos de nuestros sacerdotes mayores, algunos en edades muy avanzadas. Damos gracias a Dios y hoy también pedimos por ellos.

 

Os ruego que nos pongamos en las manos de nuestro venerable Cura Valera y aprendamos de él y de su entrega, hoy, en esta celebración, en el que renovamos nuestros compromisos sacerdotales, porque buscamos recobrar el amor primero. Demos gracias a Dios por el ministerio al que hemos sido llamados, a la vez que contemplamos nuestro ministerio mirando cara a cara a Cristo, el Pastor Bueno que nos precede y nos alienta en nuestra tarea pastoral.

 

Nuestra consagración está ligada a Cristo, víctima, para la salvación de los hombres, como nos preguntó, en último lugar del escrutinio (llamadas Promesas de los Elegidos), el obispo que nos ordenó. Y terminamos respondiendo: Sí, quiero, con la ayuda de Dios. Y después, de rodillas ante él, y con nuestras manos entre las suyas, le prometimos respeto y obediencia a él y a sus sucesores.

 

Si hermanos, quizás entre la pobreza, la castidad y la obediencia, el consejo evangélico más difícil de vivir sea la obediencia. Aunque yo pienso que los tres consejos van tan unidos que no se pueden separar. Porque todo es vencimiento de sí por el bien de los demás, de la vida comunitaria.

 

Un discernimiento en el espíritu, nos hará descubrir que vivir la pobreza sin la castidad y la obediencia no tiene sentido, que vivir la castidad sin la pobreza ni la obediencia, tampoco. Porque los consejos evangélicos tienen mucho que ver con la donación de sí mismo, y no es cuestión de voluntarismo, porque la voluntad se la hemos entregado a Dios y a la comunidad, el Pueblo Santo de Dios. ¿Estás dispuesto a apacentar el rebaño del Señor dejándote guiar por el Espíritu Santo? Este es el final de la primera pregunta que nos hicieron. Mi voluntad no para mi servicio, para mis intereses, sino dedicada a discernir el deseo de Dios.

 

Necesitamos mucha oración (sin desfallecer, es lo que prometimos) y mucha contemplación, mucho discernimiento, mucha capacidad de escucha al Pueblo Santo de Dios. Que también es el Cuerpo resucitado de Cristo. Necesitamos encontrarnos para salir de nuestros egoísmos, y sobre todo necesitamos caminar en comunidad.

 

A veces, se nos olvida vivir de la misericordia. Toda la comunidad, pero especialmente el obispo y sus sacerdotes: “en comunión imploren, Señor, tu misericordia por el pueblo que se les confía y en favor del mundo entero” oramos en la plegaria de ordenación, os lo repito: en comunión imploren, Señor, tu misericordia. Se nos escapa la verdadera espiritualidad sacerdotal por las rendijas de la vida, de nuestras ideologías, de los celos y las envidias de hermano mayor de la parábola, de la desgana y el cansancio, de psicologías rasgadas o rotas, de heridas no curadas… la vida comunitaria, que es el proyecto de Dios en Cristo, sana nuestras heridas, solo nuestro pecado, desgarra el amor, que es comunidad.

 

Pero el Señor nos ayudará, porque –como hemos proclamado en el salmo– nos promete la compañía de su Amor y de su Fidelidad, y entonces ¿qué más podemos pedir? ¿qué podemos temer? Hoy nos ponemos todos en manos de Dios, él sabe que somos débiles, que tenemos buenas intenciones, pero que muchas veces fracasamos. Confiar en él es nuestra salvación, incluso cuando NO sabemos comprender nuestra vida ni nuestra historia.

 

Queridos bautizados, queridos sacerdotes, cada Misa Crismal, pedimos por todos los que van a servirse durante todo este año de estos Santos Óleos y de este Santo Crisma y cada Misa Crismal renovamos nuestra unción. Por su sangre –otra vez su sangre, que es la vida– hizo de nosotros un reino de sacerdotes. Pero cuidado, los primeros versículos del Apocalipsis en la presentación lo dice de toda la comunidad de bautizados (no solo de los presbíteros). Nuestra misión es que la comunidad NO olvide que por la entrega de Cristo TODOS somos ese reino de sacerdotes. Son palabras mayores, que exigen nuestra propia entrega, según el modelo de Cristo Pastor Bueno, que da la vida por sus ovejas.

 

¡Revisémonos! A las personas ungidas se les nota. Desprenden el olor de la unción. Cuando alguien dice algo con “unción” las personas que le rodeamos sabemos que está expresando la verdad más íntima. Cuando un sacerdote celebra con unción, predica con unción y vive desprendidamente con unción… la gente sencilla lo reconoce como ungido. Y el buen olor de la unción no necesita de ningún tipo de aditamentos porque sobra todo. Desde la simplicidad, la humildad, el diálogo sincero y abierto, el gozo interior, el sentido orante, la palabra de la verdad, la entrega desinteresada, … todo esto fluye del corazón y llega al corazón de la persona que está a nuestro lado. Y así entregaremos día a día la vida.

 

Crezcamos todos en misericordia. ¡Ánimo y adelante!

 

+ Antonio, vuestro obispo

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