Antonio Eloy Madueño, sacerdote diocesano y director del Departamento para la Causa de los Santos, ofrece el testimonio de algunos laicos malagueños perseguidos por su fe en los años treinta del siglo XX.
La tercera Prioridad Diocesana para este curso es “Promover la presencia evangelizadora del Laicado en la vida pública”. Desde el Departamento de la Causa de los Santos queremos ofrecer el testimonio de alguno de nuestros laicos que en una situación compleja, difícil, desde el punto de vista social, político, económico y cultural como fueron los años treinta y la guerra civil en España, vivieron su vocación propia de ser sal y luz y presencia de la Buena Noticia de Jesucristo para el mundo según su “índole secular”. Es conveniente que conozcamos a estos “santos de al lado” que han sido significativos desde el silencio y la vida callada de trabajo, oración y entrega, en nuestra Iglesia Diocesana de Málaga durante la primera mitad del siglo XX.
Estos hombres y mujeres de nuestra Iglesia tuvieron la oportunidad de hacer de sus vidas un continuo ejercicio de confianza, de fe y de amor a Cristo en el trabajo, en el amor y la entrega a la familia, en el campo de la educación, el servicio a los más pobres y en el ámbito social, cultural y político. He aquí algunos ejemplos de vidas cristianas y evangélicas en el corazón del mundo.
Purificación y Enriqueta Segovia Melgares
Así, podemos recordar a las hermanas Purificación y Enriqueta Segovia Melgares. Purificación era maestra nacional e impartía clases en un colegio de Málaga, a la vez que atendía a un barrio muy pobre cerca de la estación del tren, “El Bulto”, colaborando con el sacerdote jesuita José Baldomero Rodríguez de la Torre.
Precisamente cuando este sacerdote estaba huyendo, lo acogieron y ocultaron en su casa de la calle Marqués de Guadiaro, pero fue delatada por la portera del inmueble. Fue detenida junto a su hermana y al sacerdote, pero gracias a unas gestiones que hizo un amigo de su hermano que era de izquierdas, las soltaron y volvieron a su casa. El 5 de octubre de 1936, con el pretexto de una nueva declaración, fueron nuevamente detenidas y brutalmente tratadas llevándolas junto al sacerdote jesuita al cementerio de S. Rafael, donde fueron fusilados y enterrados en una zanja. Se sabe que momentos antes de ser ejecutadas, pidieron rezar y dijeron “Viva Cristo Rey”.
Luis y Félix Pineda de Siles
Estos dos hermanos eran muy humildes. Habían estudiado con los Agustinos “de forma gratuita”, pues al morir el padre la situación económica
era muy precaria. Los hermanos agustinos, en atención a la forma de ser y a la calidad humana y espiritual de Luis, decidieron que siguiera estudiando. Luis, de pequeño, había querido ser sacerdote y no había descartado la idea. Estudió derecho con libros prestados, dada la carencia de recursos. Félix, que era el mayor, primero, y luego Luis, trabajaban en las oficinas de la Compañía Andaluza de Ferrocarriles, situada en el edificio que popularmente se llamaba en Málaga “el Palacio de la tinta”, en el paseo de Reding. Según sus hermanas, sus primeros sueldos los destinaron a los niños pobres de “Mundo Nuevo”. Pertenecían a la Acción Católica y a la Congregación de San Vicente de Paul.
Luis fue delegado de aspirantes de Acción Católica de Santiago, también presidente de los Jóvenes de Acción Católica. Su vida espiritual y su piedad estaban centradas en el Sagrario y en la devoción a la Virgen. Son impresionantes las notas de su diario en las que expresaba su inquietud por la evangelización de los jóvenes y su deseo de acompañarlos y conducirlos al seguimiento de Jesucristo. Cuando empezó a trabajar mantenía a su madre y sus hermanas. Según su confesor, el Padre Andrés Pérez de Toledo, que ejercía sus funciones en la S. I. Catedral, acudía todos los días a las seis de la mañana, tenía un tiempo oración, participaba en la Eucaristía, y tras un breve recogimiento, salía para su trabajo.
