En la Misa de San Esteban

Homilía de Mons. Adolfo González, Obispo de Almería, en la Misa de San Esteban, aniversario de la entrega de la ciudad a los Reyes Católicos.

HOMILÍA DE LA MISA DE SAN ESTEBAN

Aniversario de la entrega de la ciudad a los Reyes Católicos

Lecturas bíblicas: Hech 6,8-10; 7,54-59

Sal 30,3-4.6-8.17 y 21

Mt 10,17-22

Muy Ilustres Sres. Capitulares;

Ilustrísimo Sr. Alcalde;

Excmas. e Ilmas. Autoridades

Miembros del Cuerpo de la Policía local, que hoy celebráis vuestra fiesta patronal; Queridos fieles, hermanos y hermanas:

La fiesta de san Esteban Protomártir da marco litúrgico a la tradicional «Fiesta del Pendón», que conmemora la entrega pacífica de la ciudad de Almería, el 26 de diciembre de 1489, a los Reyes Católicos. Con la entrega, la ciudad es reintegrada a la cristiandad, aspiración y proyecto que dio sentido a la Reconquista como empresa de los reinos cristianos de España. La ciudad volvía así, tras un período histórico musulmán a la geografía cristiana que surgió de la evangelización de la Península Ibérica desde finales del siglo I, y que a comienzos del siglo VIII se vio interrumpida por la invasión musulmana.

Esta misa de acción de gracias, que sigue al solemne Te Deum que hemos cantado, quiere ser viva expresión de nuestro agradecimiento a la providencia de Dios que conduce los hechos históricos, sin cuyo concurso hoy no seríamos cristianos. El designio de Dios así lo ha querido, sin por eso suprimir la libertad de los hombres y los pueblos. Creó al hombre «a su imagen y semejanza» (cf. Gn 1,26-27), haciéndole capaz de toda responsabilidad moral y, por eso mismo, capaz incluso de apartarse de Dios. Las naciones conservan su libertad colectiva y la proyectan en la historia. Dios sostiene esta libertad y su palabra orienta su historia, si las naciones la acogen. Los pueblos pueden apartarse de Dios, pero no triunfan definitivamente sobre el designio de Dios.

Hoy vivimos el apartamiento colectivo de Dios, y su presencia se debilita como experiencia inmediata de un pueblo y orientación del quehacer de la sociedad. Son tiempos que nos reclaman una «nueva evangelización» y el compromiso de todos los cristianos. La nueva evangelización que los papas de nuestro tiempo propugnan y que constituye en esta hora empresa e empeño histórico de toda la Iglesia, vuelve a colocarnos en lo que el Papa Francisco llama «salida misionera», tal como él la propone en su reciente Exhortación apostólica Evangelii gaudium (la alegría del Evangelio).

Citando el magisterio del beato Juan Pablo II, dice el Papa Francisco que la causa misionera debe ser la primera (JUAN PABLO II, Enc. Redemptoris misio, n. 86), para añadir enseguida: «¿Qué sucedería si nos tomáramos realmente en serio esas palabras? Simplemente reconoceríamos que la salida misionera es el paradigma de toda obra de la Iglesia» (FRANCISCO, Exh. Apos. Evangelii gaudium, n. 15). El Papa propone una «espiritualidad misionera», que nos ayude a salir de nuestro individualismo y de nuestros egoísmos; y a superar nuestras crisis de identidad y la caída del fervor con que hemos vivido en otro tiempo (cf. EG, n. 78).

Una espiritualidad del dinamismo evangelizador que contrarreste la cultura mediática que nos subyuga, igualándolo todo y reduciendo a mera cultura la práctica de una u otra religión, y a mero interés de ubicación social la defensa de una u otra postura ética. Hay una «globalización de la indiferencia» —dice el Papa—, que es resultado y condición del propio egoísmo (EG, n. 54), que nos mantiene paralizados en el puesto que ocupamos, en el ángulo desde el cual miramos la realidad y tratamos de dominarla en provecho propio. Contra este estado de indiferencia, hemos de afirmar sin ambages que no todo es igual; no todos los programas son legítimos ni podemos vivir como si no hubiera Dios ni conociéramos a Cristo. Hay propuestas de vida que son contrarias a la dignidad de la persona.

