HOMILÍA EN LA ORDENACIÓN AL DIACONADO PERMANENTE DE RAFAEL PASTOR EN MACAEL

Diócesis de Almería
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La diócesis de Almería es una sede episcopal sufragánea de la archidiócesis de Granada, en España. Su sede es la Catedral de la Encarnación de Almería.

Querida Comunidad de Macael, queridos padres y familia de Rafael, y todas las personas que habéis venido de fuera, querido RAFAEL que hoy recibirás el Orden de los Diáconos, querido José-Rubén, párroco de esta comunidad parroquial, Rector de nuestro Seminario, Vicario General, Sacerdotes, Diácono permanente, vida consagrada, y servidores del altar.

Las lecturas que hemos elegido para esta celebración nos señalan el camino por donde podemos contemplar el gran misterio que encierra esta ordenación de un Diácono Permanente para nuestra diócesis de Almería. Damos gracias a Dios.

  1. La institución de los diáconos [Hch 6,1-6]

Querido Rafael, como hemos escuchado en la primera lectura, el ministerio de los diáconos en la Iglesia viene de los tiempos de los apóstoles, cuando apartaron a siete varones justos. El texto señala que, debido al aumento del número de los discípulos, los creyentes de origen helenista se quejan contra los de origen judío, porque sus viudas no están bien atendidas en la distribución diaria de los alimentos. Había un desequilibrio en unas de las características de la vida comunitaria. Ante semejante situación, los Apóstoles hacen notar las dificultades para abandonar el ministerio de anunciadores del Evangelio para dedicarse al servicio de la caridad; por lo que estiman pertinente escoger «siete hombres de buena fama», es decir, sin doblez, donde el ser y el actuar coincidan, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría, a los cuales encomiendan la asistencia de los necesitados.

Pero rápidamente vemos que los diáconos, una vez instituidos mediante la imposición de las manos, actúan también como predicadores, responsables y guías de un grupo cristiano, comenzando por llevar la Buena Noticia a los no judíos, siempre bajo la supervisión de los Apóstoles (Cfr. Hch 6, 8 ss). Así nos encontramos con Felipe, (el segundo en la lista de los diáconos), uno del grupo de los siete, predicando y bautizando en Samaria y en el camino de Gaza (Cfr. Hch 8, 12-16). Recordad la evangelización del Eunuco de la reina de Candace.

San Pablo menciona a los diáconos al menos en dos lugares. Comienza saludándoles en la Carta a los filipenses “a todos los santos en Cristo, con sus Obispos y sus diáconos” (Flp 1, 1). En la Primera Carta a Timoteo, es donde describe las cualidades y virtudes de los diáconos poniendo en el centro: “que guarden el misterio de la fe con conciencia pura” (1Tm 3, 8).

Durante los primeros cuatro siglos de la Iglesia, el diaconado se concibe en Occidente como una institución permanente, de hecho, sólo se habla de los Obispos y sus diáconos, así lo vemos en las actas martiriales de algún Papa (Obispo de Roma). San Calixto, (diácono del Papa Ceferino) el que hizo y administró las catacumbas que llevan su nombre, y que luego fue Papa, o varios Obispos martirizados con sus diáconos (San Lorenzo, –que está en tantos retablos– uno de los siete diáconos del Papa San Sixto, asesinado con cuatro de sus diáconos cuando celebraba la Eucaristía. En Tarragona: el obispo Fructuoso y sus dos diáconos Augurio y Eulogio fueron encarcelados y quemados en el anfiteatro). Ellos y muchos más serán tus protectores.

A partir del siglo V, cae en decadencia este ministerio diaconal, entendiéndose sólo como una etapa transitoria para la ordenación sacerdotal, tomando más protagonismo los presbíteros. Fue el concilio de Trento, durante el siglo XVI, quien dispuso su restablecimiento en la Iglesia, pero la iniciativa no tuvo ningún éxito. Finalmente, el Concilio Vaticano II determinó restablecer el diaconado como grado propio y permanente de la jerarquía. Hasta aquí la historia del diaconado.

  1. Jesús se entrega a sí mismo como ofrenda [Fil 2,6-11]

Pero el diaconado no es solo una tarea más, sino que es donación de toda la persona, de sí mismo, como lo hemos proclamado en la segunda lectura con este himno tan primitivo de la carta a los filipenses. Aquí se sintetizan todas las ideas respecto al servicio en toda la Historia de la Salvación.

