El lunes 18 de diciembre, celebramos la festividad de Ntra. Sra. de la Esperanza y este mismo día ha sido proclamado por la Asamblea General de la ONU como Día Internacional del Migrante. Los Misioneros de la Esperanza (Mies), asociación nacida en Málaga y con presencia en varias diócesis latinoamericanas y africanas, afirman que «no podemos quedarnos con los brazos cruzados ante esta realidad. Seguir a Jesucristo significa embarcarse en su proyecto de amor en el mundo e intentar transformarlo».
Mies: transformando el mundo al estilo de Jesús
La Diócesis de Málaga tiene la suerte de contar con muchas personas que no esperan a que los gobiernos actúen, y uno de estos grupos son los Misioneros de la Esperanza, conocidos como Mies, quienes, cómo su propio nombre indica, se dedican a ayudar y llevar esperanza allí donde es más necesaria; especialmente a los niños y jóvenes, como les dejó encargado su fundador, el sacerdote Diego Ernesto Wilson.
Además de en Málaga, los Misioneros de la Esperanza se encuentran en Ecuador, Argentina, Paraguay y el Chad. Uno de ellos es Francisco González, párroco de San Isidro Labrador y Santa María de la Cabeza en Estación de Cártama, y explica que «los Misioneros de la Esperanza siempre han tenido una sensibilidad especial por las personas que se ven obligadas a emigrar y dejar a sus familias. Pero concretamente en 2003 nos dimos cuenta de una realidad que teníamos muy cerca, estaban llegando muchas personas procedentes de Paraguay y se encontraban indefensas, especialmente las muchachas jóvenes. A veces hasta algunos compatriotas les decían que podían acogerlas en sus casas y que si no tenían dinero había “otras maneras de pagar”. Entonces nos dimos cuenta de la necesidad de dar una respuesta desde el Evangelio a estas personas. Además, muchos de ellos, que vivían la fe en sus países de origen, al venir aquí se contagiaban del secularismo y la indiferencia religiosa y perdían la fe. Por ello, vimos la necesidad de empezar a reunirlos y acogerlos para que no se vinieran abajo en esa vivencia de fe y de seguimiento del Señor».
Lo primero que hicieron los Mies fue buscar una parroquia en el centro de la ciudad donde poder acoger a estas personas. Para ello, «hablamos con el entonces párroco de San Juan Bautista, Isidro Rubiales, y los acogió con mucho cariño. Iban a Misa y empezaron a formar un coro, eran momentos muy bonitos de expresión de la fe. Y al terminar la celebración nos reuníamos y veíamos qué personas habían llegado nuevas, quién no tenía una vivienda, un trabajo…».
Por otra parte, vieron la necesidad de organizar y apoyar la creación de una asociación de paraguayos en Málaga. «Lleva ya casi trece años funcionando, haciendo un gran servicio, ya sea con la intermediación laboral, ayuda legal e incluso con cursos de formación. Intentamos además, que se integren en su parroquias y muchos de sus hijos vienen a los campamentos organizados por Mies. Es una labor de cercanía, de apoyo, de compañía, no solamente con los paraguayos sino con brasileños, bolivianos, ecuatorianos, etc. como misioneros que somos, los Mies siempre hemos tenido una sensibilidad especial por los migrantes».
Francisco González, el que fuera rector del Seminario durante más de un lustro, afirma que «debemospartir de la dura experiencia por la que pasan estos hermanos nuestros al dejar a sus familias, su cultura, su vida, sus hijos… que eso es muy doloroso, dejarlo todo y venirse a nuestro país, con todas las dificultades que conlleva, como es no tener los papeles. Hace poco vino a visitarnos a la parroquia de la Estación de Cártama Alain Diabanza, inmigrante congolés que llegó a nado a nuestras costas. Es increíble cuando él cuenta todo lo que ha pasado hasta llegar a Málaga. Que era profesor, vivía una vida normal, y cómo tuvo que arriesgar la vida de esa manera para poder vivir… Es muy difícil tener que dejarlo todo, la gente no viene por gusto ni por capricho, pero cuando ven a sus hijos sufriendo y que no tienen un proyecto de vida se tienen que lanzar. Y llegan aquí para encontrarse sin nada, sin medios, sin papeles. Imagina lo que supone para ellos encontrar personas que los acogen, se preocupan e intentan prestarles ayuda. Hay que pensar que sus madres o sus hijos se pueden poner enfermos, estar en un hospital o incluso morir y ellos tienen que estar aquí y no pueden ir, eso es muy duro».
La Agencia de la ONU para los refugiados (ACNUR) cifraba en 65,6 millones las personas desplazadas a finales de 2016, es decir, fueron un promedio de 20 personas por minuto las que se vieron obligadas a huir de sus hogares y buscar protección en otro lugar, ya sea dentro de las fronteras de su país o en otros países.
González explica que «sobre todo, intentamos sembrar esperanza, ayudarles y facilitarles herramientas para su vida. Y nunca debemos olvidar el agradecimiento. Son muchos los que cuidan a nuestros padres mayores e hijos pequeños, en matrimonios donde los dos trabajan. Muchos de los inmigrantes que vienen hacen un gran servicio a nuestra sociedad y eso es de agradecer. Para mí, es una experiencia preciosa. Debemos apoyarlos, ya que vienen con toda la ilusión y nosotros también tenemos que ser para ellos un signo de esperanza».
Diego Ernesto Wilson les contagió «el conocimiento de Jesucristo y la ilusión de trabajar en el proyecto del Reino de Dios, que hace que la gente pueda ser mucho más feliz y encuentre un sentido a la vida, sobre todo trabajamos con la infancia y la juventud. Por eso, los grupos de Mies están en los Asperones, en la Palma-Palmilla… porque hay que llevar la salvación de Jesús como un proyecto que merece la pena. Seguir a Jesucristo significa embarcarse en su proyecto de amor en el mundo e intentar transformarlo, no podemos quedarnos con los brazos cruzados ante esta realidad. En el fondo es
enamorarte de Jesús y darte cuenta de que merece la pena vivir».
Beatriz Lafuente