«Me he ido puliendo poquito a poco»

Diócesis de Málaga
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La diócesis de Málaga es una sede episcopal dependiente de la archidiócesis de Granada, en España. Su sede es la Catedral de la Encarnación de Málaga.

Entrevista al sacerdote Manuel Bermúdez, nacido en 1943 en Vélez-Málaga y ordenado en 1991.

¿Cómo se aprende a vivir?

Luchando en la vida.

¿Y a ser sacerdote?

También se aprende de la vida; uno desea ser sacerdote porque se enamora de la vida, de la gente, sobre todo de Dios.

¿Cuál crees que es tu gran aportación a la Diócesis de Málaga?

No lo sé. Yo creo que es modesta. He intentado dar todo lo que he podido de mí, lo que mis fuerzas me han permitido. Al final, veo que algo he hecho.

¿Cuál es el mayor desafío al que se enfrenta nuestra Iglesia local hoy?

Lo más importante creo que es estar con los más débiles, los que nada tienen; aunque se intenta hacer cosas, yo creo que podemos hacer más. Para mí, este es el gran desafío.

¿El peor pecado con el que has tenido que lidiar?

El de omisión; podemos hacer muchas cosas buenas y por dejadez no las hacemos. Para mí es el más grave.

¿Qué cosas te importan de verdad y qué cosas no te importan nada?

Me importa de verdad que la gente esté bien, que se quieran. Aunque soy muy aficionado, no me importa nada el fútbol ni las cosas pasajeras.

¿Quién es Jesucristo para ti?

Lo más importante de mi vida. Cuando lo descubrí, cuando leí la primera vez el Evangelio, me parecía que era imposible que yo hiciera lo que allí ponía, pero lo leí muchas veces y descubrí que era más fácil de lo que parecía, al menos intentar ponerlo en práctica; no sé si lo habré conseguido.

¿Quién dice la gente que eres tú?

La verdad es que no lo sé. La gente dice que soy bueno, pero yo digo que soy como todos, tengo mis cosas buenas y mis cosas malas, aunque quizás no se vean. No lo sé.

¿Qué le dirías a quien se esté planteando si Dios lo llama para ser cura?

Que vayan con entusiasmo, que sean humildes y que de un grano de trigo se puede hacer muchas cosas, porque se tritura y da más granitos y muchos granos se trituran y se hace un pan maravilloso que nos da la vida.

¿Podemos decir que hemos venido y estamos aquí para ser felices?

Así es, aunque a veces por el egoísmo al querer ser uno feliz hace infeliz a los demás.

¿Cómo te ves con el paso del tiempo? ¿Has mejorado como los buenos vinos?

Yo creo que sí, que me he ido puliendo poquito a poco.

¿Cómo vives esta nueva etapa en el Buen Samaritano?

Con el mismo entusiasmo que cuando tenía 20 años. Ayudo en lo que puedo. Ahora hemos celebrado las confirmaciones y he preparado a los confirmandos. Surgió la idea y me ofrecí a preparar la catequesis a los familiares y trabajadores de los internos. Fue una celebración preciosa.

¿Es el Buen Samaritano otro Seminario?

No. Aunque estamos aquí los curas, no lo es. Allí se tenía otra ilusión por llegar a ser cura y aquí la ilusión es el día que nos llame el Padre. No tiene nada que ver.

¿Qué es lo más complicado que has vivido como sacerdote?

Lo más complicado ha sido celebrar un funeral por una persona joven, que había muerto en un accidente (guarda silencio). Aparte de la lucha que tiene el día a día.

¿Dónde encuentras la felicidad?

La felicidad se encuentra cuando uno quiere a los demás, sin querer recibir nada a cambio. Encuentro la felicidad cuando la gente me dice que me quiere sin haber hecho nada.

¿Te preocupa cómo vive la gente?

Sí me preocupa porque unos vivimos en la abundancia y otros no tienen nada. Eso me preocupa.

¿Qué es para ti el tiempo?

El tiempo… no sé, no te sabría explicar.

¿De qué te arrepientes o tienes remordimientos?

Me arrepiento de no haber hecho más cosas buenas.

Hay quien sugiere que la soledad del cura puede llegar a ser insoportable, ¿has vivido la soledad como un calvario alguna vez?

No, porque, como me hice cura ya mayor, sabía lo que quería. Yo no me he encontrado solo. Cuando estaba en Alcaucín, estaba solo en la casa, pero no estaba solo nunca. Yo estaba con la gente. Dormido era cuando únicamente estaba solo, pero no me sentía solo.

¿Un olor que recuerdes?

La azucena.

¿Un perfume que te cautive?

No soy mucho de perfumes, pero sí me gusta cuando huele bien. Yo todas las mañanas me echo mi colonia, pero uso la que encarte.

¿Tu flor favorita?

La rosa y la margarita porque cuando era joven le preguntaba a la margarita si estaba enamorado, si me quería o no me quería. Y así iba tirando de los pétalos (ríe).

¿La palabra más hermosa del diccionario?

Amor.

¿El regalo más bello que te ha hecho ser presbítero?

Ser cura, ese es el regalo más grande que me ha hecho Dios.

A estas alturas del partido, ¿volverías a ser sacerdote?

Sí que volvería. Porque eres feliz cuando te entregas a la gente y esa es mi vocación. Yo tenía tres vocaciones: médico, maestro y cura. Como tenía polio, me vi muy limitado y veía que la gente que no la tenía estaban más limitados que yo, así que me decidí ayudar a quien pudiera. Y lo conseguí en parte: he sido cura y maestro de religión en el colegio de Alcaucín. Lo de médico no ha podido ser, aunque en los campamentos y encuentros del Junior tuve que cerrar muchas heridas.

¿Echas de menos la actividad pastoral?

Mucho. La echo mucho en falta porque mantener el contacto con la gente me ayudaba mucho. He procurado siempre que el que se acercara a mí saliera con una esperanza.

¿Cómo llevas la enfermedad y la ancianidad?

La llevo muy bien. La he aceptado, la veía venir. Y aquí estoy contento y como en mi casa.

Rafael J. Pérez Pallarés

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