Los adversarios de Jesús y los que no se decidían a creer en Él, le piden prodigios que sean capaces de mostrar su gloria; el rechaza este camino de poder y renueva su adhesión al plan divino, que entiende la Encarnación en la línea del despojo, de servicio, de sacrificio, de entrega total, de humilde abajamiento, … kénosis. Y esto, querida comunidad, querido Rafael, es el único medio por el que alcanzaremos la salvación, la vida eterna, que en definitiva es un estado glorioso en el que el siervo es servido.

  1. Cristo icono de la Iglesia que sirve: permaneced en mi amor [Jn 15,9-17]

Antes de hablar de Amor, como hemos escuchado en el evangelio, está la imagen de Jesús lavando los pies Jn 13,13-16 a sus discípulos, el maestro en funciones de esclavo, es conmovedora. Y tan olvidada, y poco comprendida, como san pedro: “tu a mi no me lavarás los pies”. Jesús se hace el último para que todos comprendamos qué es el amor. El lavatorio es también icono del diácono.

Somos diáconos para arrodillarnos y lavar los pies de todos, así nos lo enseñó el Señor aquel Jueves Santo, cuando se arrodilló ante los suyos como un esclavo, cuando partió el pan y oró por la unidad: ¡que todos sean uno, como tú y yo Padre, somos uno! Cuando nos dio el mandamiento nuevo del amor, expresado en el Evangelio de hoy. La novedad, queridos hermanos radica en que Amar no tiene otro camino que el “como yo os he amado”, es decir, ser un servidor inclinado en el suelo, desvestido, con la toalla ceñida, antes de nada. De rodillas ante Cristo en la Eucaristía, ante la Palabra de Dios, ante la comunidad congregada, ante los humildes, pobres y necesitados. De rodillas como inútil servidor, como mediador del amor derramado de Dios “por nosotros y por nuestra salvación”. ¡Qué difícil es esto!

El Papa Francisco nos lo recordaba a los obispos españoles el pasado año cuando nos convocó para hablar de los seminarios: “Recordad a vuestros diáconos permanentes que su primer servicio son los pobres, que para ello nacieron. Algunos sólo están para ayudar al cura o al obispo en el altar, esa no es su tarea”

Rafael, ante él, para adorar, ante los demás, para servir. Pero adorar y servir sólo se pueden sostener en una misma unidad, como los dos palos de la Cruz ¡Así todos somos Cuerpo de Cristo! Así seremos personas eucarísticas, contemplativas y orantes, entregados de lleno a la comunidad [la de dentro y la de fuera del redil], partiéndonos y repartiéndonos, como el mismo Pan eucarístico, dándonos en alimento, hasta agotar la vida. El que quiera ser el primero que sea el esclavo de todos. Queda claro. También para los presbíteros que somos diáconos.

  1. Un desafío para la Iglesia [LG 29]

Ahora nos queda una tarea. Si el Concilio Vaticano II, nos recomienda instaurar el Diaconado Permanente está exigiéndonos a toda la Iglesia que nos ocupemos de ello, es todo un desafío para todos nosotros. ¿Qué nos frena en proponer a varones “de buena fama, llenos de espíritu y sabiduría”, tanto jóvenes, como de edad madura, a entregar su vida a este servicio de los diáconos? Nos preocupan las vocaciones para el sacerdocio, y está bien, ¿pero las vocaciones para el diaconado permanente, y las vocaciones para los servicios laicales? Es todo un reto, que también nos ayudaría a los obispos y sacerdotes a una dedicación más plena a lo específico de nuestro ministerio.

  1. Conclusión [Lc 1, 38.48]

Finalmente, a los pies de la Virgen de Rosario, patrona de Macael, nos recuerda que Nuestra Señora, mujer de nuestro pueblo, se llama a sí misma en dos ocasiones “sierva/esclava del Señor” (Lc 1, 38.48) Rafael, fíjate en ella, apóyate en ella. La grandeza de la fe de la Bienaventurada Virgen María radica en que se hizo esclava de la voluntad de Dios, para ella y también para su pueblo (dos dimensiones que no podemos separar).

Que ella te proteja y nos proteja, que ella nos aliente y te guarde en este servicio al que hoy has sido llamado por la Iglesia, hasta la vida eterna. Amén.

5 de mayo de 2024

+ Antonio, tu obispo

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