Homilía en la fiesta de san Indalecio, patrón de Almería

Catedral de Almería 20:30 horas  ­-  15 de mayo de 2024

Querida comunidad, hermanas y hermanos.

Saludo al Sr. Deán y al Cabildo de nuestra Apostólica Catedral.

Sr. Vicario General, Sacerdotes, diáconos permanentes, religiosas y religiosos.

Servidores del altar.

Sra. Alcaldesa y corporación municipal.

Respetadas autoridades civiles, militares y judiciales.

Presidente de la Agrupación de Cofradías, Hermanas y Hermanos Mayores,

Almerienses todos, que os habéis acercado a esta Eucaristía, para celebrar un año más, que san Indalecio, el patrón de nuestra diócesis, haya llegado a nuestra tierra y nos haya traído la Buena Noticia de Jesucristo, en los inicios de la predicación evangélica.

Más de una vez me he imaginado a un joven San Indalecio, sobre la proa de una embarcación, oteando nuestra tierra según entraba por el puerto de Pechina. Estoy seguro que no venía solo, siempre iban en grupos a misionar, llevándose incluso a sus familiares y hermanos de las comunidades a las que pertenecían.

Contemplad el deambular de los comerciantes del puerto, las subidas y bajadas de las mercancías, el griterío de los niños, las idas y venidas de una población enredada en sus tareas… y la misión de un evangelizador, sin saber lo que iba a ser de su vida.

Nos hemos quejado tantas veces de la imposibilidad de hacer algo para llevar la alegría del evangelio a los demás. ¡Nos falta una visión de esperanza!

En primer lugar, el evangelizador ha de salir de su espacio de comodidad y de individualismo. Los creyentes no podemos quedarnos anestesiados ante tanta desgana, que es el sostén de la intolerancia (también entre nosotros), porque nos urge el Amor de Cristo, el fuego de la Caridad.

La evangelización, también la primera, es un acto comunitario. El Apóstol, el mensajero, hace el primer anuncio, pero es la comunidad la que nos sostiene y mantiene en la fe. Los primeros evangelizadores se encontraron una tierra extraña, nueva, abierta para recibir la semilla. Ahora nosotros estamos volviendo a ese momento. Hace ya algunos años la comunidad familiar era el germen de la evangelización, aprendíamos a vivir la fe con nuestros padres y abuelos. Ahora ya no es así. Y nosotros seguimos manteniéndonos en los mismos esquemas evangelizadores.

Me lo habéis oído muchas veces, es mi obsesión de pastor, que si no hay vida comunitaria no hay Cristo. “Donde dos o más estén reunidos en mi nombre allí estoy yo en medio de ellos” Mt 18,20 Sé que es muy duro lo que estoy diciendo, pero sé que es la verdad del Evangelio de Jesucristo y necesitamos mucho discernimiento. Nosotros somos el cuerpo de Cristo, y él es la cabeza Rm 12, 4-8 .

Queridos hermanos y hermanas, os lo decía el pasado año, ¿Cómo podemos “convertirnos” a la vida comunitaria? No hay vida comunitaria sin la búsqueda de la unidad. No podemos seguir diciendo yo soy de Cefas, yo de Pablo, yo de Apolo 1 Cor 1, 12-13 . Los primeros cristianos, lo vemos en las cartas de San Pablo, tuvieron que aprender y diseñar caminos de búsqueda de unidad, tuvieron que volver la mirada a Cristo, para rechazar todo tipo de individualismo. Trabajar unidos, sacerdotes, religiosas y religiosos, asociaciones, movimientos, hermandades… la búsqueda de la unidad hará que dejemos de enfocar la mirada en nosotros mismos o en nuestro grupo de referencia. Todos somos bautizados, recordáis: “un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo” Ef 4,5-7 Si no es así ¿No estaremos paganizando nuestra vida de fe? ¿No estaremos fragmentando la Iglesia de Jesucristo? Después nos lamentaremos, que no hay laicos comprometidos, que no hay vocaciones a la vida sacerdotal y consagrada, que nuestras parroquias se vacían, que, como nuestra sociedad, también en decadencia y fracturación, este edificio se desmorona.

Hace 500 años, el Obispo Villalán, colocó la primera piedra de este edificio que, del esfuerzo comunitario, ahora disfrutamos y nos maravillamos. Edificio que representa a nuestra comunidad diocesana y a la casa del pastor. Lugar de encuentro, de enseñanza, de oración y celebración, faro de cultura y vida de fe en medio de nuestra ciudad. La comunidad celebra aquí y discierne en el Espíritu, para poder evangelizar fuera de sus puertas.

San Indalecio nos entregó la vida, nosotros también debemos entregarla, en el día a día, pensando más en la comunidad que en nosotros mismos, saliendo de nuestras casas físicas, ideológicas, comunicativas y antropológicas, para poder, desde la libertad, evangelizar a todos los pueblos. Vale la pena ser discípulos de Cristo y anunciadores de su Evangelio. Feliz día de nuestro santo patrón.

+ Antonio, vuestro obispo

 

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