El Cielo y la resurrección de la carne

Homilía en la Santa Misa el miércoles de la semana de Pentecostés, el 3 de junio de 2020.

Al final de mis palabras, voy a leer lo que pone de san Carlos Luanga en el Misal grande, para que podáis tener una noción de los santos que celebramos, que han sido todos ellos incorporados al calendario de la Iglesia romana, es decir, a nuestro calendario a lo largo del siglo XX, porque la Iglesia se ha ido internacionalizando, gracias a Dios, cada vez más. Están los santos de Japón, los mártires de Japón, los mártires de Corea, los mártires de Vietnam, la guerra de los cisteros en México, quiero decir, hubo una época en la que casi todos los santos eran del Mediterráneo; luego, ha habido una época en la que muchos santos eran de Europa, y otra época de España y de Italia en particular, y ahora cada vez más la Iglesia está en todos los países, habla todas las lenguas, en realidad. Y eso os lo leo, pero quiero explicaros lo del Evangelio.

Los fariseos -como dice el Evangelio- no creían en la resurrección. Eran tradicionalistas, en el sentido de que los escritos judíos más antiguos no hablaban, y ellos no admitían más que el Pentateuco (ni siquiera, lo que nosotros llamamos muchos de los Sapienciales), y entonces, no creían en la Resurrección. Le ponen a Jesús esta pregunta para tentar.

Pero, en mi experiencia de cura, muchas veces he oído yo –diríamos- argumentar sobre este texto para decir que en el Cielo no nos vamos a conocer. Y no es eso lo que el Señor dice. Lo que dice es que en el Cielo la gente no se casa, nada más. Pero no que no nos vamos a conocer. Al revés, la liturgia de la Iglesia desde el principio, el hecho de que pedimos siempre, incluso cuando pedimos por los difuntos, no pedimos para hacer un acto de piedad nosotros; pedimos por que el Señor los incorpore al número de los santos y que puedan participar con los santos, y con a Virgen, y con el Señor, de la Gloria que nos ha sido prometida a todos. Y pedimos por nuestra esperanza.

Es verdad que en el Cielo no tendremos las limitaciones, porque también hay -diríamos- muchos comentarios. Imaginaros un matrimonio que aquí han tenido una vida dura y difícil, y que era difícil la convivencia, y entonces que puedan pensar “¿y tengo que estar toda la vida eterna soportando a este cenutrio?, ¿o teniendo que cargar con esta persona?”. El Señor hará desaparecer en la Gloria todo lo que son defectos y límites. Y creceremos en Su Amor, pero nos conoceremos, y estaremos con los nuestros, y eso está expresado en los Padres de la Iglesia de mil maneras.

Seguramente, muchos habréis visto una película que mucha gente le pareció muy bonita y tiene cosas muy buenas, y es de un gran director, “El árbol de la vida”. Lo que menos me gustó a mí es el Cielo que pintan al final, que era una playa llena de zombis que se cruzaban sin conocerse. Yo decía: “Dios mío, que el Cielo no puede ser eso, que el Cielo que nosotros hemos sido predicados y anunciados, no es eso”, al contrario.

Os cuento otra anécdota. Le di yo a una religiosa, que es maestra en un colegio, unos himnos de San Efrén sobre el Paraíso. Y en el colegio -ella enseñaba a niños muy pequeñitos- había muerto el abuelo de una niña con cinco años. Y la madre de la niña le dijo a la religiosa: “Mira, díselo tú a mi hija, porque tenía tanto cariño con su abuelo que yo no me atrevo a decírselo, y le va a ser muy, muy difícil, va a sufrir muchísimo, díselo tú como sepas”. El caso es que ella coge a la niña y le estuvo explicando que su mamá (ndr. la madre de la profesora), que se llama Conchita, había muerto y que ahora Conchita estaba con su abuelo. La niña fue a casa después del colegio y le dice: “Mamá, que ya sé que el abuelo se ha muerto, pero no estoy nada triste, porque me ha contado la hermana Conchita donde está y que está con su mamá, y que está con nuestros otros familiares que tenemos ya en el Cielo, y entonces tú no tienes que estar triste” (le decía la niña de cinco años a su madre).

Otra niña de tres años, en otra ocasión, que la madre había perdido un bebé de muerte súbita, y la niña con tres años iba detrás en el coche y la madre iba a recoger cosas a la casa para el entierro del bebé, pero iba llorando, llorando, llorando, y la niña de tres años detrás, en el coche, le dice: “Mamá, no llores, porque la Virgen en el Cielo sabe también preparar biberones”. Dios mío, danos la fe de los niños. Pero, desde luego, no vamos a ser una panda de zombis. Nuestro Credo (y lo decimos todos los domingos): “Creo en la resurrección de la carne”. Por lo tanto, el Señor nos dará la vida eterna a nosotros mismos. ¿Cómo? De una manera que trasciende las cosas de este mundo, sin duda, como los ángeles de Dios. Pues sí, como los ángeles, los ángeles no se casan. Los ángeles se quieren. Querernos nos vamos a querer y nos querremos como el Señor nos quiere, que es de una manera sin celos, sin envidias (no nos lo podemos imaginar, sencillamente). Pero que será una vida preciosa sí, y que vamos a estar juntos, también. Y eso forma parte de nuestra fe en Jesucristo y del anuncio de la Resurrección de Jesucristo.

Yo quería deciros también que hemos, que lo que hemos leído de la Carta a Timoteo es un trozo preciosísimo; es el comienzo de la Carta y sólo quería deciros una cosa. Dice: “De este Evangelio, yo he sido constituido heraldo, apóstol y maestro, y ahora por eso padezco lo que padezco. Pero no me avergüenzo, porque sé de quién me he fiado”. Nosotros sabemos de quién nos hemos fiado.

Santa Teresa Benedicta de la Cruz, Edith Stein, la filósofa aquélla del siglo XIX, tenía en una de sus cartas: “Los hombres buscan la verdad y alguien de quien fiarse”. Y es verdad. No basta con que te digan la verdad, necesitas poder fiarte de las personas, poder conocer a las personas y saber que puedes confiar en ellas. Nosotros hemos conocido a Jesucristo y sabemos de quién nos hemos fiado. No tenemos nada que temer, nunca. Si lo tememos, es porque somos frágiles y débiles. Pero, para eso Le pedimos al Señor, Señor, no nos dejes en nuestra fragilidad, sino reaviva el don que Tú has hecho de Tu Vida, del Espíritu Santo, a cada uno de nosotros.

Que lo reavive el Señor todos los días. Que podamos vivir en la esperanza y en la certeza de la vida eterna, para nosotros, para los seres queridos. Que el Señor nos guíe a todos a la vida eterna con Su Gracia y Su Misericordia.

Os leo lo que pone aquí de los mártires: “Celebramos hoy la memoria de los santos mártires Carlos Luanga y de sus compañeros. A finales del siglo XIX, en los comienzos de la evangelización de Uganda, a penas transcurridos siete años desde la llegada de los primeros misioneros cristianos a aquellas tierras, un centenar de cristianos, católicos y anglicanos, fueron torturados y asesinados, padeciendo con Cristo para ser glorificados con Él. El Papa Pablo VI los declaró santos y entre ellos sobresalen Carlos Luanga, que es patrono de la juventud de raza negra (ndr. de la juventud africana), y Matías Mulumba”. Son hermanos nuestros, son triunfadores y pertenecen a nuestro cuerpo.

+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada

Iglesia parroquial Sagrario-Catedral (Granada)
3 de junio de 2020

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