
Flipo con esa capacidad de las mujeres para encontrar parecidos a los bebés. Poseen unos super poderes para ver que la parte de los ojos es de los abuelos paternos y la barbilla de la bisabuela materna. Los varones solo somos capaces de ver a bebés calvos, llorones e iguales. Es obvia la herencia genética que todos arrastramos, pero a los 10 días de nacer, me confieso muy torpe en descubrirla.
Pasan los años y cada vez nos parecemos más a los nuestros. Ya lo dice el refrán castellano: “Honra merece quien a los suyos se parece”. Cuando vamos forjando la personalidad ya sí que puedo observar que no sólo heredamos los rasgos físicos sino incluso los gestos, la forma de andar o de engordar. Hasta el carácter. Cuántas veces veo a hijos calcados a sus padres en la timidez o en la capacidad para hacer buenos negocios.
¿Cuánto te pareces a tus padres, a tu familia? Tomar conciencia de que somos herencia (biológica o psicológica) tendría que ser una buena forma de ser conscientes del regalo o el hándicap que supone haber nacido en una familia en concreto. El objetivo espiritual consistirá en ser una versión mejorada y única de lo heredado familiarmente.
Leemos en Pascua unos textos “raros” de San Juan, incompresibles para mucha gente. “Solamente por mí, se puede llegar al Padre. Si me conocen, también conocerán al Padre” (Jn 14,9). Y yo lo voy a traducir al “andalú”, Jesús era ENTERITO A SU PADRE. Un reflejo claro de Dios para los suyos. Y eso es lo que estamos nosotros llamados a ser, un reflejo de Dios para este mundo. El testimonio de vida, el estilo, lo que desprendemos con nuestra mirada, nuestra sonrisa, nuestra forma de estar y hacer será el mejor canal de evangelización, la mejor forma de contar lo que el Jefe va forjando en nuestras vidas.
Y esto es algo que tiene que salir con naturalidad, sin artificios. Sin forzar gestos, ni tonos de voz. Así, sencillos como somos, espontáneos, humanos y vulnerables podrán ver en nosotros al Dios de la ternura y la misericordia. Hoy me gustaría preguntarme y preguntaros: ¿Cuánto me parezco a MI PADRE? ¿Cuánto pueden ver de Él en mí? ¿Cuántas veces soy obstáculo para ello? ¿En qué ocasiones transparento ese amor de Dios?
Que mi vida, Señor, como la de Jesús sea un reflejo de la vida de Dios para los que me rodean. Que aquellos que viven junto a mí conozcan tu forma de amar, de servir, de perdonar… por mi estilo de amar, servir y perdonar. Así de simple. Y así de difícil. Que un día puedan decir también de mí que es “enterito a su Padre”.
Ramón Bogas Crespo
Director de la oficina de comunicación del obispado de Almería
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