Lecturas: Ex 22, 20-26. Si explotáis a viudas y a huérfanos, se encenderá mi ira contra vosotros. Sal 17. R. Yo te amo, Señor; tú eres mi fortaleza. 1 Tes 1, 5c-10. Os convertisteis, abandonando los ídolos, para servir a Dios y vivir aguardando la vuelta de su Hijo. Mt 22, 34-40. Amarás al Señor tu Dios, y a tu prójimo como a ti mismo.
En la primera lectura podemos encontrar una peculiar que no inusual colección de desarrapados. Este grupo está formado por viudas, huérfanos, forasteros y aquellos que han caído en las garras de personas sin escrúpulos. Es un colectivo sin fisuras que se repite constantemente en el devenir de todas las culturas, como un mosaico desenfocado de los aparentes y engreídos logros sociales de cualquier sociedad. Emerge de entre sus renglones la fuerza de un Dios que los escucha y se muestra compasivo a la vez que beligerante con aquellos que les desprecian y se aprovechan de ellos. En su inmensa desfachatez, incluso insta a ponernos de su parte a quienes celebramos el banquete de la Eucaristía.
El atrevimiento llega hasta extremos casi insoportables, cuando el mandamiento clave para la vida, lleva colgado de sus entrañas la palabra más extraña del mundo, la palabra “AMOR”. Sobada, vaciada, tantas veces evocada y vilmente pronunciada. En medio de otro contexto polémico, Jesús alza la voz y aprovecha el desconcierto de quienes nos esforzamos por empobrecer nuestras vidas, para empaparnos de un mandamiento siempre nuevo. La búsqueda del bien del otro, incluso del enemigo es el mejor reflejo que puede encontrar el Señor en nosotros. Jesús dona su Espíritu para amarnos como Él nos amó. No hablamos de tolerancia, de empatía… hablamos de AMOR. Jesús no busca satisfacer la curiosidad de los expertos de la ley, sino que sitúa su respuesta en un nivel mucho más profundo. Relaciona dos mandamientos que en su origen estaban separados. Los identifica. Amar a Dios es semejante que amar al prójimo. No nos habla de cuál es el primero, sino que nos invita a descubrir dónde está el origen de todos ellos.
Todas las enseñanzas se derivarán de este poliédrico mandamiento. El amor es la clave para resolver el jeroglífico de las paradojas que nos arroja la historia. Ama y haz lo que quieras…Si trabajas trabajarás con amor; si descansas descansarás con amor; si hablas hablarás con amor y si callas, callarás con amor; si corriges corregirás con amor. Sea el amor la raíz de tu vida y todo lo que hagas estará bien” (San Agustín).
Ramon Carlos Rodríguez García
Rector del Seminario