Modificaciones en la Tercera edición del Misal Romano (VII). Ritos iniciales (I)

Archidiócesis de Sevilla
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Sede metropolitana de la Iglesia Católica en España, y preside la provincia eclesiástica de Sevilla, con seis diócesis sufragáneas.

Los ritos que preceden a la liturgia de la Palabra, es decir, al canto de entrada, el saludo, el acto penitencial, el ‘Señor, ten piedad’, el Gloria y la oración colecta, tienen el carácter de exordio, introducción y preparación.

Su finalidad es hacer que los fieles reunidos constituyan una comunión y se dispongan a oír como conviene la Palabra de Dios y a celebrar dignamente la Eucaristía.

En algunas celebraciones que, según las normas de los libros litúrgicos, se unen con la misa, se omiten los ritos iniciales o se realizan de un modo peculiar.

Canto de entrada

Reunido el pueblo, mientras entra el sacerdote con el diácono y los ministros, se comienza el canto de entrada.

El fin de este canto es abrir la celebración, fomentar la unión de quienes se han reunido e introducirles en el misterio del tiempo litúrgico o de la fiesta y acompañar la procesión de sacerdotes y ministros.

Si no hay canto de entrada, los fieles o un lector recita la antífona que aparece en el Misal. Si esto no es posible, la recita el sacerdote mismo, quien también puede adaptarla a modo de monición inicial.

Saludo al altar

El sacerdote, el diácono y los ministros, cuando llegan al presbiterio, saludan al altar con una inclinación profunda. Después, el sacerdote y el diácono lo besan como signo de veneración; y el sacerdote, según los casos, inciensa la cruz y el altar.

El altar recibe el saludo de todos y es besado e incensado por el sacerdote ya que en el altar se hace presente el sacrificio de la cruz bajo los signos sacramentales, y es, además, la mesa del Señor, para cuya participación es convocado en la misa el pueblo de Dios; es también el centro de la acción de gracias que se realiza en la Eucaristía. Es conveniente que en toda iglesia haya un altar fijo, que significa de modo claro y permanente a Cristo Jesús, Piedra viva (1P 2, 4; cf Ef 2, 20).

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