La Iglesia celebra el Día de Hispanoamérica y da gracias a Dios por la vida y el don de los misioneros que se han ofrecido a desarrollar su labor pastoral por todo el mundo, sirviendo a los más necesitados y llevando el consuelo desde la fe. Un compromiso que mantienen cientos de sacerdotes que viven su misión en países de América Latina y que se desgastan para sostener a los más débiles. En Picota, dos sacerdotes de nuestra Diócesis viven en plena selva amazónica llevando el mensaje de Jesús y el testimonio misionero, Francisco Granados y Rafael Prados.
Antonio Evans, delegado diocesano de misiones
España es el país con más misioneros del mundo, según la última memoria de las Obras Misionales Pontificias hablamos de 11.018 personas. Todos estos misioneros están repartidos por todo el mundo, siendo América la que se gana el premio: el 55% de ellos están en todos los países de aquel enorme continente. Perú, con 801 misioneros, Venezuela con 776 y Argentina con 528 son los países con mayor número de ellos.
Más de 300 de todos estos misioneros son sacerdotes de las diferentes diócesis de España y 260 pertenecen a la Obra de Cooperación Sacerdotal Hispano Americana (OCSHA), que depende del Secretariado de la Comisión Episcopal de Misiones y Cooperación entre las Iglesias (CEM).
La mayoría de estos sacerdotes y misioneros, no están en esos territorios técnicamente de misión. La mayoría de los territorios en los que viven no dependen de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos. Son territorios que ya tienen la Iglesia constituida y, por lo tanto, no son ayudados en sus necesidades por las Obras Misionales Pontificias. Lo que significa de modo sencillo que no reciben ayuda económica alguna del exterior.
La Conferencia Episcopal Española decidió así, crear una forma para ayudar a estos sacerdotes que, sin estar en territorios de misión, vivían en situaciones de verdadera pobreza y necesidad. No solo una ayuda económica y material, sino también, poder ayudar a que tuvieran el reconocimiento y el afecto de los españoles que sabían que se habían ido a la misión. Así nació la Jornada de Hispanoamérica. Así, a la Comisión Episcopal de Misiones y de Cooperación entre las Iglesias se le encomendó tener alguna actividad a lo largo del año para que todos los españoles rezaran por esos misioneros españoles que estaban dando su vida por mantener vivo el amor de Cristo en todos aquellos pueblos hermanos nuestros.
Como todos los años, recuerdo los misioneros cordobeses que actualmente están en Hispanoamérica. Son 97: Argentina (8), Bolivia (8), Brasil (2), Chile (5), Colombia (10), Cuba (1), Ecuador (14), Guatemala (4), Haití (4), Méjico (5), Nicaragua (1), Paraguay (4), Perú (17), República Dominicana (5), Uruguay (1), Venezuela (8).
Esta es la Jornada en la que un tanto por ciento de lo recaudado puede ser canalizado como ayuda a la Misión Diocesana en Picota (Moyobamba, Perú), constituyendo así una buena ocasión para tener muy presentes a D. Francisco Jesús Granados Lara y a D. Rafael Prados Godoy, para sostenerlos con nuestra oración y con nuestra aportación económica.
“En más de una ocasión, cuando hemos celebrado la Eucaristía en un pueblo, ha sido la primera vez de su historia”
Rafael Prados Godoy
Llegué a Picota el mes de Julio del año pasado y durante los meses en esta misión he estado tomando contacto, conociendo y aprendiendo. La tarea pastoral que realizamos aquí, aunque sea la misma, no se puede realizar de la misma forma. Los tres años que he pasado en la parroquia de Fuente Obejuna aprendí mucho, pero no se parece en nada a lo que me he encontrado en Picota. La forma de llevar la misión que tenemos el P. Francisco y yo es dividirnos la provincia en dos, para poder atender mejor a las comunidades, pero eso no quita que nos ayudemos el uno al otro cuando es necesario. Cada uno de nosotros tiene más de cincuenta pueblos y, en mi caso, todavía no he podido visitarlos todos. Es también una zona de inmigración, ya que las tierras de la sierra son más difíciles de cultivar y tienen más población, así que muchos de ellos vienen a la selva donde hay menos población y la tierra es más rica. A causa de esto no es raro que nos enteremos que se ha formado un nuevo pueblo en las alturas de la selva. En más de una ocasión, cuando hemos celebrado la Eucaristía en un pueblo, ha sido la primera vez de su historia.
