Dos de los nuevos beatos con los que contará la diócesis de Guadix, a partir del próximo 25 de marzo, tienen relación con la parroquia de Huéscar: Francisco Martínez Garrido, que fue párroco, y Aquilino Rivera Tamargo, que fue coadjutor. En los años en los que se desarrolló el ministerio pastoral de estos nuevos beatos, Huéscar pertenecía a la diócesis de Toledo. Años después, todo el norte de la provincia de Granada pasaría a formar parte de la diócesis de Guadix y, como tal, hoy la diócesis accitana los reconoce y celebra como suyos.
Desde Huéscar, son muchos los que van a viajar hasta Almería para asistir a la beatificación, que será en aguadulce, en el Palacio de Confesos, el 25 de marzo, a las 11 de la mañana. Unos irán en autobús y la mayoría lo hará en sus propios coches. Sin duda, todo un acontecimiento para la diócesis de Guadix y, en particular, para la parroquia de Huéscar.
Siervo de Dios don Francisco Martínez Garrido (Siles, 28 de noviembre de 1876 – Vélez Rubio, 14 de enero de 1938)
Hijo del sacristán de su pueblo, recibió el Santo Bautismo a los dos días de su nacimiento en la Iglesia Parroquial de la Asunción. Abandonó su tierra jienense para marchar al Seminario de san Idelfonso de Toledo, donde recibió el presbiterado el once de junio de 1892.
Tras ser Capellán de la fábrica de Armas toledana, fue nombrado Párroco del arriaciense pueblo de Ciruelos en 1893. Fue superior del Seminario de Toledo desde 1896 a 1902. Ese año tomó posesión de la Parroquia de Puebla de Alcocer, en la provincia de Badajoz. El uno de noviembre de 1907 el Cardenal – Primado, beato don Ciriaco Sancha y Hervás, lo nombró Arcipreste – Párroco de santa María de Húescar.
El canónigo Sanchéz Cuevas: «El incidente dio lugar a una muta compresión entre el Sr. Arcipreste y el Sr. Prieto que, parece, duró algún tiempo y que la gente del pueblo interpretó como amistad entre ambos. La realidad es que el referido político nacional admiró la valentía de don Francisco dándole la razón. El pueblo alabó su comportamiento aumentando su prestigio. »
Nada más entrar los milicianos en Huéscar, iniciaron la Persecución Religiosa y lo detuvieron junto con su Coadjutor. Con sesenta y dos años, lo separaron de su Coadjutor y destrozaron su salud hasta que murió preso.
Don Manuel Román González escribe que: « Pasó por las cárceles de Baza, Guadix, Alhama de Almería, varias de la ciudad de Almería y por último Vélez Rubio. Sufrió agotadoras torturas, privaciones, humillaciones y padecimientos, que agotaron su vida y coronaron su martirio, que aceptó con ejemplar entereza, que incluso asombró a sus enemigos. »
Más datos de su biografía, aquí.
Siervo de Dios don Aquilino Rivera Tamargo (Peal de Becerro, 4 de enero de 1907 – Almería, 22 de noviembre de 1936)
Cinco días después de su nacimiento fue bautizado en la Iglesia Parroquial de la Encarnación de su pueblo, en tierras de Jaén. El canónigo Sánchez Cuevas escribió de su infancia: « Familia de hondas raíces cristianas como tantas otras de nuestros pueblos en aquellos años, le educaron en la fe que se vivía en la familia y flotaba en el ambiente y, para fortalecerle en ella, le llevaron a recibir el sacramento de la Confirmación en su misma Parroquia natal con sus cinco años cumplidos. »
Trasladada la familia a Pozo Alcón, ingresó en 1919 en el Seminario de san Idelfonso de Toledo. Allí estudió con brillantez y admiración de sus superiores, compaginando su vida seminarística con el servicio militar que cumplió en Radio Telegrafía y Automovilismo de Madrid. El quince de abril de 1933, sábado santo, fue ordenado presbítero en la ciudad de Toledo.
Al mes de su ordenación fue nombrado Coadjutor de la Parroquia de santa María de Huéscar y Coadjutor de san Clemente de Guardal. El cuatro de agosto de 1936, al no poder resistir Huéscar el bombardeo republicano, entraron los milicianos y comenzó la Persecución Religiosa. El cuatro de agosto de 1936, a sus veintinueve años, fue detenido junto con el Párroco y encarcelado en Baza.
El presbítero Gallego Fábrega escribió: « El veinte de agosto en la cárcel de Guadix fue colocado entre los que habían de ser asesinados aquella noche, y con gran entereza sacerdotal les alentó y confesó, cayendo luego en un estado de postración y abatimiento, debido al esfuerzo nervioso desarrollado. De aquí fue conducido a la prisión de Almería, el veinticuatro de agosto y un mes después en la noche del veintitrés de septiembre, luego de haber confesado a cuantos con él se hallaban, fue asesinado en las tapias del cementerio de Almería. Su actitud ante la persecución y el martirio fue de aceptación generosa y agradecida de la voluntad del Señor que le había elegido. »
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Antonio Gómez