Nunca he visto entera “Lo que el viento se llevó”. Mi cuerpo serrano no puede aguantar quieto las 3h 58m que dura este clásico del cine. Por eso se inventaron las series. Los 40 minutos de cada capítulo son lo que yo llamo el TMA (tiempo máximo de atención). Lo que sobrepasa este metraje no tiene ya cabida en esta sociedad de inmediatez. Y no es solo una moda de la juventud. Cuando veo la televisión con mi madre, cambia 40 veces de canal en una hora. Al final, también a los más veteranos se les ha inoculado el “veneno” de la impaciencia.
¿Por qué no llama ya?¿Por qué no responde a mis mensajes si los ha leído?¿Por qué no madura mi hijo?¿Por qué mi marido no ve las cosas como yo?¿Por qué no se convierte?¿Por qué la iglesia o la sociedad no cambian a mi manera? Nos come la prisa. Te acostumbras (o te prometen) a tener todo al momento y pierdes el hábito de esperar. La inmediatez se ha convertido en una promesa envenenada. Al final, descubres que las cosas no suceden cuando quieres, a tu ritmo, sino que pasan cuando tienen que pasar.
Aunque suene a frase manida, hay una verdad que se va imponiendo cada día más en mi corazón: “los tiempos de Dios, no son los tiempos de los hombres”. La maduración personal y espiritual suponen el reto de ir descubriendo que la vida, los sueños, los logros y las personas van a otro ritmo, que requieren otras esperas.
Hablando de una higuera que no dio fruto en tres años, el viñador (que es Dios) le dijo al impaciente: “Señor, déjala por este año todavía y mientras tanto cavaré a su alrededor y echaré abono, por si da fruto en adelante” (Lc 13,9). Y me maravilla esa lenta y esperanzadora paciencia del Jefe. Frente a nuestras prisas e impaciencias, Dios sabe que la clave está en la confianza y en el ritmo lento de crecimiento de las cosas.
Hoy te propongo intentar cambiar el chip. Frente a nuestras “urgencias”, arrebatos y desasosiegos te sugiero GUSTAR DESPACIO, saber aguardar lo que ha de venir, confiar en otros ritmos de maduración distintos a los deseados. No podemos forzar la máquina de la vida. Todo lleva su tiempo. Y la felicidad llegará cuando sepamos descubrirlo. Si agobia la espera, toca cerrar los ojos, respirar hondo, desprenderse de las cadenas de la impaciencia, y con humor y una pizca de fe, aguantar a que termine “Lo que el viento se llevó”.
Ramón Bogas Crespo
Director de comunicación del obispado de Almería