“Intimus” es una palabra latina que significa “lo más interior”, “lo más profundo”. De ahí viene el término INTIMIDAD, que hace referencia a nuestro mundo interior, aquel que no mostramos a los demás o a muy pocas personas. En el “sagrario” de la intimidad guardamos nuestros miedos, sueños, deseos, lo que nos ilusiona y avergüenza. La célebre escritora británica Virginia Woolf la denominaba “La Habitación Propia”: un espacio privado e inviolable que solo puede abrirse a las pocas personas que les demos permiso.
Quien tiene un amigo íntimo o una pareja donde vivir esa intimidad tiene un tesoro. No es tan fácil. Pasa mucho entre los varones. 30 años de amistad hablando de fútbol, tecnología y trabajo y jamás se han atrevido a expresar lo que realmente les preocupa, lo que viven interiormente, los anhelos y preocupaciones que llevamos y necesitamos compartir.
Uno de los mejores momentos de la vida es cuando pierdes el miedo a abrirte con esa persona especial. Cuando, al fin, te muestras a otros con tus defectos, sin sentirte juzgado, sino amado y respetado tal como eres. Así, mostrando tus heridas, sacando lo que eres de verdad, puedes descansar, sabiendo que estás en confianza, en la mejor compañía.
Pasa lo mismo en la fe. Cuando los discípulos le preguntan al Maestro cómo seguirle, Jesús no les suelta un “chorro” de normas o mandamientos: “Maestro, ¿dónde vives? Él les dijo: «Venid y lo veréis.» (Jn 1,35-42). Y a mí me parece una invitación a entrar en su habitación propia, en intimidad con Él. El cristianismo más que normativas, valores o ritos será sobre todo una relación de amistad en la que puedes sentirte delante de Él siendo tú mismo y contarle las cosas como son, sin caretas.
Hoy, Señor, te doy gracias por mis amigos íntimos, por aquellos con los que puedo compartir mi intimidad. Esos que son cómplices, hombro donde apoyarme, confidentes y espejo donde mirarme con amor. Porque han sabido guardar secretos y sueños, preocupaciones y logros. Te pido que entre todos vayamos creando más espacios donde podamos estar así, sin caretas, sin disimulos, sin forzar lo que no somos. Donde podamos estar “en zapatillas”.
Me comprometo a ir creando más espacios de intimidad contigo, buscarte en esa morada donde pueda abrirme a tu amor. Donde pueda ser lo que soy, con mis defectos y mis talentos, donde sea capaz de atreverme a desnudarme, sabiendo que siempre me encontrarás hermoso. Ábreme la puerta, yo te abriré mi corazón.
Ramón Bogas Crespo
Director de la oficina de comunicación del obispado de Almería
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