Cuando llegas a estas comunidades, que tienen la celebración de la Misa una o dos veces al año, nos reciben con una inmensa alegría. Limpian y adornan sus pequeñas capillas como si fuese el día más importante de todo el año, aquellos que pueden se confiesan, aquellos que se han preparado reciben sus sacramentos, bautismos, confirmaciones, bodas, unciones… Hubo una ocasión en que el único sacramento que no celebramos fue la ordenación sacerdotal. Después de la Misa, comida y fiesta, para dar gracias a Dios por el regalo de haber venido a visitarles y hacerse presente sacramentalmente en su pueblo. Hay muchos, que cuando se enteran de que va a ver misa en un pueblo cercano van caminando si es necesario para participar en ella, algunas muchas horas con sus niños acuestas. Conmueve realmente ver cuánto aman a Dios y cuánta necesidad tienen de Él. También impresiona ver cómo incluso a nivel institucional hay muchos quieren tener a Dios presente y muchos municipios celebran sus aniversarios pidiéndole el sacerdote que les celebre una Eucaristía e incluso para inaugurar un colegio, una nave, una tienda, o un recreo turístico, no lo quieren hacer si la bendición del sacerdote. Tenemos que dar gracias a Dios por tener en estas comunidades a los ‘animadores’, que son aquellos agentes de pastoral, miembros de estas comunidades que se preparan y se forman para poder dirigir las celebraciones de la palabra que tienen cada semana y dar catequesis a aquellos que van a recibir los sacramentos.
La tarea que tenemos en Picota es un poco más parecida a la de nuestra diócesis, ya que tenemos la Eucaristía cada día, tenemos las catequesis con niños jóvenes y adultos, tenemos un pequeño equipo de pastoral de enfermos e incluso queremos tomar el ejemplo de el “Adoremus” de Córdoba para acercar un poco más la adoración de los jueves a los jóvenes.
Pero la realidad es completamente distinta, ya que durante muchos años no han tenido la presencia fija de un sacerdote y por tanto de la asiduidad de sacramentos, para que se hagan una idea, para algunos de nuestros cristianos no es normal bautizar a un hijo al poco de nacer y muchos, antes de recibir la Primera Comunión, reciben el Bautismo, y algunos jóvenes reciben, de manos del Obispo, los tres sacramentos de la iniciación cristiana.
También es muy diferente la realidad material ya que aquí a mucha pobreza y carecen de muchas cosas que para nosotros son básicas, como el agua potable, y en algunos lugares la luz eléctrica, una sana alimentación, salud pública, incluso hay muchos que no tienen siquiera solería en sus casas, teniendo que conformarse con un suelo de tierra. Nosotros desde la parroquia intentamos ayudar en todo lo que podemos, que es mucho gracias a la generosidad de los donativos que nos llegan desde todos los puntos de nuestra diócesis de Córdoba.
Doy gracias a Dios cada día por haberme enviado a esta misión. Y le pido a él que me dé la gracia necesaria para llevarla a cabo. Pedimos a todos aquellos que lean estas pobres palabras que encuentren un hueco en sus oraciones para rezar por la Iglesia que Dios que peregrina en esta provincia de Picota y por sus sacerdotes, en especial por este pobre servidor, que siempre lleva su bella tierra de Córdoba en el corazón.
“Aquí encuentras verdaderos santos y héroes en la fe”
Francisco J. Granados Lara
El corazón de todo cristiano, mucho más el de un sacerdote, ha de ser un corazón misionero, dispuesto a salir de sí mismo para ir donde Él nos necesite. ¡Cuántas veces lo hemos cantado…!: “Llévame donde los hombres necesiten tu Palabra… donde falte la esperanza, donde falte la alegría, simplemente por no saber de ti”. Al contemplar la inmensidad de la mies -son más de 100 los poblados de nuestra Parroquia de misión- y la escasez de obreros, te sientes impulsado por el Espíritu para dar el “salto” y “cruzar el charco”, para venir a estas tierras de Hispanoamérica y compartir con estos hermanos el tesoro más grande que tenemos en común: la fe en Jesucristo, fe que se sembró en el corazón de este pueblo hermano hace ya más de cinco siglos y que tanto tiene que enseñarnos ahora a nosotros, al viejo continente europeo. Vienes a evangelizar, pero sientes que, en realidad, tú eres evangelizado por ellos.
