A las religiosas y religiosos de la diócesis

Alocución del Obispo de Almería, Mons. Adolfo González Montes, a las religiosas y religiosos de la diócesis.

Alocución del Obispo de Almería a las religiosas y religiosos de la diócesis

Ilustrísimo Sr. Vicario episcopal para la Vida consagrada

Queridos religiosos y religiosas;

Miembros de las sociedades de vida apostólica, de los institutos seculares y otras asociaciones de fieles de vida consagrada:

Agradezco vivamente las palabras de felicitación navideña que los representantes de los diversos grupos acaban de pronunciar en nombre todos ustedes. Gracias de verdad por este gesto de comunión eclesial que aprecio de corazón por cuanto representa. El Obispo, que preside la Iglesia diocesana como sucesor de los apóstoles, es obispo de todos los fieles de su Iglesia particular, de cuantos en ella viven la fe de forma permanente y de cuantos en ella trabajan apostólicamente y colaboran con el ministerio pastoral.

Me alegra que este encuentro vaya tomando entidad, y que se haya venido a añadir al encuentro que cada año celebramos con motivo de la Jornada de la Vida consagrada, porque no sólo acrecienta la comunión eclesial, sino que de esta forma potencia la visibilidad externa del misterio sacramental de la Iglesia ante los fieles y ante la sociedad.

Este año que ahora termina nos ha dejado el documento de los Obispos españoles «Iglesia particular y vida consagrada». Ha sido un documento que ha requerido un recorrido de larga duración y maduración, precisamente porque los obispos querían que no fuese un documento meramente ocasional, sino que respondiera a las necesidades del presente, teniendo en cuenta tanto la doctrina conciliar como las orientaciones de la Exhortación apostólica postsinodal Vita consecrata de 1996 (correspondiente a la Asamblea sinodal de 1994), así como a posteriores orientaciones procedentes del magisterio pontifico y de los organismos de la Santa Sede, sobre todo de la Congregación para los Institutos de Vida consagrada y Sociedades de vida apostólica.

Es, pues, de esperar que este documento, oficialmente aprobado en la CI Asamblea plenaria de la Conferencia Episcopal, el pasado 19 de abril, sirva al acrecentamiento de la comunión eclesial, mediante el estrechamiento de las relaciones mutuas que han de darse entre los obispos y las personas y comunidades de vida consagrada de la Iglesia en España.

Con este documento actualizábamos los obispos el documento ya antiguo, aprobado por la Conferencia Episcopal hace más de treinta años «Cauces operativos para facilitar las relaciones mutuas entre obispos y religiosos de la Iglesia en España» (1980). Al elaborar el nuevo documento no nos proponíamos, sin embargo, la sola actualización del documento de 1980, pues desde entonces se han producido modificaciones importantes en algunos planteamientos, sobre todo el desarrollo, muy significativo, de la eclesiología de comunión y la teología de la Iglesia particular, partiendo de la eclesiología conciliar.

Me gustaría subrayar que se ha de tener presente que no se trata de lograr un consenso entre instancias equiparables, entre las cuales cabría una equilibrada relación de poder como forma de coexistencia en armonía. Este sería un planteamiento ajeno al Evangelio, como está poniendo de manifiesto con tanto acierto el Papa Francisco, recordando que la autoridad en la Iglesia es servicio; es decir, «ministerio» y carisma al mismo tiempo porque es Cristo mismo quien asocia a los ministros a su ministerio pastoral único por medio del Espíritu Santo, que es el que suscita la vocación al ministerio. Sólo sobre esta base llama la Iglesia a los ministros. El servicio que la autoridad apostólica presta al conjunto de la comunión eclesial no hace más dignos en cuanto cristianos a los ministros que a los religiosos y a los laicos. Todo en la Iglesia todo es para edificación común y todos participan de la común dignidad de cristianos; aun cuando el ministerio pueda aportar aquel honor de su ejercicio al frente de la Iglesia, por lo demás siempre equilibrado con la responsabilidad del oficio.

