Homilía en la fiesta de San Juan de Ávila,

Querida Comunidad, hermanos presbíteros y diácono, vida consagrada, familiares y amigos que un año más nos congregamos en torno a la fiesta de San Juan de Ávila, para sentir y celebrar nuestra fraternidad presbiteral y diaconal, del patrón del clero español. Como siempre que celebramos la Eucaristía, Dios establece con cada uno de nosotros un diálogo personal y renueva su Alianza.

Antes de nada, dar gracias a Dios por todos y cada uno de los que hoy celebráis vuestras bodas de oro y plata sacerdotales. Querido Eduardo Fernández, que celebras 50 años de sacerdote y vosotros mis queridos Manuel Pozo, Ramón Bogas, Victoriano Montoya, Antonio de Mata, Ramón Carlos Rodríguez, Alejandro Moreno y Jorge Cabús, que celebráis las bodas de plata. Sabéis que boda significa compromiso público y solemne, y vosotros de una y otra manera, pasando por dificultades (supongo) y momentos de gozo, habéis mantenida encendida la lámpara de vuestro ministerio y sois también ejemplo para todos nosotros los que aún caminamos con vosotros en esta hermosa vocación y misión.

Quizás deba comenzar por una advertencia de aquel quien escuchó predicar en Granada a nuestro Patrón siendo colegial [Francisco Terrones]  y, siendo obispo de Tuy, lo describió, en su Instrucción de Predicadores como ejemplo de cómo se debe predicar. Primero el predicador –describiendo a san Juan de Ávila- debe estar motivado, con ganas de llevar a Cristo a los que le escuchan. Después, para predicar no revolver muchos libros, ni decir muchos conceptos para presentarse como un erudito, para nuestra gloria. Basta con decir una razón y una convicción que abrase las entrañas de los oyentes. ​No nos lo ha puesto fácil, pero todos debemos aprender este arte de la predicación que, mirándolo bien, nace del mismo Jesucristo.

Hoy la oración colecta dice: “Oh Dios, que hiciste de san Juan de Ávila un maestro ejemplar para tu pueblo, por la santidad de su vida y por su celo apostólico, haz que también en nuestros días crezca la iglesia en santidad por el celo ejemplar de sus ministros.”  Profundizar en esta oración, sería suficiente, en palabras del santo: “Si me mandáis, Señor, hacer lo que vos hicisteis, dame vuestro corazón”.

Si el Siglo de Oro fue también un tiempo que descolocó a muchos por tantas novedades y por cambios sociales tan radicales, la motivación de san Juan de Ávila debe ser también la nuestra, en estos tiempos en los que nos ha tocado vivir que son germen de algo distinto y totalmente nuevo. Su movimiento del alma fue el afán de llevar a Cristo a los demás.

Este impulso misionero le hace plantearse ir al Nuevo Mundo. Pero se lo impiden y es encarcelado por la Inquisición. Cinco acusadores cincuenta defensores. Asume que “sus Indias están en Andalucía” y se entrega con mayor amor, a aquel clero que le ha llevado ante los tribunales y a prisión.

Benedicto XVI el día que proclamó Doctor de la Iglesia a San Juan de Ávila, aquel 7 de octubre de 2012, dijo: “Quisiera ahora reflexionar sobre la «nueva evangelización», relacionándola con la evangelización ordinaria y con la misión ad gentes. La Iglesia existe para evangelizar. Fieles al mandato del Señor Jesucristo, sus discípulos fueron por el mundo entero para anunciar la Buena Noticia, fundando por todas partes las comunidades cristianas. Con el tiempo, estas han llegado a ser Iglesias bien organizadas con numerosos fieles”.

Hemos resumido la vida de san Juan de Ávila en una de sus frases: “Sepan todos que nuestro Dios es amor”. Esto es una llamada a la santidad, en toda regla, y a mantener un corazón misericordioso por encima de la ley. Recordad la parábola del padre bueno y los dos hijos. Es una de las ideas clave del renovado impulso del Concilio Vaticano II: los santos son los verdaderos protagonistas de la evangelización en todas sus expresiones. A este respecto os invito a leer los números del 39 al 42 de la Constitución Lumen Gentium.

En ellos descubrimos, los pioneros y los que impulsan la nueva evangelización: con su intercesión y el ejemplo de sus vidas, abierta a la fantasía del Espíritu Santo, muestran la belleza del Evangelio y de la comunión con Cristo a las personas indiferentes o incluso hostiles, e invitan a los creyentes tibios, por decirlo así, a que con alegría vivan de fe, esperanza y caridad, a que descubran el «gusto» por la Palabra de Dios y los sacramentos, en particular por el pan de vida, la Eucaristía. Santos y santas florecen entre los generosos misioneros que anuncian la buena noticia a los no cristianos, tradicionalmente en los países de misión y actualmente en todos los lugares donde viven personas no cristianas. La santidad no conoce barreras culturales, sociales, políticas, religiosas. Su lenguaje – el del amor y la verdad – es comprensible a todos los hombres de buena voluntad y los acerca a Jesucristo, fuente inagotable de vida nueva.

En este sentido releamos Evangelii Gaudium, [nº 262], nosotros que hemos sido llamados a trabajar en comunión en este bienio pastoral bajo el lema: “Juntos peregrinamos para evangelizar”, nos dice el Papa Francisco: “Evangelizadores con Espíritu quiere decir evangelizadores que oran y trabajan. Desde el punto de vista de la evangelización, no sirven ni las propuestas místicas sin un fuerte compromiso social y misionero, ni los discursos y praxis sociales o pastorales sin una espiritualidad que transforme el corazón. Esas propuestas parciales y desintegradoras sólo llegan a grupos reducidos y … mutilan el Evangelio. Siempre hace falta cultivar un espacio interior que otorgue sentido cristiano al compromiso y a la actividad. Sin momentos detenidos de adoración, de encuentro orante con la Palabra, de diálogo sincero con el Señor, las tareas fácilmente se vacían de sentido, nos debilitamos por el cansancio y las dificultades, y el fervor se apaga”.

El Papa clama por que seamos evangelizadores con Espíritu. Y por tanto reclama un compromiso cristiano en favor de los más necesitados, la Iglesia “pobre y para los pobres”, que nos lleve a un mundo mejor por medio del mensaje evangélico del Reino. Pero esto, dice, sólo puede conseguirse por la conversión previa del corazón por una vida espiritual de comunión con Dios.

Queridos hermanos sacerdotes y diáconos, querida comunidad, la santidad no polariza la vida. También nosotros, podemos polarizar nuestra vida sacerdotal, bien enfatizando unas formas tradicionales de la espiritualidad cristiana … o centrándonos en el compromiso temporal. Por ello, para potenciar la unidad del presbiterio por encima de las distintas sensibilidades, que las tenemos y pueden separarnos cuando son exclusivistas. Deberíamos escuchar la recomendación del Papa San Juan Pablo II, en su Carta Apostólica Novo Millennio Ineunte [nº 45], al concluir el Jubileo del año 2000, palabras que tanto tienen que ver con la sinodalidad: “La teología y la espiritualidad de la comunión aconsejan una escucha recíproca y eficaz entre los pastores y los fieles, manteniéndolos por un lado unidos en todo lo que es esencial y, por otro, impulsándolos a confluir normalmente incluso en lo opinable hacia opciones ponderadas y compartidas”.

La misericordia es el latido del corazón del pastor. Querida comunidad, que san Juan de Ávila nos guíe, acompañe e impulse a renovar nuestras vidas y nuestra pastoral.

+ Antonio, vuestro obispo

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