Aquí encuentras verdaderos santos y héroes en la fe… Esa santidad “de la puerta de al lado” de la que nos habla el Papa Francisco. En el rostro de los pobres que no tienen nada a lo que aferrarse y lo esperan todo de Dios, he percibido una alegría sincera y profunda que irradia santidad y que no tiene comparación con ninguna alegría humana. Cómo recuerdo la visita, tras un año sin poder ir por las lluvias, a una anciana que vive sola en una choza de un poblado perdido en la selva, a muchas horas por caminos de barro. Unos ojillos que brillaban de ternura, alegría y emoción al ver que iba el padre a visitarle con algunos hermanos de la comunidad. Con qué fe y ternura recibió la unción de enfermos, el perdón y la comunión. Cómo oraba esperándolo todo de Dios…Todo lo que tenía (5 ó 6 huevos en una bolsa) quería darnos, como la viuda del templo. ¡Cómo te evangelizan los pobres…! O Marcela, con 11 hijos, trabajando en su campo para poder mantenerles, con un marido que muchas veces se emborracha y le maltrata… ¡Cuánto dolor y cuánta fe la de esta mujer que camina horas para venir a la celebración de la misa y confesar! Escucha Radio María todo el día. Una mirada profunda y honda que refleja a Dios. Expresa en sus palabras, escuetas, graves, de tremenda hondura teológica y espiritual… esa sabiduría que Dios da a los pobres de espíritu. Me dice con tremendo realismo y convencimiento que estando muy grave por haberle pateado un caballo, vino una noche S. Martín de Porres a curarla. Amaneció sana. Lo dice convencida: desafía mi incredulidad. Salgo desconcertado. Me quedo sin palabras y dándole gracias a Dios que revela sus misterios a los pobres y sencillos de corazón.
En la evangelización de estas tierras de la selva peruana hay verdaderos apóstoles que caminan horas y horas, catequistas que animan a sus comunidades celebrando la liturgia de la Palabra, visitando enfermos, acompañando a los sacerdotes por estos caminos de Dios cuando vamos de pueblo en pueblo… ¡Qué testimonio de fe! “A un apóstol de Jesucristo no hay camino que se le resista” – me decía un animador cuando agotados subíamos por los cerros, en pleno barro y lluvia, para celebrar en unas comunidades alejadas… Dejan otras ocupaciones, familia, hijos, trabajo… y emplean su tiempo y energías en que llegue el Evangelio a sus hermanos.
Dios te sorprende cada día, en cada poblado, en cada casa que visitas, ante el rostro de tantas personas, sobre todo de enfermos, ancianos y niños. Nada es previsible aquí. Vives tantas experiencias en las que palpas muy de cerca las llagas de Cristo, su presencia… Un día, un niñito de un poblado alejado -tendría unos 5 años– me dice mirándome boquiabierto y asombrado por la cruz que llevaba colgada: “¿Tú eres Dios?” ¡Cuánto me hizo pensar su pregunta! Le dije: “No. Yo soy amigo de Dios”. No pude sino reír a carcajadas por su inocencia… pero… ¡qué gran verdad! Como evangelizadores deberíamos ser reflejo vivo de Dios, de su compasión y ternura para con los pobres y necesitados; los sacerdotes y misioneros estamos llamados a ser, en palabras de S. Manuel González, “evangelios vivos con pies de curas”.
“La misión es pasión por Jesús, pero, al mismo tiempo, es pasión por su pueblo. Es aprender a mirar donde él mira y a dejarnos conmover por lo mismo que él se conmueve…” Creo que estas palabras del Papa Francisco resumen muy bien cuál es la identidad y la tarea del misionero. Así lo recoge también el lema del Día de Hispanoamérica de este año: “Comprometidos con la vida de los pueblos”. Vivir la fe junto a los cristianos de estos pueblos de Hispanoamérica, compartir con ellos sus gozos y sufrimientos, llevarles la alegría del Evangelio… Esta es la misión que se nos encomienda. Pidamos al Señor que nos dé un corazón cada vez más apasionado por Él y más comprometido con su pueblo, para servirlo con amor.