Establecido este supuesto, es preciso tener asimismo presente que el servicio de los pastores está en función de la edificación de la Iglesia conforme a la voluntad de Cristo. Por eso, como dice el documento: «Desde la eclesiología de comunión, la vida consagrada reconoce en los pastores a los sucesores de los Apóstoles, quienes con su autoridad y su primacía jerárquica, querida por Cristo, guían, pastorean y gobiernan al Pueblo de Dios del que los consagrados forman parte como miembros solícitos del bien común, poniendo al servicio de toda la Iglesia su vida y su carisma específico» (CI ASAMBLEA PLENARIA DE LA CEE, Iglesia particular y vida consagrada, 19 abril 2013: Introducción, parág. 2).

Los obispos son pastores de toda la grey en la cual se hallan los religiosos y las personas de han hecho vocación de la vida de consagración como forma de seguimiento del Señor. Estas personas fueron consagradas como los demás cristianos en su bautismo, cuya vivencia ellas radicalizan para ofrecer a Dios no sólo un ejemplo de vida enteramente entregada a la causa del Evangelio, sino su peculiar forma de vivirla, con aquellos dones y carismas que enriquecen la comunión de la Iglesia como don del Espíritu a la Esposa de Cristo.

La vida de consagración ha de vivirse, por esto mismo, en fidelidad a los carismas fundacionales, colaborando de una manera singular y propia con el ministerio pastoral para llevar la misión de la Iglesia adelante, mediante el compromiso de sus apostolados propios, con los cuales dan culto a Dios y sirven a los hombres sus hermanos, haciendo avanzar la evangelización de la sociedad y de la cultura de nuestro tiempo.

La vida religiosa y, en términos generales y abarcadores, la vida de consagración, pertenece a la misma vida espiritual de la Iglesia que se manifiesta en la existencia centrada en Dios, con un corazón indiviso, de cuantos siguen los consejos evangélicos. Los religiosos y las religiosas están por esto mismo llamados a ser acicate de vida cristiana para todo el cuerpo eclesial, al tiempo que a todos los bautizados les recuerdan su destinación última y totalizadora que es la vida divina.

De ahí la importancia que tiene la buena articulación del ministerio pastoral con los institutos y sociedades diversas de vida consagrada. Como dice el documento: «Lo exige la reflexión teológica sobre la naturaleza de la vida consagrada a la luz del Vaticano II, llevada a efecto durante estos años. Lo recomienda la nueva sensibilidad eclesial de obispos y de consagrados. Lo aconseja la invitación del Santo Padre a los obispos de que presten una atención particular a la consolidación de las relaciones confiadas con las personas consagradas y con sus institutos, para que se desarrolle una sólida comunión eclesial. Lo impulsa, finalmente, la urgencia de progresar en la vivencia y el testimonio de la comunión, para retomar con nuevo empeño el compromiso en favor de la nueva evangelización de nuestra sociedad española actual, y la cooperación en la tarea del anuncio del mensaje de salvación al mundo entero» (Ibid., parág. 5).

Estoy plenamente seguro no sólo de cuánto valoran todos ustedes el magisterio pontificio y episcopal, sino de la voluntad que este encuentro pone de manifiesto de comunión eclesial y de compromiso con la misión de la Iglesia. Empeño que los religiosos y religiosas llevan adelante en circunstancias tanto favorables como adversas con estilo propio, fiados de la palabra del Señor y como servicio al Evangelio como criterio. En este compromiso, las tareas de atención a los más pobres y desheredados ocupan un lugar propia en la vida de tantas personas de consagración de vida, tareas que han hecho vocación propia y fidelidad al carisma fundacional; y son, por esto mismo, un distintivo del talante evangélico con que afro
ntan las dificultades de evangelización de nuestra sociedad, tan cerca y al mismo tiempo tan lejos en tantas cosas del espíritu evangélico.

Permítanme, queridos religiosos y religiosas, que un año más manifieste mi gratitud a todos ustedes y les pida que se mantengan fieles a su compromiso de consagración, que alienta y estimulan lo mucho y bien de cuanto hacen en nuestra Iglesia diocesana en fidelidad a los carismas que han dado origen a sus institutos y sociedades de vida consagrada.

Termino estas palabras deseándoles también, por mi parte, a todos ustedes una feliz y santa Navidad.

Almería, a 21 de diciembre de 2013

+Adolfo González Montes

Obispo de Almería

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