La fiesta de san Esteban viene a recordarnos que, cuando se ha conocido a Cristo, nada puede apartarnos de la confesión de fe en su divinidad, pues él se hizo hombre por nosotros para que nosotros pudiéramos vivir la vida de Dios. En Jesús, el Dios-con-nosotros (Emmanuel) ha salido al encuentro del hombre, para llevarlo de las tinieblas a la luz y ofrecerle la esperanza que le proyecte hacia el futuro definitivo de la vida, que sólo está en Dios mismo.

El santo diácono Esteban es un ejemplo de misionero y evangelizador, de portador del Evangelio que es Cristo mismo, a quien Esteban ve glorificado «de pie a la derecha de Dios» (Hech 7,56). La visión de Esteban es contenido fundamental de la fe cristiana, que reconoce en Jesús al Hijo del hombre, el ser divino que, en la visión del profeta Daniel, viene sobre las nueves del cielo y recibe de Dios «poder, honor y reino y todos los pueblos y naciones le servían. (Dn 7,14). Esteban identifica con este ser divino a Jesús resucitado y paga con su vida esta confesión de fe que iguala a Jesucristo a Dios.

La confesión de fe de Esteban es común a todo el Nuevo Testamento. El autor de la carta a los Hebreos dice ser propia de todos los cristianos, cuando afirma: «Vemos a Jesús coronado de gloria y honor por haber padecido la muerte, pues por la gracia de Dios gustó la muerte para bien de todos» (Hb 2,9). Jesús es contemplado por el autor de la carta como aquel que ha sido coronado como verdadero rey y consagrado como verdadero sacerdote, interpretando así que el sacrificio de Jesús es salvación para todo el mundo en virtud de su muerte y resurrección.

Evangelizar hoy es confesar esta fe en Cristo y vivir de forma coherente con ella, sin temor a las consecuencias, sabiendo que a los que siguen a Cristo puede esperarles la incomprensión y la persecución y al final también para muchos el martirio. Como les ha sucedido a tantos miles de cristianos de cada época desde el principio de la historia de la fe cristiana. En estos días hemos de volvernos con solidaridad fraterna hacia los miles de cristianos que son perseguidos y llevados al martirio en los países musulmanes. Nosotros, que nos sentimos solidarios de todos los que creen en Dios y defendemos sus derechos, pedimos que se respeten los derechos de los cristianos.

Estamos llamados al testimonio de Cristo y proponer el mensaje de salvación, que es alegría para todo el mundo; como el ángel dijo a los pastores: «hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor» (Lc 2,11). En el nacimiento de este Niño llega la salvación al mundo y la alegría de los hombres, aun cuando —como profetizó el anciano Simeón a María— por su causa muchos caerán y otros se levantarán, «pues está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y como signo de contradicción» (Lc 2,34).

La indiferencia ante Jesús es imposible y seguirle a él impide ser asimilados a la globalización de la indiferencia, donde todo vale lo mismo. Hay actitudes moralmente reprobables, y hay prácticas de conducta que son deshumanizadoras y degradantes. Nadie puede ser indiferente ante las necesidades del prójimo y vivir al margen del dolor y del sufrimiento de tantos millones de seres humanos, ni ignorar que hoy sigue habiendo cristianos que mueren por Cristo y hay personas fieles a la propia conciencia moral. La persecución de los cristianos, profetizada por el propio Jesús en el evangelio que hemos proclamado, es una dura realidad desde los orígenes del Evangelio. No es posible vivir como cristianos sin tomar partido por la verdad cuando la hemos encontrado en Jesús, que naciendo de María en Belén, por nosotros se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza, para llamarnos a seguirle y a ser testigos de la verdad. Que así nos lo conceda el Señor por intercesión de san Esteban.

S.A.I. Catedral de la Encarnación

San Esteban Proto
mártir

26 de diciembre de 2013

+Adolfo González Montes

Obispo de Almería

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