Un día unos milicianos llegan a su casa buscándolo y él les empieza a hablar sorprendentemente de la caridad cristiana, del amor cristiano y todo lo que significaba la Iglesia. Cuando termina la conversación, el jefe de los milicianos le dice: Mire, vamos a decir que usted no estaba en casa. Quítese de en medio, porque le están buscando…
Días después, vuelven otros milicianos y se llevan a los dos hermanos al cuartel de la Trinidad. A las dos semanas son fusilados en el Arroyo de los Ángeles.
Arturo Solsona Bellés
Este joven seglar de Castellón, obtiene una plaza de farmacia en Setenil de las Bodegas. Arturo era un católico muy comprometido, que desde el primer momento ofreció su vida por Cristo y la Iglesia Era muy amigo y colaborador del párroco don Luis Tovar Hita. Fue un excelente organista y el encargado del coro parroquial.
Perseguido por los marxistas del pueblo, e incluso encarcelado por ser cristiano, tuvo que trasladarse a Ronda, junto a su madre y hermana. Fue detenido y posteriormente liberado, pero a las pocas horas de verse libre, le detuvieron nuevamente, con el pretexto de hacer una declaración en Faraján (Málaga), dándole cruel muerte en la carretera que conduce a dicho pueblo en agosto de 1936.
La segunda vez que fueron a detenerlo, se dirigió a su madre y abrazándose a ella le dijo que no tuviese en cuenta a sus captores y que los perdonara porque no sabían lo que hacían. Era consciente de que esta vez la detención que le hacían era para matarlo. Meses antes Arturo en un diálogo espiritual con un amigo le insistía en la necesidad de la fidelidad y la entrega radical a Cristo, sentimientos que pronto se vieron cumplidos.
Joaquín Amigo Aguado
Este seglar de 37 años, nacido en Granada, estaba casado y era catedrático de Filosofía en el Instituto de Ronda. Era adorador nocturno y sentía especial devoción a la Virgen de Lourdes. Había sido discípulo de Ortega y Gasset y era amigo de Federico García Lorca, y para algunos investigadores, uno de los iniciadores de la sociología en España. Destacado por sus convicciones religiosas y fue asesinado sólo por ser católico.
Nunca había sido político, pero viendo la situación política y la hostilidad contra la Iglesia, se dedicó a difundir en Ronda la Acción Católica. En aquellos días revueltos le pedía al Señor poder ser mártir de la Iglesia y siempre estaba contento y dispuesto a dar su vida en defensa de la Iglesia, expresando una y otra vez su confianza en María y teniéndola siempre como ejemplo cercano de entrega y confianza a Dios en los momentos difíciles.
Días antes que lo detuviesen, estando ya amenazado de muerte, dijo: “Si somos verdaderos cristianos, ahora es cuando se ha de conocer. Hemos de estar, no solo conformes, sino contentos con la voluntad divina. Lo que Dios nos manda es lo que más nos conviene”.
Durante los últimos días de su vida, llevó una vida intensa de piedad y oración: Rezaba las tres partes del Rosario, leía y meditaba la Eucaristía diariamente mientras el pueblo permanecía sin sacramentos, hacía todos los días meditación, pedía y rezaba por los pecadores y los que estaban en peligro, incluso por los enemigos de la Iglesia: “Hay que pedir a Dios por ellos, pues demasiada desgracia tienen con ser así”.
Lo detuvieron en la noche del 24 de agosto en su propia casa. Estaba rezando de rodillas cuando llegaron a por él. Se marchó sereno y tranquilo hacia el martirio. Estuvo preso dos noches y dos días en la cárcel de Ronda. Condenado a muerte, él sabía quién era el responsable y pudo señalar al denunciador pero no lo hizo porque como dijo su mujer, Joaquín era un verdadero cristiano. En la madrugada del 27 fue asesinado en Ronda, se cumplió lo que tanto había pedido al Señor, derramar su sangre por Cristo. Tras su muerte, su mujer estuvo a punto de volverse loca, pero no sintió rencor y perdonó a los asesinos de su esposo.