DOMINGO XXIX DEL TIEMPO ORDINARIO, por Manuel Pozo Oller

Diócesis de Almería
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La diócesis de Almería es una sede episcopal sufragánea de la archidiócesis de Granada, en España. Su sede es la Catedral de la Encarnación de Almería.

Antes de adentrarme en el texto que propone la liturgia para el domingo XXIX del tiempo ordinario (Mc 10,35-45), quiero expresar mi espontáneo sentimiento de gratitud al evangelista por narrar una situación poco favorable para el grupo más cercano a Jesús. No es frecuente esta manera de proceder. El evangelista muestra las flaquezas de los seguidores embotados por las tentaciones del mundo y a Jesús paciente que enseña y no recrimina, ni a los que piden puestos de excelencia, ni a los que se indignan con la petición de los hermanos porque se sienten heridos en su orgullo y sienten preocupación por la posibilidad de ser postergados de los primeros puestos.

Jesús conoce bien la pasta de la que están hechos los Doce. Lo sabía desde el momento que les invitó a compartir su misión. No le extraña su modo de proceder, aunque le asombre y desconcierte su ceguera. Esa es la realidad. Traigo a colación el excelente libro del psiquiatra Vallejo Nájera que tituló en su día Concierto para instrumentos desafinados. Es una parábola bellísima de nuestras pobres vidas, como lo eran las vidas de los Doce antes de recibir el Espíritu Santo. La imagen del concierto me parece excelente para expresar la acción de Dios en nuestras pobres vidas representadas en esos instrumentos desafinados. Gran maestro el director que de pobres instrumento desafinados es capaz de aunarlos en una sinfonía polifónica de singular belleza.

Con esta compañía de discípulos, instrumentos desafinados, Jesús prosigue su camino subiendo a Jerusalén después de anunciar por tercera vez su muerte – resurrección sin eco alguno en sus seguidores (versos 32 al 34). Los Doce siguen erre que erre pensando en grandezas. Dos apóstoles destacados, Santiago y Juan, aprovechan el momento para pedir con vehemencia puestos de privilegio en el reino futuro que creen que está a las puertas. San Marcos insiste en que “se acercaron” para pedir de sopetón, sin ningún tipo de vergüenza después de enunciar impositivamente: “queremos que hagas lo que te pedimos”. Tenían muy clara su petición: “sentarse en su gloria uno a la derecha y el otro a la izquierda”. No extrañaba en esta familia los impulsos incontrolados. Jesús les puso el apodo de los truenos que algunos traduce como autoritarios (Ver Mc 3, 17). Los Zebedeo, en verdad, no pasaban desapercibidos en su entorno y Jesús los conocía bien.

Jesús les reprocha su ignorancia, “no sabéis lo que pedís” y con suavidad les explica las consecuencias del seguimiento. Los Zebedeo no se amedrantan y lacónicamente de una manera bravucona: “Lo somos”, estamos dispuestos a lo que sea menester. Jesús les propone beber la copa, lo que equivale a decir, pasar por donde él va a pasar. Santiago y Juan, por ahora, no entienden nada.

¿Cuál es la reacción de los diez apóstoles restantes al escuchar la petición de los Zebedeo? Estallan indignados. El orgullo, la soberbia y el deseo de poder siembran siempre disgusto y crean división. Tampoco entienden la novedad del mensaje de Jesús.

La propuesta del Maestro es clara. El servicio hasta el extremo, hasta ocupar el último lugar, será el signo de la llegada del reino de Dios. Él nos dio ejemplo, desde la Encarnación al Calvario, pasando por los misterios de Belén y Nazaret. Desde los últimos, el Dios hecho hombre, nos ofrece la novedad que rompe toda lógica humana: “no vino a ser servido sino a servir” y “a dar su vida en rescate por todos”.

El Papa Francisco, mirando a Jesús, nos invita a soñar con una Iglesia servidora de la humanidad: «servidora de todos, servidora de los últimos. Una Iglesia que no exige nunca un expediente de “buena conducta”, sino que acoge, sirve, ama, perdona. Una Iglesia con las puertas abiertas, que sea puerto de misericordia» (Clausura de la primera sesión del Sínodo, octubre 2023).

El camino está claro. En la cripta de la Iglesia de san Vicente de La Soterraña en Ávila se puede leer esta décima tan oportuna en nuestra reflexión: “… Baja, y subirás volando/ al cielo de tu consuelo; / que para subir al Cielo/ se sube siempre bajando”.

Manuel Pozo Oller

Párroco de Montserrat

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