La pobreza del liberalismo

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Alasdair MaIntyre, Against the Self-Images of the Age, Duckworth, London, 1971 (reprint, University of Notre Dame Press, Notre Dame, Indiana, 1978), capítulo 23: Epílogo filosólico y político: una visión de la obra The Poverty of Liberalism [«La pobreza del liberalismo»], de Robert Paul Wolff.

Puesto que voy a intentar criticar algunas de las posiciones de Mr. Wolff muy en profundidad, tengo el deber al comienzo de expresar a la vez mi acuerdo con él y el sentido de deuda que tengo para con él. En la tarea de criticar al liberalismo desde la izquierda de un modo más creativo que el de muchas de las polémicas izquierdistas soy su aliado; y Mr. Wolff ha abierto el debate con una batería de argumentos que es a la vez convincente y sugestiva, de la que todos nosotros podemos aprender. Por lo tanto, no es por un deseo de ser tiquismiquis por lo que me voy a concentrar en nuestros desacuerdos. Mi estrategia será la de comenzar con una serie de objeciones verdaderas, pero relativamente superficiales; para mostrar después por qué esas objeciones llevan a una serie más profunda de objeciones a la visión que tiene Wolff del liberalismo; y para criticar finalmente el radicalismo de Wolff.

El argumento de Wolff implica tres afirmaciones fundamentales (entre otras). La primera es que la causa del liberalismo se mantiene o cae con la causa del utilitarismo. Wolff identifica la doctrina liberal con la doctrina utilitarista de John Stuart Mill sin matices visibles. La segunda es que el liberalismo apela sólo a los individuos y a valores individualistas. Wolff afirma que el liberalismo aprecia las relaciones sociales sólo como medios para los fines de los individuos y que el liberalismo carece de todo concepto de comunidad como un fin y de la vida comunitaria como como fuente de fines. La tercera afirmación de Wolff, que es por la que voy a considera primero en profundidad, es la que hace referencia, no a la pintura que Wolff hace del liberalismo, sino a su propia posición alternativa. Wolff se distingue a sí mismo de algunos otros radicales porque defiende que en la sociedad americana moderna «el pueblo», «la gente», no está de hecho privada de poder por una élite poderosa, y privada de tal manera que no tiene remedio. Los americanos están de hecho gobernados «por defecto», y malas políticas como las que resultaron en la guerra de Vietnam fueron llevadas a cabo con la connivencia activa de un público que era «demasiado estúpido o demasiado vicioso» (p. 114) como para actuar de otra manera.

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