Alocución a los sacerdotes del Consejo Presbiteral

Queridos hermanos del Consejo Presbiteral:

Me he dado cuenta de que, en la liturgia, siempre que mencionamos al Espíritu Santo a continuación se hace referencia a la unidad: en los textos, las oraciones, los prefacios, las plegarias…

A los discípulos y a las mujeres, les alcanzó el Espíritu Santo cuando estaban unidos en oración. Después de la Resurrección, el Señor fue recogiendo a los que caminaban por su cuenta: a la puerta del sepulcro, por los caminos, a la orilla del mar, sobre las aguas, como hace un Buen Pastor, en busca de la oveja perdida. Y les llevaba al cenáculo, el redil, primera experiencia de Iglesia, y cada uno contaba en qué momento de huida, de increencia, de cansancio, de dudas, se topó con el Señor… pero sobre todo hablaban del gozo del encuentro.

Estaban ¡Unidos en Oración!, no lo olvidemos. De aquel día surgió un impulso de entusiasmo, un corazón ardiente, un gozo indescriptible, que se extendió por los cuatro puntos cardinales. Me lo escucháis decir en las confirmaciones: ¿qué pasó para que 30 años después de Pentecostés hubiera comunidades cristianas en todos los puertos del mediterráneo? Recibieron el Espíritu Santo, ¡y nosotros también, en el bautismo, en la confirmación, en el orden!

Pero volvamos al principio. Cuando seguían a Jesús cada uno tenía sus propias expectativas, fantasías y proyectos… pero se habían desilusionado. Después de tanta alegría y del seguimiento de grupos numerosos, esperaban llegar a la cumbre del éxito, de su éxito personal, y luego el hundimiento, la desesperanza, como le pasó a Judas.

Un día di un retiro, a unos cuarenta curas jóvenes de la provincia eclesiástica de Zaragoza, que titulé: “Desmontando a Cleofás” si, el discípulo de Emaús. Cleofás, como cada uno de nosotros, se emocionó demasiado rápido pensando en sus propias expectativas. Veía un futuro que posiblemente le resolvería la vida para siempre. Pero él, como los demás se topó con el calvario y el maestro asesinado vilmente. Vaya cura de realidad. El batacazo fue tremendo. ¡Con cuánta facilidad eludimos la Cruz!

Ante el desánimo y la frustración hay dos caminos. Uno el individualista, que es de la huida (da lo mismo que sea hacia atrás que hacia adelante). Me enfrento a la frustración reinventándome a mí mismo: desde la construcción de un personaje, la confrontación con el resto, la búsqueda de nuevas emociones buscando mi minuto de gloria, el individualismo hedonista, el delirio consumista, hasta el tedio huidizo, … cuando dejamos de ser el centro, rompemos la baraja. Muchas veces decimos de una u otra manera: “ya no juego más con vosotros, me marcho”. Es una postura de vuelta a la infancia. Como les pasó a nuestros primeros padres. Es el momento de echar balones fuera, de las acusaciones, de la crítica mordaz, de la incomprensión… ¿quién fue responsable de morder la manzana? Es el momento de la dispersión.

El otro camino, el de Jesús, es la vida comunitaria ¡un solo cuerpo! El camino de vuelta al hogar, el del Espíritu. Al contrario que en Babel, donde cada uno individualmente quería ser como Dios. Lo que surge de la comunidad todos lo construyen. “Les entendían en su propia lengua”. El esfuerzo Sinodal que es construir entre todos, no imponer nuestros criterios, esforzarnos por caminar unidos, algunos lo hemos infravalorado, porque es más fácil hacer de nuestra capa un sayo.

Las historiografías de los primeros cristianos dicen que, en un mundo pagano, con una religiosidad individualista (yo me lo guiso, yo me lo como) fue la vida comunitaria la que hizo que la iglesia naciente proliferara tan rápidamente en multitud de comunidades. ¿Hemos perdido la esencia de la vida comunitaria? ¿No corremos el riesgo de la atomización en pequeños grupos, asociaciones, movimientos, hermandades…? Así se lo decía en la vigilia de Pentecostés a los representantes de las 30 asociaciones de seglares de vida apostólica que existen en Almería, sin contar las hermandades y la mayoría no se conocían entre ellos. Eso dice mucho de nuestra Iglesia y de la atomización individualista a la que me refiero. ¿No estamos volviendo al paganismo? Lo doy muchas vueltas.

Ayer proclamábamos: «Hay diversidad de dones, que proceden de un mismo Espíritu […] Porque todos hemos sido bautizados en un solo Espíritu para formar un solo Cuerpo» (1 Co 12,4.13). Este es nuestro objetivo tanto pastoral como espiritual, y no inventamos nada, es el grito del apóstol: hemos sido bautizados en un solo Espíritu para formar un solo Cuerpo.

¿Cómo formar un solo cuerpo? ¿Cómo caminar unidos para evangelizar? Esta es la única expectativa por la que debemos discernir, trabajar y examinarnos. Si no, al final, nos escudaremos en mi grupo, en mi cura, en mi parroquia… y nos frustraremos porque mis expectativas no salen adelante para los demás. Y viviremos en una falsa euforia “con lo nuestro” y olvidaremos a los otros.

¡SOMOS COMUNIDAD! es el grito del pastor, de Cristo resucitado.

  • Buscando la voluntad de Dios para nuestra Iglesia
  • Descubriendo las sinergias de unos y otros: escuchándonos
  • Cultivando la creatividad y los dinamismos
  • Abriendo las puertas para que entre el Espíritu
  • Sirviendo sin esperar nada a cambio
  • Preocupándonos y ocupándonos unos de otros
  • Convertirnos para renovarnos

Ahora bien, teniendo la COMUNIDAD como referencia:

  • ¿Cómo podríamos ayudarnos más los sacerdotes en nuestra vida espiritual? Buscarnos y encontrarnos
  • ¿Cómo articular la tarea de los arciprestazgos?
  • ¿Cómo crear y compartir iniciativas y proyectos pastorales?
  • ¿Cómo mejorar la participación de los laicos?
  • ¿Cómo dinamizar los Consejos Pastorales?

Voy a terminar con un texto, que ayer mismo, me envió Josep Otón, que acababa de publicar: “En Pentecostés los discípulos experimentaron la fuerza que brota de lo profundo, de la convicción de haber sido testigos de algo auténtico. No era un espejismo colectivo, ni la embriaguez de la que se les acusaba. Hallaron un centro de gravedad, un punto de equilibrio que les permitía sortear los escollos de la vida sin zozobrar. Existía una ruta que no se dejaba constreñir (violentar) por el tedio de lo rutinario. Había una esperanza que eludía la euforia de las expectativas. Estaban entusiasmados, es decir, literalmente se sentían inhabitados por el Espíritu de Dios.”[1]

 

Aguadulce, lunes 29 de mayo de 2023

+ Antonio, vuestro obispo

 

[1] “Euforia y entusiasmo”, Josep Otón, en Pastoral SJ

Historiador y especialista, desde diversas perspectivas, en el estudio del hecho religioso y de la experiencia espiritual.

 

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